Artículo publicado en Rojo y Negro nº 377, abril 2023

¿Diríamos que los movimientos militantes son tiernos? ¿Les anarkosindicalistes son tiernes? ¿Qué pensamos cuando oímos ternura? ¿En algo colores pastel y bebés? ¿Diríamos que los espacios okupados son tiernos? ¿O lo primero que pensamos es en bambi?

Creo que en el imaginario colectivo tenemos más la etiqueta de punks, de disidentes y de gente con mala hostia antes que una imagen de ser gente entrañable. La estética que rodea nuestra secta (porque la CGT es una secta —lo digo con cariño—) es el negro, los estampados de animales, cadenas, decoloraciones, tejanos rasgados y eslóganes indecentes o ilegibles. Todo muy punk. Quizá hasta nos rodea la idea de ser ese personaje solitario que mientras se fuma un cigarro en la pausa del curro planea un acto brutal y fuerte contra la patronal, un poco a lo “llanero solitario”. También os digo que puede que algune de nosotres nos veamos así, pero desde fuera —de la secta— se nos lee como personas que desfasan demasiado, más del rollo barba, barriga y birra. En ambos casos, la caricaturización no cae lejos de algunas personas.

¿Para qué os cuento todo esto? Bueno, ejemplificando un poco estas imágenes, el otro día, en una concentración delante de una comisaría, un grupo se manifestaba como quien va por la calle y de repente se encuentra trallas, petardos y humo de colores, vamos, un día cualquiera. Pues en esas estábamos cuando una abuela quería cruzar la calle y el grupo aparentemente asalvajado no la dejaba pasar… así que acudió un policía nacional y la ayudó a cruzar: él se puso la chapa de salvador de abuelas (probablemente de las pocas cosas decentes que habrá hecho en su vida) y nosotres de alteradores del espacio público. ¿Por qué aquella abuela habló con ese policía y no con nosotres? Claro, ya sé lo que me vais a decir, que nada es tan sencillo, que hay una lectura del Estado hacia nosotres y un discurso sobre ellos y blablablá. Sí, lo tengo en cuenta. Pero si me pongo a hacer disclaimers se me hunde el artículo.

Volviendo al tema. ¿Qué mensajes transmiten nuestras vestimentas? ¿Qué ideas nos hemos creído nosotres mismes por jugar a ser les más punks?

¿Son esas caracterizaciones parte de nuestros colectivos? Definitivamente, en la CGT, sí. Alguien le tiene que parar los pies al “llanero solitario” y al “ya no existen anarquistas de verdad”. Si no paramos de repetirnos el mantra del apoyo muto, cómo puede ser que no aceptemos que la vulnerabilidad, la complicidad, la timidez, la tristeza y el caliu1 son partes del apoyarnos y también del mostrarnos débiles y abrazarnos para acompañarnos. Por favor, dejemos de creer tanto en ese orgullo de mantenernos fuertes hasta el final, estoiques ante la adversidad, como piedras. Si es que la vida ya es lo suficientemente compleja y represiva como para que, además, no nos dejemos llorar. ¿Es ser rudes y distantes lo que nos acerca a la gente? ¿De verdad el rojo y negro y nuestra furia nos unen a nuestres compes? En realidad, ni por casualidad. ¡Anda que no estamos aquí por las barbacoas, por las tardes juntis, por reírnos, por esa amistad que creamos! Amistad desde la vulnerabilidad, desde la ternura.

Uno de esos grandes momentos en que he creído más en lo que hacemos fue uno de esos días en que todo sale mal. Se dio el caso que la policía procedió a identificar a un grupo de personas que salían de una manifestación y, por qué no, retenernos allí su buen rato separades contra la pared, registrarnos y grabarnos. Nos fueron dejando ir a cuentagotas… cuando solo quedábamos dos, la otra persona, a la cual yo no conocía de nada, se giró y dijo “me quedo aquí con la compañera hasta que la dejéis ir”. Me miró y me preguntó si estaba bien con tanta dulzura que solo pude sonreír y sentirme recorrida por su cariño. Aquella persona, de tejanos desgarrados, cadenas, decoloraciones y piercing, había sido tan tierna que casi parecía paradójico. Después de meditar sobre aquello, me di cuenta de que, en los peores momentos, lo primero siempre es la ternura: saber cómo estamos todes, si nos han hecho daño, si queremos un abrazo y dejar salir el dolor. Siempre ante su represión, nuestra ternura.

Y ahora me diréis: ¡tía, no te aclaras!, primero nos dices que vamos de “llaneros solitarios” y después de que te damos abrazos… ¿en qué quedamos? Pues en que nos rodeamos de una estética punk, de rebeldía, de furia, gritando “muerte a la paz social”; una estética cargada de simbología y, con ella, de una lectura social. Romper con los patrones normativos de la moda es un acto poderoso. Poder afirmar la persona que eres, más allá de los marcos establecidos por la moda, es un acto de valentía y vulnerabilidad. Requiere valor poder expresar hacia afuera lo que sentimos dentro ya sea con pintas rockeras, punks o aesthetics.

El problema empieza cuando a la forma de vestir se le asocian actitudes, sobre todo si estas pueden ser dañinas. La cultura del punk y el rock están relacionadas con la figura del llanero solitario, con la masculinidad individualista que solo piensa en une misme y en ser la persona más dura de su entorno: no llorar, no hablar, solo furia. Que, después, la realidad punk sea completamente distinta no borra el imaginario que el mismo cine ha fomentado. Es entonces, cuando esta estética y sus actitudes nos invaden, cuando se nos olvida trabajar y fomentar el lado de la ternura, aunque a veces lo tengamos presente. Quizá deberíamos dejarnos llevar por en “anarkokukismo”, como dice una compañera, y empezar a tejer alianzas desde más colores. Se puede ser anarquista sin vestir de negro, confiad, no os pasará nada; podríais hasta llevar purpurina (biodegradable) y seguir siendo la misma persona respetable que os creéis.

No digo que dejemos nuestras pintas, sino que tengamos presente la lectura que se les puede dar y que nos planteemos si podemos ser de más maneras y cómo esto nos podría ayudar. Ayudar a repensar nuestras actitudes y, además, a entender cómo nuestra estética nos separa del resto de personas, de todas aquellas que probablemente tienen nuestros mismos problemas, pero que no empatizan con nosotres, con nuestra forma de hablar y, nuevamente, con nuestras pintas.

Antes de que me saltéis a la yugular, tengo presente que punk no representa todo lo que estoy diciendo, pero siento que también es el uso que se da a la palabra. Y, mirad, si no os convence el uso de la palabra punk, dadle el nombre que queráis a “tener pintas disidentes en tonos oscuros2”. También quiero decir que, aunque haya muchas personas en la CGT que no cumplen este patrón, muchos de nuestros eslóganes, carteles y publicaciones sí van en esa línea, que aquí nadie nos quita el 36, el rojo y negro y el lenguaje como patronal, militancia, clase obrera, sistema capitalista… bueno, ya me entendéis.

Así que, resumiendo, muerte al punk, al llanero solitario, al solo birreo y manis y más ternura, más vulnerabilidad y más colores porque nunca nos van a quitar los motivos para seguir luchando, pero sí que podemos aprender a enfrentarlos de múltiples maneras. Y quizá, solo quizá, algún día les abueles conectarán con nosotres antes que con la policía.

NOTAS

1 Palabra catalana de difícil traducción: algo así como calor, aprecio, ambiente animado entre personas de un grupo.

2 Entendedme que no puedo inserir constantemente tremenda frase.

Ester M.

Joven enfadada y mordaz


Fuente: Rojo y Negro