Los hechos ocurrieron hace más de diez años. En 1996, en el estado nigeriano de Kano se produjo una epidemia de meningitis que afectó sobre todo a la población infantil. Por entonces, la multinacional farmacéutica más poderosa del planeta, Pfizer, se disponía a comercializar un antibiótico denominado Trovan (trovafloxacino). Era una gran oportunidad para probar in situ el preparado que luego iría destinado al mercado occidental.
Pese a que las organizaciones humanitarias consideraron antiético el experimento, la firma estadounidense no dudó en aprovechar la coyuntura : epidemia vírica severa ; población necesitada de recuperar su salud ; y una empresa deseosa de probar su medicamento en las “mejores” condiciones con el menor coste posible. La administración de este medicamento a unos 200 niños pudo ser la causa de la muerte de al menos once de ellos mientras que decenas sufrieron graves daños en su salud, dolencias cerebrales, ceguera o sordera, entre otras.
A finales de diciembre pasado un Tribunal de Justicia nigeriano ordenó el arresto de tres directivos de Pfizer, entre los que se encuentra el máximo responsable de la filial norteamericana en dicho país, Ngozi Edozien. El próximo 30 de julio comenzará la revisión de la demanda. Según los funcionarios del Ministerio de Sanidad de Nigeria que investigaron el asunto, el laboratorio no llevó a cabo los protocolos establecidos para este tipo de ensayos clínicos. Otra de las acusaciones que ha recibido la corporación farmacéutica es que no confirmó el consentimiento informado de los padres, algo obligatorio para que las pruebas puedan realizarse. La compañía asegura que sí obtuvo la autorización de los progenitores de las víctimas, aunque no queda claro si en ese caso el consentimiento estaba firmado, pues recogerlo de manera verbal no cuenta.
El gobierno de Nigeria ha presentado ante la Corte Suprema Federal documentos con los que quiere demostrar que Pfizer no obtuvo la autorización de las agencias reguladoras de aquel país para realizar los análisis clínicos en los infantes.
También es de destacar el retraso en actuar del gobierno nigeriano, que no lo hizo hasta después de que los padres de las víctimas, agotados por una serie de demandas infructuosas, consiguieran, después de once años, que éstas fueran escuchadas y que el gobierno de la región de Kano pidiese responsabilidades a la firma estadounidense.
Otro problema para los padres de los niños y niñas que fallecieron o quedaron gravemente dañados por el ensayo es que hay una aprobación del Comité Ético de la región de Kano, y que se experimentó cuando había una enfermedad circulando en el ambiente, por lo que los efectos secundarios pueden atribuirse a la meningitis (la sordera y la ceguera que padecen muchos de los afectados) y no al mencionado medicamento (hepatitis).
El caso de Pfizer en Kano recuerda mucho a otro muy citado, el Estudio de Sífilis de Tuskegee (Alabama). Como explico en el libro “Traficantes de salud”, este crimen, pues no fue más que eso, fue realizado durante el primer tercio del siglo veinte y se sucedió hasta bien entrados los años setenta del pasado siglo. Con fondos del Servicio Estadounidense de Salud Pública se administró placebo a varios cientos de trabajadores pobres afroamericanos víctimas de la sífilis con el sádico objetivo de observar cómo morían o si el efecto placebo les salvaba. Estas prácticas duraron cuatro décadas hasta que fueron denunciadas públicamente por un periodista.
El caso Trovan inspiró, casi con toda seguridad (el autor basa sus libros en casos reales), la novela de John Le Carré “El jardinero fiel”, que luego se llevó al cine. Éste es uno de los temas más candentes de la actualidad del mundo sanitario hasta el punto de que, en febrero de 2008, representantes de Farmacie Mondiaal, Health Action International (HAI) Europe, la European Medical Students Association (EMSA), Wemos o SOMO (Centro de Investigaciones sobre Empresas Multinacionales), presentaron los documentos nuevos “Ethics for Drug Testing in Low and Middle Income Countries” y “A bitter Pill” en Estrasburgo a miembros del parlamento europeo.
La coalición pide a los políticos que frenen las medicinas comercializadas con ensayos clínicos no éticos. Un número creciente de fármacos se venden en nuestras farmacias tras haberse probado en China, Rusia o India, países con menores regulaciones para hacer ensayos clínicos y en muchos casos no se cumplen las mínimas normas éticas.
Fuente: Miguel Jara