Reseña y comentarios del libro de Dolors Marin "Ministros anarquistas"
¿Que diríamos al descorchar una botella de buen rioja si encontráramos agua ? ¿Qué de una carísima tarrina de caviar ruso que contuviera atún ? Nos sentiríamos por supuesto decepcionados, y quizás también estafados porque la etiqueta no se corresponde con el contenido real.
Octavio Alberola. Respuesta al artículo de BALANCE, "Ministros anarquistas"
Reseña y comentarios del libro de Dolors Marin «Ministros anarquistas»
¿Que diríamos al descorchar una botella de buen rioja si encontráramos agua ? ¿Qué de una carísima tarrina de caviar ruso que contuviera atún ? Nos sentiríamos por supuesto decepcionados, y quizás también estafados porque la etiqueta no se corresponde con el contenido real.
Octavio Alberola. Respuesta al artículo de BALANCE, «Ministros anarquistas»
Eso nos ocurre con el título y la primera página del libro de Dolors Marín, que se inicia con una serie de interesantes preguntas que luego no son contestadas en el libro. En vano buscaremos, tras leer el libro de cabo a rabo, las conclusiones a las que ha llegado la autora. No hay conclusiones.
El libro se limita a efectuar unas biografías, más o menos interesantes, de cuatro militantes anarcosindicalistas que tienen por denominador común el de haber sido ministros del gobierno republicano, como podrían haber tenido el denominador común de tener la nariz larga o el de contarse entre los «mejores hombres» de la CNT, incluida Federica. Por otra parte no se dice nada, o muy poco, de los militantes anarcosindicalistas que detentaron el cargo de «conseller» en el gobierno de la Generalidad de Cataluña. Además Marín se ha olvidado por completo de Segundo Blanco, ministro de educación y Sanidad, por la CNT, en el segundo y tercer gobierno Negrín, desde abril de 1938 al final de la guerra. Un error imperdonable.
Pero aunque tanto el título del libro como las preguntas iniciales apuntaban a que la autora iba a enfrentarse a un tema tabú en la CNT, que para nosotros se concreta en estas preguntas : ¿por qué la CNT produjo ministros ?, ¿por qué la CNT-FAI se convirtió de hecho, en 1938, en un partido político antifascista más ?, ¿por qué la CNT-FAI en 1936 no sólo no destruyó el Estado capitalista sino que fue su mejor pilar en un momento de crisis revolucionaria ?, lo cierto es que Marín no da respuestas, y de hecho también plantea mal las preguntas. Pero es que Marín, además, da la penosa sensación de que no puede dar respuestas.
Dejemos de lado las mejores páginas de Marín, en las que copia sin citar largas parrafadas de artículos ajenos sobre El Júpiter o el discurso de Durruti del 4 de noviembre de 1936. Dejemos de lado los más o menos interesantes datos biográficos, ya conocidos, sobre López, García, Montseny y Peiró, y las eficaces tijeras generosamente aplicadas a recortar textos ya publicados, sobre todo de Peirats.
¿Qué nos dice Marín, qué es lo que realmente piensa y quiere que sus lectores crean que es importante entender y comprender para aceptar la existencia de ministros anarquistas ? ¿Qué puede disculpar y hasta hacernos aceptar como normales denominaciones tales como esa surrealista expresión, tan contradictoria, que resulta de juntar esas dos palabras tan opuestas y antagónicas como negro y blanco, verdad y mentira, anarquista y ministro ? ¡»Ministros anarquistas» : «lo negro es blanco», «la verdad es mentira» ! Ese es el núcleo de la cuestión.
Mas la respuesta de Marín es la de un vago sentimentalismo obrerista, fundamentado en la sencilla honestidad de esas humildes y sufridas vidas de unos militantes anónimos de base, que disculpan, porque ni discuten ni entienden lo que los altos jerarcas cenetistas hicieron, porque les dijeron que las circunstancias impusieron la necesidad de renunciar a los principios, y porque pese a todo durante algunos meses creyeron vivir en la utopía. Esa y no otra es la respuesta de Marín (página 246) a un tema tan tabú como importante, ambigüo y contradictorio en el movimiento anarquista : ¿por qué hubo ministros anarquistas ? Marín nos responde que las circunstancias, el destino, la historia, los dioses de la guerra o la casualidad así lo quiso y así lo hizo inevitable. Marín nos dice que sucedió así porque así sucedió, porque no hubo otra alternativa real, pero además de estas tautologías también nos dice que pese a todo valió la pena colaborar con el Estado republicano y renunciar a hacer la revolución, porque en sanidad y justicia se alcanzaron metas y logros hasta entonces impensables : el divorcio y la interrupción del embarazo, la posibilidad de la autodefensa judicial o los campos de trabajo, la reforma educativa, y un etcétera de reformas menores hoy absolutamente superadas, pero que en 1936-1939, según Marín, eran auténticas y valiosas «conquistas revolucionarias».
Y todo eso parece justificar adecuadamente, según Marín, la renuncia a una revolución total y totalitaria de la clase obrera que diera una definitiva patada al viejo mundo capitalista.
Marín, que nos regala con unos disparatados y poco informados capitulillos sobre pistolerismo, aborto y feminismo, que no vienen a cuento, ni siquiera cita, cuando trata muy de pasada a los opositores al colaboracionismo, de la alternativa libertaria de la agrupación de «Los Amigos de Durruti», que se opuso a la militarización y a la dejación de principios que suponía la participación de los anarquistas en las tareas ministeriales de un gobierno burgués. Incluso cita entre los opositores de más valía a Juan Santana Calero, sin decir nunca que éste militó en la «Agrupación de Los Amigos de Durruti», organización que Marín no cree oportuno mencionar en ningún momento.
Marín no dice nunca que el papel de los ministros anarquistas no fue otro que el de defender en el gobierno de la República (y en el gobierno de la Generalidad) el programa y los intereses propios de un gobierno de unidad antifascista, es decir, de un gobierno de unidad sagrada del movimiento obrero con la burguesía democrática, como los que existieron en la Primera Guerra Mundial en Francia y Alemania, cuando se enviaba a los trabajadores franceses y alemanes al combate y la matanza entre ellos por el bien de la patria francesa o alemana. El movimiento libertario (¡después de setenta años de sermones antiestatales !) no quiso saber ni entender que las funciones estatales no varían ni un ápice porque haya cambiado el color político de las personas que ostentan el cargo de ministro. Los archivos demuestran claramente que, por ejemplo, Pedro Herrera, conseller de Sanidad, y Abad de Santillán, conseller de Economía, en los debates del gobierno de la Generalidad defendían y se comprometían a trabajar para que el movimiento libertario cumpliera los decretos emanados por el gobierno (sobre desarme de la retaguardia, militarización de las Milicias, disolución de los comités revolucionarios locales, limitación y sumisión de las colectivizaciones al decreto de octubre del 36, etcétera). Los ministros lo eran para integrar y someter el movimiento anarcosindicalista en el gobierno de unidad antifascista y dejarían de ser útiles, como tales, si no pudieran o supieran conseguir esa sumisión. Los ministros y “consellers” anarquistas simplemente ejercieron lo mejor que supieron sus funciones de ministro y “conseller”, en el seno del engranaje estatal. Pedro Herrera, como «conseller» de Sanidad, y «Marianet», como secretario de la CNT, en la reunión extraordinaria del Consejo de la Generalidad del 5 de noviembre de 1936 aceptaron imponer la militarización en las milicias anarquistas, suplicando a Companys, Sandino y Comorera algo de tiempo para conseguir poner en cintura a los incontrolados del frente, como Buenaventura Durruti, y a los de la retaguardia, como Manuel Escorza. Por esto al día siguiente el no menos incontrolado Liberto Callejas cesaba como director de la «Soli», sustituido por Jacinto Toryho, acérrimo defensor del antifascismo republicano, de la militarización de las Milicias y del colaboracionismo. Empezaba un desgarro organizativo inconfesable entre la alta jerarquía libertaria, colaboracionista, y el sector crítico y purista de la militancia, al que esos mismos jerarcas descalificaban despectivamente, al igual que el resto de partidos burgueses, junto con los estalinistas y poumistas, como «los incontrolados».
Le recomiendo encarecidamente a Marin la lectura del libro de François Godicheau «La guerre d’Espagne. Republique et révolution a Catalogne» (Odile Jacob, 2005) para que actualice adecuadamente sus conocimientos sobre la auténtica tragedia que supuso para los libertarios «de base», críticos con el anarquismo de Estado, la maquiavélica política estalinista, impulsada por Negrín y los soviéticos, de integrar a los jeracas ácratas en el aparato estatal, al tiempo que se desataba una feroz represión contra «los incontrolados».
El 19 de julio la clase obrera barcelonesa derrotó al ejército casi sin armas, pero en mayo del 37 los obreros, fuertemente armados, fueron derrotados. ¿Por qué ? : porque en julio tenían unos objetivos políticos claros de derrotar al ejército en la calle ; y por el contrario en mayo estaban políticamente desarmados, organizativamente divididos y los propios líderes estaban ya del otro lado de la barricada. Mayo del 37 fue un movimiento espontáneo que carecía de objetivos precisos. Y «Los Amigos de Durruti» intentaron dar esos objetivos : sustituir la Generalidad por una Junta Revolucionaria (sin alianza alguna con la burguesía y el estalinismo) y dar todo el poder económico a los sindicatos. Pero fracasaron. «Los Amigos de Durruti» en mayo de 1937 eran una Agrupación anarquista con cinco mil simpatizantes con carné y cuatrocientos hombres armados en la calle. Y enfrente, del otro lado de la barricada se encontraron con los de siempre : la policía, el burgués, el gobierno ; pero ahora como novedad también a la burocracia obrera cenetista y estalinista. Y esto Marín ni lo explica ni lo dice. Porque si bien es cierto que después de mayo de 1937 soviéticos y estalinistas iniciaron una brutal y feroz represión del movimiento obrero, ello fue posible gracias a la pasividad y permisividad de la dirección cenetista, a la que por otra parte le convenía la represión de la militancia crítica con el colaboracionismo que ellos encarnaban. La ambigüedad del anarcosindicalismo, entre una teoría àcrata aparcada y un pragmatismo antifascista que anteponía a todo la victoria militar, condujo a un divorcio de los altos jerarcas anarquistas respecto a la militancia de base. Quince mil presos antifascistas había en 1938 en las prisiones de Negrín, en su mayoría anarquistas, mientras la CNT y la FAI seguían colaborando en el esfuerzo de guerra de un gobierno estalinista que ejercía una feroz represión en las filas anarquistas. Claro que esa represión además de no afectar a los altos jerarcas anarcosindicalistas, iba dirigida sobre todo contra los sectores críticos, revolucionarios y anticolaboracionistas del anarcosindicalismo, y eso favorecía el dominio de la alta jerarquía ácrata sobre sus incontrolados.
La pregunta fundamental, la cuestión tabú del movimiento libertario y el tema que tantos libros e historiadores o militantes no llegan a dilucidar, porque no la comprenden, es porqué los revolucionarios de ayer, como García Oliver, se convirtieron unos meses después en ministros, en bomberos, en contrarrevolucionarios… ¿Por qué los líderes anarquistas y / o el movimiento libertario renunciaron a la revolución ? Marín tampoco nos contesta a esta pregunta, aunque en la primera página de su libro nos anuncia que va a hacerlo.
¿Por qué los que ayer eran revolucionarios, unos meses después fueron contrarrevolucionarios ? Desde el primer momento el movimiento libertario sostuvo la unidad antifascista. Se trataba de unirse con socialistas, estalinistas, poumistas, republicanos y catalanistas para derrotar al fascismo. El antifascismo fue en los años treinta el peor veneno y la mayor victoria del fascismo, porque consiguió sustituir el combate por la revolución obrera en una lucha favorable a la conservación de la democracia burguesa. La unión sagrada de todos los antifascistas para derrotar al fascismo y defender la democracia suponía para el movimiento libertario renunciar a los propios principios, a un programa revolucionario propio, a las llamadas «conquistas revolucionarias», a ir a por el todo… : “renunciamos a todo menos a la victoria”, para someterse al programa e intereses de la burguesía democrática.
Es ese programa de unidad antifascista, de colaboración plena y leal con todas las fuerzas antifascistas, el que condujo a la CNT-FAI rápida e inconscientemente a la colaboración gubernamental con el objetivo único de ganar la guerra al fascismo.
Es esa adhesión al programa antifascista (esto es, de defensa de la democracia capitalista) el que explica porqué y cómo los mismos líderes revolucionarios de ayer se convirtieron algunos meses después en ministros, bomberos, burócratas y contrarrevolucionarios.
No nos sirve de nada que Marín nos diga que se obtuvieron algunos éxitos y conquistas notables en el campo de la igualdad de la mujer, o en el jurídico, o en la reforma educativa. Porque los hechos son muy tozudos y evidentes : se perdió lo que más importaba, esto es, la guerra de clases, porque el movimiento obrero colaboró con el Estado capitalista, y disculpar esto con éxitos menores (de carácter feminista, jurídico o educativo) es lo mismo que un ateo comulgando con ruedas de molino.
Marín nos dice que García Oliver, Peiró, López y Federica, aunque cometieron errores, fueron honestos e incluso consiguieron alguna reforma apreciable, o lo intentaron (porque a Peiró no le dejaron hacer nada en Industria), y con eso parece dar a entender que disculpa la renuncia a una revolución total. Pero aquí no se discute la honestidad de NADIE. Lo cierto es que fue la CNT-FAI quien, falta de una teoría REVOLUCIONARIA sobre el poder, engendró eficientes ministros y burócratas que ahogaron el impulso revolucionario de las masas cenetistas. Esas carencias teóricas y organizativas transformaron a la CNT-FAI en una organización más del aparato estatal republicano, PORQUE SE SOMETIERON AL GOBIERNO DE UNIDAD ANTIFASCISTA Y ADOPTARON EL PROGRAMA DE LA BURGUESIA REPUBLICANA .
Marín no entiende que o se está por el Estado burgués y se le fortalece, como hizo la CNT-FAI en 1936, o se está contra el Estado burgués y por su total destrucción y desaparición, y es esa destrucción precisamente el principio y punto de partida de una verdadera revolución proletaria. Pero no se puede apostar por las dos cosas, o como hacen e hicieron muchos, en teoría por lo uno y en la práctica por lo otro. Claro está que para resolver contradicciones e incoherencias tan evidentes siempre se puede recurrir a la excusa de las circunstancias y de la transitoriedad : “después de tomar Zaragoza”, “lo primero es vencer al fascismo” ; o incluso olvidando que el único deber de los revolucionarios es el de hacer la revolución, y que fue la derrota de la situación revolucionaria en sus primeros pasos la que hizo perder la guerra y dio vía libre primero al estalinismo (¡quince mil presos antifascistas en las cárceles de Negrín en 1938 !) y luego al fascismo (cuarenta años de franquismo). Hay que aprender de las derrotas del proletariado : y la lección a sacar del 36 es que una revolución es total y totalitaria o está perdida. Y ese fue el grito de «los incontrolados».
Para reformas menores como las que valora Marín, ayer bastaba con la República de Azaña, y hoy hasta nos vale la actual democracia parlamentaria. Para alcanzar esas reformas no era necesario ningún 19 de Julio.
¿O con el Estado o contra el Estado ? ¿Reforma o revolución ? ¿Anarquismo de Estado o incontrolados ? !Ministros anarquistas : eso es inconcebible !
Balance, mayo 2005.
Par : BALANCE. Cuadernos de historia
Fuente: BALANCE. Cuadernos de historia