Rodolfo Walsh fue un escritor y periodista argentino que, en plena dictadura militar, decidió trabajar como experto de inteligencia en la resistencia. A medida que sus compañeros iban cayendo, conocedor de que su fin sería cercana en esa guerra sucia, el primer aniversario del golpe militar, un día antes de ser abatido a tiros por la policía de Videla, escribió una carta abierta al dictador.

En el documento, más allá de torturas, asesinatos y desapariciones, denunció que «aquello no era lo que más sufrimientos ha ocasionado al pueblo ni las peores violaciones de los derechos humanos. Es la política económica de este gobierno una atrocidad peor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada «.

En el documento, más allá de torturas, asesinatos y desapariciones, denunció que «aquello no era lo que más sufrimientos ha ocasionado al pueblo ni las peores violaciones de los derechos humanos. Es la política económica de este gobierno una atrocidad peor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada «.

Este testigo, recogido por Naomi Klein en su libro La doctrina del shock, sirve para comprender la lógica de los golpes militares que asolaron Latinoamérica a lo largo de los setenta y que supusieron décadas perdidas, a un continente que sólo consigue levantar cabeza en la medida de la desobediencia a la ortodoxia económica. De hecho, Klein explica, en una tesis compartida por la mayoría de historiadores independientes, que la aplicación de políticas neoliberales fue implementada, al más puro estilo de experimentos con millones de personas como conejillos de indias, mediante brutales golpes militares, intensa represión, violencia, tortura y dolor, acompañado de privatizaciones, eliminación y recortes de servicios públicos y aplastamiento de derechos laborales.

Los resultados: un empobrecimiento generalizado, sociedades duales, generaciones enviadas al centro de recogida del sistema, estados y política deslegitimada, y al mismo tiempo, una gran voluntad rupturista a menudo expresada con lo que algunos denominan «populismos». De hecho, los resultados de las políticas, y su profundización a partir de gobiernos neoliberales (con Carlos Andrés Pérez, Carlos Menem, Sebastián Piñera …) completaron esta «miseria planificada» traducido en un porcentaje significativo de las sociedades latinoamericanas al margen del país oficial, embarradas en una dinámica de economía informal, analfabetismo, enfermedad, marginación y desesperanza.

La periodista y activista canadiense, en su Doctrina del shock (2007), probablemente uno de los libros más influyentes de este siglo, continúa ofreciendo la crónica de la conquista del mundo por parte de un neoliberalismo que actúa como una plaga de langostas. Élites parasitarias se lanzan repentinamente encima de los estados de bienestar, educación, servicios públicos, sanidad, pequeñas y medianas empresas y devoran todo lo que encuentran a su paso, dejando un paisaje desolado. El ataque se produce vía golpes militares, catástrofes naturales, corrupción política, invasiones, o crisis económicas, ya sean cíclicas, ya sean inducidas.

De hecho, la crisis económica actual es una buena muestra de cómo la miseria planificada de la mayoría social es uno de los medios para alcanzar el objetivo de devorarlo todo. A fin de que la minoría dominante pueda mantener el nivel de beneficios extraordinarios (y también de mantener firmes las riendas del poder real) implica la destrucción del pacto social de posguerra. No importan las consecuencias. A estas alturas, el mantenimiento de la ortodoxia económica neoliberal provoca en el aquí y ahora hambre, desempleo endémico, pobreza, desesperación, suicidios … en una especie de genocidio silencioso.

Técnicamente hablando, tampoco podríamos hablar de crisis económica, pues la principal consecuencia, en occidente en general y en nuestro país en particular, es la agudización de unas diferencias sociales ya exorbitantes. Mientras, vía matrículas abusivas, se expulsa de la universidad miles de jóvenes de clase trabajadora, Ferrari no puede hacer frente a la demanda de sus automóviles de lujo. Mientras se impide a personas acceder a tratamientos sanitarios básicos, no paran de crecer las tiendas de lujo. Mientras hay niños que, literalmente, se desmayan de hambre en las escuelas catalanas, las élites colapsan las listas de espera de los restaurantes de lujo. Mientras se envía al paro o el exilio económico millones de jóvenes y mayores, la casta parasitaria de nuestras élites se ponen salarios anuales de siete y ocho dígitos.

No es una crisis económica, porque nuestro poder político, teledirigido por el poder económico, ha vetado aquellas medidas de probada eficacia, dentro de la ortodoxia keynesiana, que permite hacer frente con garantías de éxito en situaciones excepcionales: no se permite tirar de gasto público (al contrario, se recorta para poder colonizar los servicios públicos con capital privado o deuda), ni se permite imprimir dinero (para evitar una erosión de la capacidad adquisitiva de los propietarios del capital), ni se fomenta un reparto del trabajo (para sobreexplotar los que todavía tienen trabajo, y propiciar un número excesivo de desempleo a fin de renegociar a la baja condiciones salariales y laborales), ni se potencia los sindicatos (más bien se persigue a los sindicalistas honestos) ni se persigue realmente el fraude fiscal (se continúan blindando paraísos fiscales).

Por tanto, la ortodoxia económica, patrocinada por unos economistas con una estructura mental propia de Al Qaeda, impide la reforma del sistema, ni la más mínima racionalidad y equilibrios sociales. Por tanto, los políticos sumisos al capital económico siguen la lógica de Videla y Pinochet de preservar los intereses de unos pocos a base de una miseria planificada.

En estas circunstancias, sólo queda una posibilidad: la enmienda a la totalidad del sistema. Lo que, en términos periodísticos contemporáneos llama «populismo», y que etimológicamente se debería definir como «radicalidad democrática», es decir, el retorno a las raíces del poder del pueblo, hecho sólo posible si la igualdad es tatuada en el epicentro del sistema. Un cambio de sistema, que, ciertamente, ya diferencia de lo que incompletamente ha resuelto a las sociedades latinoamericanas, deberá comportar necesariamente juicios populares contra todos aquellos que, en la actualidad, forman parte de este engranaje de la miseria planificada.

Al fin y al cabo, la justicia tiene la obligación de juzgar y condenar toda aquella violación de los derechos humanos. Y la miseria planificada que practican nuestros gobiernos, nuestro gran empresariado, nuestras escuelas de negocios, nuestros economistas talibanes, los diseñadores y ejecutores de los recortes y los inductores de la desigualdad extrema, también deben encontrarse en la misma situación que el dictador Videla, pues la miseria planificada también es un crimen contra la humanidad.

* Xavier Díez es historiador

http://blocs.mesvilaweb.cat/node/view/id/246821

http://cgtcatalunya.cat/spip.php?article9245#.UcF8H-fwkVA


Fuente: Xavier Díez