Tragarse la lengua
para exiliar las palabras en el foso trágico de las gargantas que no dicen nada
es tragarse, podrida, una vida que claudica.
Callar hoy la amargura, el escalofrío, la pedante felonía que avanza paso a paso,
es deshuesar

los sueños y sus gritos
para sepultarlos deprisa en las tinieblas de la cobardía.
Bajar la voz,
cerrar la casa por dentro, agriar el pan que se mendiga,
oxidar el compromiso con quien maldice esta lenta profecía de respirar a plazos, despacio, de prestado,
es matarse poco a poco
ciego, mudo, esclavo.

Dejarse sobornar por el espanto
y ver al que lucha como un estorbo,
alguien que merece el látigo, el castigo
es morir para los otros.
No dejar que la voz acompañe
tu dolor, nuestra impotencia,
los epitafios ásperos con los que
nos amargan los días
es ceder los hijos
para que hagan con ellos
dóciles cadáveres
que solo trabajan.

Y ya no tienes tiempo para ser neutral.
La quietud de tu silencio
masacra
a quienes apuestan
por un mundo sin canallas.
Silvia Delgado Fuentes