Artículo de opinión de Rafael Cid

Confundir causas con efectos y viceversa es algo habitual en la atropellada vida cotidiana. Una confusión que, aunque limita nuestra percepción del mundo circundante, no suele implicar mayores trastornos. Salvo que esa práctica se instale como rito en el universo político. Entonces estamos siendo víctimas de un deliberado experimento de alucinación masiva. Una especie de doma instada desde los poderes fácticos mediante el manejo de significantes y significados al margen de la realidad, fomentando espejismos y auspiciando falsas expectativas.

Confundir causas con efectos y viceversa es algo habitual en la atropellada vida cotidiana. Una confusión que, aunque limita nuestra percepción del mundo circundante, no suele implicar mayores trastornos. Salvo que esa práctica se instale como rito en el universo político. Entonces estamos siendo víctimas de un deliberado experimento de alucinación masiva. Una especie de doma instada desde los poderes fácticos mediante el manejo de significantes y significados al margen de la realidad, fomentando espejismos y auspiciando falsas expectativas.

Algo de eso sucede con la interesada lectura que la Marca España (clase política, medios de comunicación, analistas, etc.) está haciendo en torno a la segunda y decisiva vuelta de las elecciones francesas. Fiscalizadas de parte como si sus efectos trascendieran inevitablemente sobre nuestro debate político. Se trata en concreto del discurso sobre si los seguidores de  la Francia Insumisa del “no es no”, que lidera Jean-Luc Mélenchon, deben decantarse, “sí o sí”, por el socioliberal Enmanuel Macron para frenar el avance al ultranacionalista Frente Nacional de Marine Le Pen.

Hay unanimidad en nuestros expertos. Populares y socialistas, y todos sus agentes de influencia en la prensa y las televisiones, lo tienen claro. Si Mélenchon no da la orden de apoyar a Macron su formación estará haciendo el juego a la extrema derecha desde la extrema izquierda. No valen ni el voto el blanco ni la abstención. Y por supuesto, esa presunta complicidad sería la prueba de que los extremos se tocan, quedan el centro como Bálsamo de Fierabrás. Así de simple. O estás conmigo o estás contra mí, aunque el propio Mélenchon haya insistido a título personal que él nunca votaría a Le Pen. Un maniqueismo traído por los pelos que permite el más difícil todavía de convertir en gemelos a dos formaciones políticas diametralmente opuestas, antagónicas en sus principios.

Cogiendo el rábano por las hojas, sin importar que las soflamas rocen el ridículo. Porque quienes hacen esa acusación, republicanos y socialistas fundamentalmente, son precisamente los responsables directos del inquietante crecimiento de Marine Le Pen. Ellos y no otros son quienes  impusieron las políticas austericidas que han llevado a amplias capas de la clase trabajadora a dejarse seducir por los cantos de los nuevos salvapatrias. Por no hablar de las medidas xenófobas y de la involución de derechos y libertadas llevadas  a cabo por sus respectivos gobiernos. Ergo, el ministro del Interior Manuel Vals con la comunidad gitana y el acoso a los refugiados confinados en los alrededores del Paso de Calais. O el PSF de Hollande, después de haber llegado al Elíseo con la promesa de echar abajo lo perpetrado por Nicolás Sarkozy. Como Tsipras en Grecia.

Especialmente cínica es la posición de estos estamentos en nuestro país. Aquí la acusación va dirigidos contra Pablo Iglesias, aprovechando que Mélenchon pasaba por ahí. La tesis es abracadabrante. Que  Mélenchon no de su brazo a torcer para encumbrar a Macron es la prueba de que en casa Podemos solo busca perjudicar a los socialistas,  aunque sea a costa de fortalecer al Partido Popular. Porque, aducen, en su día no quisieron secundar el pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Perfecta metonimia política que olvida con increíble descaro que antes fue Ferraz quien negó por activa y por pasiva un acuerdo con la formación morada para evitar el gobierno de los populares; que fue la gestora de Ferraz quien con su flagrante abstención facilitó la investidura de Mariano Rajoy; y que hace dos telediarios esa misma dirección socialista ha salido por peteneras cuando Podemos ha planteado una moción de censura al PP (“el partido más corrupto de la historia reciente”, según esgrime el PSOE de Fernández y Díaz).

Como tantas veces sucede, se juega con la analogía histórica como argumento de autoridad para intentar asimilar situaciones difícilmente comparables. En esta ocasión el tremendismo pretende comprometerlo con lo sucedido en los años treinta del siglo pasado en Alemania. Cuando los comunistas atacaron a los socialdemócratas (“socialfascistas”, fue la insidiosa aportación del Kominform) haciéndole por omisión el trabajo sucio  al naciente partido nazi, que prosperó en tierra de nadie. Pero nada que ver. Son situaciones distintas y distantes. Es más, es el ejemplo contrario, y al citar la bicha sus abanderados se han disparado un tiro en el pie. La absurda criminalización de Francia Insumisa y de Podemos, no solo nace precisamente de aquellos que han alimentado al monstruo parafascista, sino que supone jugar con fuego al hurtar la verdadera naturaleza del conflicto. El artificial “todos contra Le Pen” que, sin duda dará la presidencia de la República a Macron, supone dar una patada hacía adelante al problema. Otorga al Frente Nacional la condición de víctima cara  a las legislativas de junio.

Pregunta: ¿si el duelo final hubiera sido entre Le Pen y Mélenchon, a quién habrían preferido los fans de Macron y cía?


Fuente: Rafael Cid