En el marco del viaje que miembros de la CGT hemos hecho, con la Brigada 19 de julio, en el Kurdistán de Bashur (Irak), hemos dedicado unos días a conocer la situación de la ciudad de Mosul y de los pueblos de alrededor, que fueron atacados por el Estado Islámico en junio de 2014. Desde entonces, y hasta julio de 2017, la población vivió bajo el régimen del EI o huyeron y sobrevivieron en campos de refugiados o acogidos por familiares. Una ofensiva conjunta del ejército iraquí, los Peshmerga del Gobierno Regional del Kurdistán, y la coalición internacional dirigida por los EEUU, liberó Mosul entre octubre de 2016 y julio de 2017.
De cara al mundo, Mosul ha sido liberada del Estado Islámico, pero la guerra no se acaba con una o varias batallas. En Mosul, un año después, queda la población que vive entre casas destruidas, pobreza, desempleo, enfermedades y corrupción, con unas desigualdades sociales y de género que se han acentuado.
De cara al mundo, Mosul ha sido liberada del Estado Islámico, pero la guerra no se acaba con una o varias batallas. En Mosul, un año después, queda la población que vive entre casas destruidas, pobreza, desempleo, enfermedades y corrupción, con unas desigualdades sociales y de género que se han acentuado.
Mientras en algunas zonas, sobre todo del este de la ciudad, revive la vida comercial y de negocios que había caracterizado Mosul en el pasado; en el centro histórico, en la parte occidental, – donde tuvieron lugar las últimas batallas -, todo está en ruinas, entre las que aún quedan miles de cuerpos y explosivos, y una fuerte y persistente olor a muerte.
No han recibido ayuda suficiente para retirar las bombas que permitirían limpiar los escombros y reconstruir, o bien la han recibido pero no ha llegado allí donde era necesario, como nos dice un soldado que vigila una de las calles minadas de explosivos: «el gobierno iraquí ha recibido ayudas internacionales, pero no sabemos dónde han ido, aquí está todo igual, y no se puede retirar los escombros porque hay peligro de que estallen los explosivos». Mientras tanto, entre las casas destruidas un niño juega con una granada en la mano y se ven los cuerpos en descomposición – la mayoría combatientes del Estado Islámico, pero también de población civil que fue usada como escudo humano – que perdieron la vida.
Unos metros más allá, pasado el puente que atraviesa el río Tigris, comercios y terrazas quieren recordar el esplendor que dicen que Mosul había tenido. Las personas más ricas de la ciudad pagaron enormes cantidades de dinero al Estado Islámico para que las dejaran marchar. Hoy muchas están volviendo y rehaciendo sus negocios, pero la mayoría de la población vive entre la pobreza.
Muchos niños y niñas, la mayoría huérfanos, juegan entre los escombros, no van a la escuela, piden dinero o venden pañuelos de papel en la calle. Muchas familias no tienen ninguna ayuda y cuesta sobrevivir en una ciudad donde es muy difícil encontrar trabajo, con comercios, hoteles y fábricas derruidas, como el laboratorio farmacéutico que empleaba a 4.000 personas en Qawsiat (a pocos kilómetros de la ciudad), del que ya no queda nada. Muchas encuentran trabajo por horas o por días y no les llega ni para cubrir las necesidades más básicas. Algunas familias reciben entorno 100 dólares mensuales como ayuda, pero nos dicen que sólo aquellas que tienen afinidad con el gobierno.
Vidas entre la destrucción y el exilio
El Estado Islámico ya no controla la ciudad, pero para buena parte de la población siguen otras formas de opresión. También es cierto que parte de la población vio en el Estado Islámico una vía de salvación a las formas de opresión que sufrían, como muchas veces es el fascismo visto como salvación de problemas sociales derivados del capitalismo, el colonialismo, que acaba reproduciendo e intensificando. Así, Halim reconoce que «cuando llegó el Estado Islámico, en un primer momento, los recibimos bien, porque no sabíamos cómo eran y estábamos hartos del gobierno de Al Maliki y del ejército iraquí que nos trataba muy mal: entraban por las noches en las casas, nos intimidaban y robaban». Mosul, de mayoría suní, acumulaba recelo hacia las fuerzas de seguridad iraquíes, de mayoría chií, que abandonaron la ciudad con la llegada del Estado Islámico. Para la población, nos cuentan que cuando vieron cómo era realmente el ISIS, las matanzas que hicieron y la sociedad que establecieron, ya era tarde para marchar.
Sadiq, que vive en las afueras de Mosul, es una de las cerca del millón de personas que consiguió huir de la ciudad; fue a Kirkuk y ahora ha vuelto, pero le es difícil encontrar trabajo. Trabajaba en la tienda de ropa de su hermano que tuvo que cerrar. En la pared de su casa se ven todavía los agujeros dejados por los disparos.
Según cifras de las Naciones Unidas, más de la mitad de personas desplazadas por el conflicto habrían vuelto. Muchas, pero, viven en infra viviendas o acogidas por familiares porque no tienen casa donde volver. Las hay que han rehecho su vida en otros lugares del país, como Nawzad, un ex-policía iraquí que logró esconder los documentos que lo identificaban como funcionario y huir a Zaxho, en la región del Kurdistán, donde trabaja como taxista. Tiene claro que no volverá.
Muchas otras de las que se fueron aún viven en campos de refugiados, – campos de desplazados internos, según su nombre oficial, pero que son del mismo modo explanadas de tiendas en medio de la nada-, la mayoría en el Kurdistán iraquí y en la región de Mosul. Hay que han logrado llegar a Europa, a través de vías ilegales, como hizo Samira y sus seis hijos atravesando de Turquía a Grecia en patera. Ahora viven en Alemania, donde les han denegado el asilo y temen ser devueltos. Les dicen que su zona ya es segura. En su concepto de seguridad no incluyen la destrucción, las enfermedades, la falta de suministros básicos, la imposibilidad de encontrar trabajo, de educar a los hijos e hijas…
La Meisun vive en Wana, un pueblo cercano a Mosul que también fue ocupado por el Estado Islámico. Es viuda y tiene tres hijos. No ha podido estudiar, siempre ha sido ama de casa. Su marido murió a manos del ejército de los EEUU en la época post-Sadam, en un control en la carretera. Explica que vivir con el Estado Islámico era especialmente duro para las mujeres: «soy musulmana y llevo pañuelo, pero tenía que ir toda tapada, incluso la cara y las manos, la televisión estaba prohibida, de hecho no se podía hacer nada, y el Islam no es así. A las familias que no eran afines les vendían la comida a precios muy caros; era difícil alimentar a los hijos e hijas». También lamenta que «Mosul había sido una ciudad espléndida, pero ahora sólo queda la destrucción que han causado tanto el Estado Islámico como Estados Unidos». Se queja de que, tras los bombardeos, no llegan ayudas suficientes para la reconstrucción. Se siente, una vez más, abandonada por el gobierno iraquí y las potencias extranjeras.
Zahra, prima de la Meisun, ha estudiado química, pero no encuentra trabajo y ha perdido la esperanza de encontrarlo en una economía devastada. Su destino, a pesar de haber intentado cambiarlo, será probablemente como el de su prima, una vida como trabajadora en su hogar. Ya no está obligada a ir tapada, pero tiene pocas posibilidades de hacer una vida autónoma. Las oportunidades laborales para las mujeres son casi nulas. informe
Una sociedad que también se ha de reconstruir
El reto que enfrenta Mosul hoy no pasa sólo por reconstruir los edificios y los servicios básicos, sino también el tejido social, en un contexto en que la amenaza del Estado Islámico sigue presente y las tensiones sociales crecen.
Halim explica que la sociedad de Mosul estaba muy centrada en su familia: «no nos implicábamos en nada político, ni en la vida en común, somos una sociedad muy preocupada sólo por los nuestros». Ahora ha cambiado de perspectiva; cree que hay que implicarse para que no avance el fascismo del Estado Islámico, pero tampoco las desigualdades, las discriminaciones, las tensiones sociales y nuevos conflictos.
En un territorio estratégico por sus reservas petroleras no se sienten seguros; creen que si no vuelve el Estado Islámico, se creará un grupo similar. Entre los combatientes del Estado Islámico había muchos extranjeros que huyeron, muchos de ellos hacia Siria, en un momento en que no había frontera entre Irak y Siria, ya que todo formaba parte del califato. Pero la población de Mosul tiene claro que continúan cerca. «Todavía están en las montañas a pocos kilómetros de la ciudad, donde llegaron a través de túneles, e, incluso, controlan pueblos entre Aski, Mosul y Badush», dice el Halim.
Además, «se apoderaron del armamento del ejército iraquí que se fue y de millones de dólares. En Mosul extorsionaron a las personas ricas o vinculadas al gobierno a cambio de dejarlas marchar; yo mismo pagué para que no destruyeran mi restaurante, que cayó después en los bombardeos «- explica Halim-.
Considera que uno de los grandes retos que tienen actualmente es cohesionar una sociedad donde antes convivían, sin problemas, kurdos y árabes de diferentes religiones: desde las ramas suníes y chiíes del Islam, a las minorías religiosas yaziditas, asirias…
Después de la liberación de la ciudad, en una población de mayoría árabe suní, por un lado, crecen las tensiones entre suníes y chiíes, ya que el poder de los chiíes es mayor, – fueron las fuerzas armadas iraquíes y las milicias chiitas las que intervinieron, junto con los Peshmerga kurdos.- Esto ha hecho que se resintieran, por otro lado, las relaciones entre árabes y kurdos. «Hace poco pregunté a un niño árabe de Mihwer, – pueblo que fue fuertemente bombardeado por su apoyo al EI, quien había destruido su casa. Me respondió que los kurdos. Hay una generación que está creciendo llena de resentimiento. Ahora lo más importante es trabajar para reconstruir la convivencia», defiende Halim.
En definitiva, hemos podido compartir con gente que ha vivido situaciones tan duras que la liberación no pasa sólo por echar al Estado Islámico, sino por reconstruir la ciudad; facilitar el retorno de las personas más vulnerables que se han quedado sin nada y no tienen recursos; garantizar servicios básicos y educación; crear oportunidades de futuro para todos y todas; liberarse de los intereses geopolíticos y económicos vinculados al petróleo; construir una sociedad más justa y respetuosa con todas las religiones y minorías; acabar con toda forma de opresión estatal que a su vez alimenta las discriminaciones, y, también, recordar y enterrar dignamente las muchas personas civiles que perdieron la vida, – a manos del EI pero también de los bombardeos-.
Gemma Parera
Afiliada al STAP-Barcelona
Fuente: Gemma Parera