TEXTO: PEDRO BELMONTE (Miembro de Ecologistas en Acción)

TEXTO: PEDRO BELMONTE (Miembro de Ecologistas en Acción)

Un nuevo nombre en la lista de accidentes nucleares: Fukushima. El reciente terremoto hizo caer el sistema eléctrico y se apagó el sistema de refrigeración de la central. Hay que tomar nota del accidente que ha afectado a los reactores 1 y 2 de la central nuclear de Fukushima; el reactor 1 es similar al de la central nuclear de Garoña (Burgos), con un sistema de agua en ebullición en el que su estabilidad depende del control de la cantidad de vapor en el núcleo; ambas centrales comenzaron a funcionar a principios de los 70.

Este hecho subraya la peligrosidad intrínseca de la energía nuclear, aunque se desarrolle en un país de tecnología tan avanzada como es el caso del Japón. Es necesario recordar también que en el caso de la central japonesa ha sido necesario evacuar a más de 200.000 personas en el perímetro de veinte kilómetros en torno a la central, en las zonas más afectadas; mientras los planes de emergencia nuclear de las centrales españolas sólo prevén actuaciones en torno a los diez kilómetros de radio de las centrales nucleares. Este accidente se produce cuando pronto se conmemorará el de la central Three Mile Island, 1979 en Harrisburg (Pensilvania, EE UU) y en la memoria de todo el mundo está el accidente de Chernobil (Ucrania) en 1986.

Este accidente pone de relieve que junto a los riesgos derivados del funcionamiento normal de las centrales nuclear se añaden los que se derivan de cualquier error, fallo o imprevisto de carácter mecánico o humano o los producidos, como es el caso, por cualquier desastre o catástrofe natural. La industria nuclear pretendió hace años que se podían reducir estos incidentes hasta valores despreciables. Treinta años de historia, incidentes y accidentes han demostrado lo equivocado de esa afirmación. Todavía no hay una valoración total de los costes económicos de la catástrofe de Chernobil, por ejemplo, y no sabemos lo que supondrá el coste social y económico de la de Fukushima.
Sin embargo desde los portavoces de la industria nuclear pretenden vendernos la inocuidad y seguridad total de las nucleares y desde ciertos ámbitos políticos, como FAES y el expresidente Aznar, se hacen afirmaciones irresponsables al apostar por la energía nuclear con más centrales y extensión de la vida de las actuales y dejar de lado paulatinamente las renovables. El camino de un futuro sostenible nos dice justamente lo contrario: hay que apostar por el desarrollo de las energías renovables y el ahorro y la eficiencia energética. Hoy parece más evidente que el Gobierno central tiene que asumir el compromiso de cerrar las nucleares españolas.

Y al problema inherente de la seguridad nuclear se une la generación de residuos de alta actividad. Unas sustancias que serán tóxicas durante
cientos de miles de años para las que no se ha encontrado solución satisfactoria en ningún lugar del mundo. Nadie puede garantizar que cualquier obra de almacenamiento resista el paso de tanto tiempo y los planes de enterramiento en profundidad tampoco serían la solución del problema, sobre todo porque no se puede garantizar la estabilidad de los regímenes hidrogeológicos durante miles de años. La generación de residuos radiactivos de alta actividad es un hecho técnicamente inevitable que está unido a la tecnología de fisión nuclear de las centrales nucleares sobre el cual no se ha desarrollado ninguna forma de gestión definitiva.

Este accidente nos pone delante de los múltiples riesgos inherentes a la energía nuclear, en su funcionamiento, explotación; y emisión de residuos que supone un grave problema para esta generación y una hipoteca para generaciones futuras. El Gobierno central tiene que asumir las lecciones de lo que ha ocurrido en Fukushima y llevar a la práctica la clausura de Garoña, que estaba prevista para 2013, y su compromiso de ir cerrando progresivamente las que están operativas.