Artículo de opinión de Rafael Cid

Muchos de los problemas que han eruptado en España con la actual crisis económica tienen su origen en la gramática, aquella asignatura que el Miranda Podadera de nuestra niñez terciaba en Prosodia, Ortografía y Sintaxis. En no llamar a las cosas por su nombre está la clave del marasmo imperante. Lo que pasa es que con la política basura ocurre como con la Ley de Gresham en economía. Que la moneda mala expulsa a la buena (poner aquí “palabra” en lugar de “moneda”). Por eso, lo llaman democracia y no lo es. Como llamaron transición donde había transacción.

Muchos de los problemas que han eruptado en España con la actual crisis económica tienen su origen en la gramática, aquella asignatura que el Miranda Podadera de nuestra niñez terciaba en Prosodia, Ortografía y Sintaxis. En no llamar a las cosas por su nombre está la clave del marasmo imperante. Lo que pasa es que con la política basura ocurre como con la Ley de Gresham en economía. Que la moneda mala expulsa a la buena (poner aquí “palabra” en lugar de “moneda”). Por eso, lo llaman democracia y no lo es. Como llamaron transición donde había transacción. Y hasta hablan de Benemérita como marca blanca de Guardia Civil (incluso lo de civil habría que pelearlo). Fuego amigo.

El pueblo llano ya estaba acostumbrada a la jerga. Esas categorías que hacen casi inescrutables los dicterios de algunas profesiones y endiosa a sus titulares ante la perplejidad general. Médicos, abogados y eclesiásticos se llevaban la palma en el oscuro oficio de confundir diciendo y decir confundiendo. Sermones para dominarnos. De ahí que segregáramos mecanismos de legítima defensa, por mera supervicencia. ¡Mientes como un bellaco!, ¡háblame en cristiano!, eran algunos de los desahogos que se permitía el personal para tratar de reponer cierta cuota de paridad en el trato.

Y en eso llegó la clase política y mandó arreciar. Ya no se trataba de denominar alopecia a la vulgar calvicie, ni alitosis al mal aliento. Lo que los nuevos todólogos pretendían era que comulgáramos con ruedas de molino. Nacía así una nueva babelia donde todo se consumaba por nuestro bien y en nuestro nombre, pero que en realidad nos hacía cada vez más pobres, inútiles, desdichados e invisibles. El poder no tenía enmienda, ni entrañas. Y de tanto perorar por los caminos del consenso y la razón de Estado, un buen día nos encontramos sin Sanidad, sin Educación, sin Seguridad Social. Sin atributos, con lo peor del Estado y sin apenas Bienestar. No supieron prever la crisis, pero ahora nos dicen ex catedra que para salir adelante tenemos que hacernos el harakiri.

Viene esto a cuento de la doble moral. O sea, de cómo desde el gobierno y sus mariachis se trafica olímpicamente con las palabras. Calificar de polisemia a lo que estamos contemplando en torno a la “elección directa de los alcaldes”, como acaba de proponer el registrador de la propiedad en excedencia de Santa Pola (patria chica de Santiago Bernabeu), es dar avales a una fenomenal golfada. Ni directa, ni elección. Atraco político y sabotaje lingüístico. No hay ni puede existir “elección” cuando todo se reduce a coger una papeleta con una lista cerrada y bloqueada de dóciles candidatos ya “elegidos” por el partido de turno. Y mucho menos “directa” si encima se concentra en el capitán de esa alineación el primer premio de esa tómbola que sufragamos los de abajo.

Es solo un juego de suma cero donde el ganador se lo lleva todo. Existe más capacidad de elección en el cupón de la ONCE, las Quinielas, la Lotería o La Primitiva que en esas urnas de coña. Con ser todos ellos juegos de azar, al menos no hay trileros por medio que truquen el derecho a decidir en obediencia debida. Han reinventado el Partido Único del franquismo solo que como blanco móvil. Porque la teórica separación de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) es una simple fachada del absolutismo impuesto por el partido dinástico hegemónico (ora el PP, ora el PSOE). Veamos: hay un Legislativo que nace de la voluntad de la cúpula del partido que los supuestos electores refrendan dócilmente; y del Legislativo así conformado emanan el Ejecutivo y Judicial, léase Consejo General del poder Judicial (CGPJ), fidelizado a los intereses de esos mismos grupos políticos mayoritarios. Y si a esos estratos les sumamos un Jefe de Estado y de las Fuerzas Armadas que ostenta un cargo vitalicio, hereditario y dotado de inmunidad, y la pretensión de unos municipios controlados por el partido que saque la carta más alta, tenemos otra vez al Caudillo y al Movimiento Nacional.

Por eso resulta chocante que incluso reconocidos constitucionalistas como Francesc De Carreras o Javier Pérez Royo, contrarios a la iniciativa monclovita, desplieguen sus argumentos disidentes sin pararse a cuestionar el término “directa”. Con lo que construyen el oxímoron perfecto: elaboran un discurso crítico de alto copete sobre la “elección directa de alcaldes” partiendo de dar su total conformidad al concepto matriz del gran embuste. Hielo ardiente.

El socialista Pérez Royo, en un artículo publicado en el diario insignia de la gran banca (Basta ya, El País, 22/08) ha comparado este atropello en ciernes con el cometido en el asunto del aforamiento exprés de Juan Carlos de Borbón tras su abdicación. En aquel supuesto, recuerda con buen criterio, el butrón real se hizo por el sindicato de las prisas (vía decreto ley), algo que por pertenecer al espíritu del “bloque constitucional” podría requerir tratamiento de ley orgánica y ser aprobado por mayoría reforzada. Lo mismo que ahora pretende el PP con la reforma de la Ley Electoral. Y de esas referencias concluye el académico que la única respuesta digna ante tal atropello sería el boicot de todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Sin más miramientos.

Pero llega tarde el ilustre profesor. Como somos dueños de nuestros silencios y rehenes de nuestras palabras, Pérez Royo se hace trampas en el solitario. Olvida que al no oponerse el PSOE a ese aberrante aforamiento coronado (se puso de perfil absteniéndose) contribuyó a sentar un precedente para la fechoría que ahora trata de perpetrar el Partido Popular con la Reforma de la Ley Electoral. De manera que, más que conminar a plantarse ante el despotismo gubernamental, lo que hace el catedrático es incitar a consensuarlo con el primer partido de la oposición, a poco que la vieja guardia del “clan de la tortilla” se lo plantee. Lógicamente, el actual secretario general Pedro Sánchez tiene la última palabra. Puede prometer y promete, que sale gratis.

Aunque de lo que ya sabemos, en Sánchez brilla más la demagogia y la fanfarria mediática que la coherencia democrática. Conviene recordar que una de sus “primeras disposiciones” fue exigir a los eurodiputados socialistas salidos del 25-M que votaran contra la elección de Jean Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea (CE), rompiendo un pacto previo del anterior equipo de Ferraz para que prevaleciera de la lista más votada. Pero el líder socialista tiene acreditado esmerarse en la equivocación cuando acierta. Porque en esa circunstancia, la “elección directa” del jefe de la UE mediante primarias en circunscripción única suponía un avance político. A los “Junckers” de antes los designaban los jefes de Estado y de Gobierno, en petit comité. Algo que no le ha impedido proponer a toro pasado introducir las primarias para elegir a los cargos constitucionales.

La vida secreta de las palabras. Lo que se vende como elección directa del alcalde es entregar el gobierno local a la carta más alta en una mano de tahures. El resto son adornos y juegos dialécticos. También el PP se apellida “popular” y el PSOE “socialista” y “obrero”.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid