Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico
No sólo los peces, en ríos o mares envenenados por despojos de avaricia incontenible, sino seres humanos también que, a fuerza de guerras, hambre y sufrimientos, acaban enganchados por la muerte: en un desierto, en medio de bombas, en empalizadas, en el mar que todo lo traga. Que la muerte es inevitable es certeza del entendimiento. Que muchas muertes a destiempo son evitables es una verdad que genera una gran responsabilidad. Pensar la realidad es necesario, transformarla es imprescindible (síntesis marxista). ¿Qué toca hacer? No basta decir y decir: Manifiestos, escritos, discursos, fotos, entrevistas, imágenes, canciones… Son precisas, necesarias… aunque si no se transforma la realidad para evitarlas, de poco, de muy poco sirven. Los discursos y gestos, más allá de mantener el hilo de esperanza de un mundo mejor, de un mundo nuevo basado en la fraternidad de los seres vivos, se muestran impotentes para frenar tanta barbarie, tanta muerte.
Según los datos de 193 países, aportados por un diario económico nacional, en 2020 murieron en el mundo 59 millones 744 mil (redondeando) de personas ¿Muchas? ¿Pocas? Sobre una población de 7 750 mil millones de personas, eso representa casi el 8% de la población y con respecto a 2019 supone un incremento del 0,24%. Los análisis estadísticos globales no permiten afinar demasiado sobre los datos aportados, pero dan una impronta de la dimensión de la muerte en la actualidad.
De todos esos casi 60 millones de personas fallecidas, una parte se deberá sin duda a la finalización de ciclos vitales, pero la inmensa mayoría de ellas se deben a acciones u omisiones de quienes detentan el poder mundial y quienes colaboran decididamente con ellos en lo local. Y este enorme número de víctimas que producen las guerras, el hambre, la falta de medicinas, agua potable… provocan, en muchas ocasiones, desplazamientos masivos de población que pretende con ello salvarse de la tragedia. Todas esas causas son remediables en este potente mundo globalizado. ¿Por qué no se para esta sangría?
Muchas personas emigrantes solo aplazan un tiempo, no excesivamente largo, el fatal desenlace; en una cuneta, en un arenal, en el mar o en una maldita valla fronteriza. Las recientes muertes ocurridas este “Viernes Negro” (24 de junio 2022) en el puesto de control fronterizo Barrio Chino entre España y Marruecos en la ciudad de Melilla, están provocando una oleada de críticas y denuncias contra ambos gobiernos identificándolos como los causantes. No poca responsabilidad tienen en estos luctuosos sucesos, no obstante conviene apuntar algo más alto para desenmascarar la fuente de tanto horror. Porque es el sistema de producción capitalista el que permite la explotación de la población mundial a escala planetaria, con el objetivo de enriquecer, aún más, a las jerarquías mundiales de los grandes negocios. No enfocar las migraciones como un efecto negativo de los exterminios, de las devastaciones, de los fascismos, fundamentados en el Neoliberalismo, en un número importante de países del mundo, impide exigir a todos los gobiernos del mundo y multinacionales, el cese de la rapiña, del robo de los espacios naturales, donde las poblaciones hoy migrantes antes eran sedentarias. Culpar exclusivamente a los gobiernos de Marruecos y España, en este caso, sólo distrae de que los fundamentales causantes de las muertes viven en las altas esferas de las grandes multinacionales y entidades financieras mundiales, que al fin y al cabo, compran y venden vidas humanas al por mayor todos los días. ¿Qué empuja a las personas a migrar? ¿Por qué esas personas, tan lejos de su tierra, vienen a morir aquí tan cerca? ¿Qué les obliga a pasar calamidades en este tránsito por el “desierto” y esperar semanas, meses en las fronteras, viviendo a la intemperie, sin alimentos, sin agua…?
Por gusto evidentemente no se hace y aún hay quien llega a pensar que “mejor que se queden en su casa”. Esas personas que así piensan no recuerdan, ¡que malo es el olvido!, como nuestras gentes de esta España, tuvieron que migrar por millones y no hace mucho, por extrema necesidad, bien huyendo del exterminio o del hambre. Esta España de hoy tiene una deuda impagable con quienes durante años tuvieron que marcharse para poder sacar adelante a sus familias que quedaban en esta tierra. La VOZ de la historia, despeja el entendimiento de las borracheras ideológicas abriendo los corazones. Las vivencias del pasado de esta “Patria” ayudan a la solidaridad en el presente. Quien no empatiza con las personas migrantes evidentemente no puede llamarse “buen Español o buena Española”.
Fuente: Rafael Fenoy Rico