La andanada de medidas antisociales que el gobierno ha lanzado contra los derechos ciudadanos más básicos (empleo, vivienda, salud...) es no ya políticamente inaceptable, sino también, desde un punto de vista ético, completamente contraria al más elemental sentido humano de la convivencia social solidaria (valga esta redundancia).

Pero por si fueran pocos los gravísimos problemas sociales causados por esas medidas, justo ahora se nos intenta convencer de lo supuestamente saludable de una cultura del esfuerzo y el sacrificio (del esfuerzo y sacrificio sumisos que dejan grandes beneficios a los que ya son ricos), de la bondad de la autoridad incontestable, del tragarse acríticamente todas la injusticias que se nos están imponiendo de mala manera (reforma de la Constitución incluida)…hasta el punto de querer sustituir los fundamentos convivenciales, nada revolucionarios, de la Educación para la Ciudadanía por una cultur

Pero por si fueran pocos los gravísimos problemas sociales causados por esas medidas, justo ahora se nos intenta convencer de lo supuestamente saludable de una cultura del esfuerzo y el sacrificio (del esfuerzo y sacrificio sumisos que dejan grandes beneficios a los que ya son ricos), de la bondad de la autoridad incontestable, del tragarse acríticamente todas la injusticias que se nos están imponiendo de mala manera (reforma de la Constitución incluida)…hasta el punto de querer sustituir los fundamentos convivenciales, nada revolucionarios, de la Educación para la Ciudadanía por una cultura, inyectada a presión en todas las escuelas del país, simplemente del productivismo y la competitividad. Pensamiento Único, que ya Dickens y Orwell retrataron bien, llaman a esa cultura antidemocrática y políticamente aborregante que quiere convertir el planeta entero en una contaminante fábrica de desesperación.

Pero esta absurda apuesta por la cultura de la obediencia y la irresponsabilidad social –o sea, la cultura concebida como sórdido ariete de un descarado golpe de estado económico– ya no logrará convencer fácilmente a nadie. Por ello expreso aquí mi alarma y mi sorpresa por la coincidencia temporal entre la intensa difusión del mensaje gubernamental en favor de los «emprendedores» (el empresario de éxito como modelo ético social al que imitar) con la sospechosa mentalidad de sacrificio que los obispos andaluces, en plena campaña electoral, nos proponen con su cuidadoso lenguaje de espejismos moralizantes: “la estima del trabajo y del sacrificio como medio justo de crecimiento personal y colectivo para el logro del bienestar”. Considerando las circunstancias (es decir, acercándonos a 5,5 millones de parados) estas palabras de la jerarquía católica me parecen muy alejadas del más elemental sentido de la Justicia. ¿No deberían en estos momentos situarse los obispos más bien en el lado de los que sufren en vez de favorecer la posición –quizás sin darse cuenta– de quienes están destruyendo empleo y quieren, por ejemplo, hacer el agosto con el patrimonio público, apoderándose de él a bajo precio para luego cobrarnos sus servicios a precio de oro?, ¿es razonable usar, en período electoral, el mensaje de Jesús para que la ciudadanía acepte sumisamente las directrices económicas claramente antisociales –como el despido libre– de los grandes intereses financieros? (“Urge promover las condiciones que hagan posible la productividad”, dicen los obispos).

En fin, el próximo 29 de marzo, día de la Huelga General, muchos vamos a seguir exigiendo Justicia en Jerez, una ciudad donde el sacrificio que tanto agrada a los obispos se acerca mucho al martirio… Al atentar sistemáticamente contra el derecho al trabajo, los poderes constituidos, ahora vigentes, pierden su legitimidad. En consecuencia, la soberanía, es decir, la capacidad de tomar decisiones sobre nuestro propio destino, ha de volver al pueblo. Ha llegado el momento de una Constitución nueva. Les digo a los obispos con toda cordialidad: moral de sacrificio no, cultura de la dignidad sí.

Cristóbal Orellana González


Fuente: Cristóbal Orellana González