Existe una cultura de la mentira oficial : la desinformación política, una de las más perniciosas armas de sometimiento. Lejos de ser un arte, como afirma el dicho, el ejercicio eficaz de la mentira desde arriba sólo exige contumacia. Al generalizarse secuencialmente la mentira como una rueda de mentiras, su propia dinámica crea el olvido necesario para abrir pista a nuevas mentiras. Llueve sobre mojado. La mentira no es de derechas ni de izquierdas. Es autoritaria y totalitaria. Un atributo del Poder que crea las condiciones objetivas para la corrupción, la explotación y la dominación. Las mentiras de la guerra de Irak, las del Prestigie, las de la no modificación del Pacto de Estabilidad, son recursos de los Estados para pastorearnos. Lo que pasa es que la mentira supone un punto de fuga en algo que se nos vendió como una verdad a ciegas. Por eso la legítima rebeldía empieza por denunciar las mentiras de curso legal.
La ideología dominante suele narcotizarnos con un puñado de buenas intenciones y bonitas palabras. Una de las expresiones más rentables es la “verdad”. Resulta casi una divisa. Como el término “democracia”. Basta insertarlos en un discurso para que una simple patraña alcance el estrellato. Desde el efecto placebo de aquel eslogan “la verdad os hará libres”, hasta la sórdida realidad de hoy, la explotación global se construye siempre con la verdad por delante, que es mentira. Cosas del panóptico dominante. Hasta un liberal gourmet como Jean-Françoise Revel escribió una libro para demostrar que la mentira mueve el mundo y que, por tanto, todo el conocimiento que obtenemos es inútil. Cada día hay más ejemplos del imperio de la mentira. La neolengua ha hecho de la mentira un servicio público fundamental.
Existe una cultura de la mentira oficial : la desinformación política, una de las más perniciosas armas de sometimiento. Lejos de ser un arte, como afirma el dicho, el ejercicio eficaz de la mentira desde arriba sólo exige contumacia. Al generalizarse secuencialmente la mentira como una rueda de mentiras, su propia dinámica crea el olvido necesario para abrir pista a nuevas mentiras. Llueve sobre mojado. La mentira no es de derechas ni de izquierdas. Es autoritaria y totalitaria. Un atributo del Poder que crea las condiciones objetivas para la corrupción, la explotación y la dominación. Las mentiras de la guerra de Irak, las del Prestigie, las de la no modificación del Pacto de Estabilidad, son recursos de los Estados para pastorearnos. Lo que pasa es que la mentira supone un punto de fuga en algo que se nos vendió como una verdad a ciegas. Por eso la legítima rebeldía empieza por denunciar las mentiras de curso legal.
La ideología dominante suele narcotizarnos con un puñado de buenas intenciones y bonitas palabras. Una de las expresiones más rentables es la “verdad”. Resulta casi una divisa. Como el término “democracia”. Basta insertarlos en un discurso para que una simple patraña alcance el estrellato. Desde el efecto placebo de aquel eslogan “la verdad os hará libres”, hasta la sórdida realidad de hoy, la explotación global se construye siempre con la verdad por delante, que es mentira. Cosas del panóptico dominante. Hasta un liberal gourmet como Jean-Françoise Revel escribió una libro para demostrar que la mentira mueve el mundo y que, por tanto, todo el conocimiento que obtenemos es inútil. Cada día hay más ejemplos del imperio de la mentira. La neolengua ha hecho de la mentira un servicio público fundamental.
Mentira y no verdad es negar la evidencia de los resultados electorales del País Vasco, para intentar predisponer a la opinión pública en la dirección de la opinión publicada. Y por tanto suplantar los auténticos intereses de los ciudadanos-electores por los intereses ocultos pero igualmente descarados de los amos de los medios de comunicación, el capital y su cohorte política. El tema es tan vergonzoso que muchos de los tertulianos, periodistas y seudoanalistas que la noche electoral presentaban la alianza PNV-EA-PSE como el único camino posible “a tenor del veredicto e las urnas”, una semana después, visto el fracaso de su chantaje, se atreven a postular otras interpretaciones como si tal cosa. Lo mismo que intentaron cuando las elecciones catalanes y el resultado de un gobierno tripartito de izquierdas. Calcado.
Mentira y no verdad son las últimas evidencias filtradas del sumario judicial del 11-M, en línea diametralmente opuesta a la radiante escenificación que nuestras autoridades hicieron como balance de aquellos dramáticos hechos para evitar que la indignación de la gente se desbordara. Hoy conocemos que tres meses antes de la masacre la policía supo por un confidente que había en marcha una acción terrorista “para poner bombas en los trenes” y no hizo nada para impedirlo. Como sabíamos que los explosivos con que se llevó a cabo el atentado que costó la vida a casi doscientas personas también había sido facilitados por confidentes de la policía y a la guardia civil. Confidentes pagados con nuestros impuestos. Y sin embargo, el primer gesto de aquel gobierno fue premiar públicamente la letal incapacidad de la cúpula de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, reafirmando la sospecha de que el Estado sólo son ellos.
Mentira y no verdad son los manejos para tapar la insumisión social que estremece a Francia a costa del referéndum por una Constitución europea que institucionaliza el desmantelamiento del Estado de Bienestar, entroniza como deber fundamental el mercado competitivo destinado a privatizar los servicios públicos y lamina los derechos sociales de los trabajadores. Mentira radiada, televisada y escrita por los medios de persuasión de masas para tratar de sofocar la debacle del Partido Socialista Francés. Un PSF que promovió una votación mayoritaria por el Sí y ahora comprueba que “las bases” están por el No rotundo. ¿Cabe ejemplo más colosal de la absoluta falta de representatividad de una formación política ?
Mentira y no verdad también es el proyecto del Gobierno para la rehabilitación “moral, simbólica y solemne” de los damnificados de la guerra y la dictadura. Mentira obscena porque la medida pretende situar en igualdad de condiciones a víctimas y verdugos. A los facciosos que se sublevaron contra la primera democracia de nuestra historia y a los que pagaron con su vida por defenderla y sufrieron mil penalidades. Mentira porque la iniciativa así planteada encubre una nueva “amnesia” para los liberticidas cuando el clamor popular para rescatar la memoria histórica parece incontenible. Y mentira porque si fuera algo más que el último rictus de una política de gestos conllevaría la reparación en profundidad de aquellos agravios y la condena al ostracismo público de cuantos contribuyeron decisiva y voluntariamente a aquella ignominia, desde Fraga hasta Juan Carlos.
¿De qué sirven las grandes palabras, como democracia, libertad de información, elecciones libres o separación de poderes, si todos son cuentos ? Naciones mucho menos poderosas que la europea España, como Chile, Argentina y últimamente Uruguay, lo han hecho. Han acabado con esos viejos cuentos, poniendo final a la ley de punto final. ¿Seguirá siendo España in-diferente ?