Artículo de opinión de Rafael Cid.
“Cuanto menos le entienden más le aplauden”
(Fray Gerundio de Campadas, alias Zotes)
“Cuanto menos le entienden más le aplauden”
(Fray Gerundio de Campadas, alias Zotes)
Fin de ciclo. Escanciado el 15-M en los odres institucionales del primer Podemos; fulminado el capital municipalista que supuso el sincretismo de nuevas y viejas izquierdas en torno al liderazgo de Pablo Iglesias y sus confluencias; amortizado el proyecto de Izquierda Unida (IU) por los daños colaterales compartidos con Unidas Podemos (UP); zozobrando el derecho a decidir auspiciados por el decisionismo de la sociedad civil que abanderó el procés; la alternativa regeneradora al Régimen del 78 se asoma a la irrelevancia. Robustecido queda un Gobierno Socialista al que nadie recriminará ya su responsabilidad seminal en el austericidio, dispuesto a restablecer los puentes del bipartidismo dinástico con la seguridad del deber cumplido. Estación término.
La tarde de autos en que una moción de censura de secundarios defenestró a Mariano Rajoy, el ganador pírrico de las elecciones, Unidas Podemos lo celebró como si le hubiera tocado el Euromillón. Al grito de “si se puede” sus diputados brincaban en los escaños y se abrazaban ante la mirada entre incrédula y condescendiente de los verdaderos agraciados, la bancada sanchista. Una imagen y mil palabras que no valieron una mierda cuando al 25 de julio del año siguiente el “no es no” de Pablo Iglesias enterraba aquel hurra con tanta alegría celebrado. ¿Y lo que tenía que pasar pasó, o solo es un contratiempo entre enamorados convencidos de que la reconciliación es el más dulce de los placeres en parejas predestinadas a entenderse?
Existe una corriente ideológica, de ascendencia marxista, neomarxista o postmarxista, que considera a los movimientos sociales de última generación como expresiones alienantes del verdadero proyecto emancipador. Compete a líderes de opinión, intelectuales y partidos que lo someten todo al crisol del determinismo económico (tildaron de “revoluciones de colores” las rebeliones populares contra los autócratas de Egipto, Túnez y Ucrania). Desde esa épica crepuscular, los esfuerzos para primar sensibilidades acordes con el ecologismo, el feminismo, las perspectivas de género, y similares, constituyen desviaciones del thelos revolucionario, meras excrecencias burguesas. Ambas tendencias, la izquierda ortodoxa recurrente y la que se inspira en corrientes postmodernistas y el populismo de Ernesto Laclau, están presentes y arrejuntadas en la marca Unidas Podemos (UP) con sus armonías y desplantes.
Viene esto a cuento del duelo que mantuvieron PSOE y UP cara a confluir en una política común de Estado y la posibilidad de repetir la experiencia en septiembre, ya como últimas voluntades. Lo que negociaba el dispar tándem a finales de julio era la posibilidad de un gobierno a dos. Sería el primero de esas características en la Unión Europea (UE), tras las experiencias distintas y distantes de Grecia entre Syriza y Griegos Independientes, primero, y de Italia con el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, después. En ninguno de los estos casos ha habido una convergencia de partidos de izquierda como la que se debatía con la investidura de Pedro Sánchez. Lo más próximo es la exitosa jeringonza portuguesa, consensuada entre socialistas y formaciones situadas a su izquierda. Pero ni siquiera allí se fraguó estrictamente un ejecutivo de coalición. Lo de Lisboa se basa en un pacto de legislatura y su Gabinete solo incluye ministros del Partido Socialista Portugués (PSP) e independientes.
Pero entre la contumaz arrogancia de Iglesias y el cínico simulacro negociador de Sánchez (Rivera tenía razón pero por motivos equivocados: era puro teatro, al revés), el novedoso proyecto hizo aguas. Con percances y resacas que irán mucho más allá del simple descalabro político para los descolgados. El torpedo político que ha impactado sobre la línea de flotación de Unidas Podemos tendrá consecuencias desestabilizadoras en el seno de la propia organización. De entrada, Izquierda Unida (IU), su compañero de viaje para “asaltar los cielos”, se ha desmarcado ex post de la estrategia consensuada ex ante. Sentido de la inoportunidad (sic) que se pudo contemplar en tiempo real cuando Alberto Garzón pedía un receso a la presidenta del Congreso para reconducir la investidura mientras el secretario general del Partido Comunista (PC), Enrique Santiago, anticipaba ante la cámara la tanda de abstenciones al candidato socialista de UP. El mismo Garzón que negoció entrada de IU en el gobierno andaluz en la cima del escándalo de los ERE.
Seguramente no tanto pensando en conseguir una verdadera rectificación del sentido de su voto, sino para evitar pasar a la historia como el partido que torpedeó por segunda vez la posibilidad de un gobierno de izquierdas en España. Algo que el relato endosará a Iglesias, según prevé una tradición adicta a que la historia la escriben los ganadores. Y ello con la contumacia añadida de saber que el líder de UP ya había facilitado la victoria de su oposición en el ayuntamiento de Madrid al desairar a Manuela Carmena. Del guirigay producido durante la presunta negociación da idea el hecho extravagante de que la única persona aceptada desde el principio por el PSOE, Irene Montero con una vicepresidencia, fuera quien votó “no” en la primera vuelta de la investidura. Con ello, uno de los inventores del eslogan “trifachito” terminaba alistada en el mismo bando que las tres derechas. Justicia poética
Visto la debacle, la oportunidad de arreglo poniendo el cuentacuentos a cero al final del verano, de surgir, tendría un coste para Unidas Podemos similar al que pagaron PSOE y PCE en la Transición. Aunque la operativa no sería igual a la de hace cuatro décadas, la posibilidad de que “a la segunda vaya la vencida” radica en una nueva rendición sin condiciones y también sin estridencias. Entonces dirigentes de izquierda consensuaron con los epígonos de la dictadura el recambio de régimen, y la trama proporcionó escenas memorables. Por ejemplo, un Santiago Carrillo que pasó de motejar al Rey designado por el Caudillo como “Juanito el Breve” a dar la bienvenida en el Club Siglo XXI a Manuel Fraga, cómplice del asesinato a garrote vil de Salvador Puig Antich en 1974 y los fusilamientos de Hoyo de Manzanares al año siguiente. Ahora Pablo Iglesias debería transitar del sentencioso “tienen manchado su pasado de cal viva, no son de fiar” a aceptar algo más que el veto inquisitorial de Sánchez (“hágase en mí según tu palabra”) y su menosprecio democrático para gobernar con el PSOE en posición subalterna, olvidando la maldición pablista de que de lo contrario “Sánchez no gobernará nunca”.
De entrada, si entonces el pacto amnistió a altos cargos del viejo régimen, legitimando su continuidad en la democracia, el hipotético de ahora entrañaría validar todo el armazón político-jurídico-institucional antisocial impuesto por el socialismo en el poder durante la crisis económico-financiera del 2008. Ajustes y recortes en materia de pensiones; reforma laboral regresiva; liquidación del sector semipúblico de crédito de las cajas de ahorros; artículo 135 de la Constitución para primar el pago de la deuda; y otras embestidas de distinto rango. Nada de revertir o desandar lo actuado. Igual que la Primera Transición, caracterizada por la alternancia en el poder del bipartidismo, se cifró en mantener el statu quo, esta Segunda en ciernes buscaría que la inevitable política de bloques devenida se construya satelizando a los partidos radicales que podrían cuestionar el sistema heredado. Con el “método arqueológico”, que decía Foucault, la Razón de Estado (y de establo, según Baltasar Gracián) prevalece, primero como producción y luego como reproducción.
Por eso no resulta inocente valorar el precio de legitimidad que deben satisfacer los grupos emergentes que aspiran a significar en el nuevo tablero político. En los años setenta del pasado siglo la factura recayó sobre la ciudadanía antifranquista que contempló impotente como se celebraban las “primeras elecciones democráticas” con presos políticos encarcelados tras cumplimentar un trágala de punto final. Ahora, la papeleta para poder compartir poder se modula dando la espalda a lo decidido previamente por la bases de Unidas Podemos, y todo indica que incluso asumiendo disciplinadamente el fallo contra los presos catalanes del procés. Así toda la izquierda concursal se verá comprometida en sofocar el derecho a decidir democráticamente expresado por gran parte de la sociedad civil catalana. Es el primer signo de resignación y, por tanto, de sometimiento que conlleva pasar de la condición de socio preferencial a la de coaligado. La tonsura de iniciación en los arcanos de lo políticamente correcto. Pero ni eso está en el guion. Aunque todo indica que Unidas Podemos (Montero dixit) estaría dispuesta a mirar para otro lado, la vicepresidenta de facto Carmen Calvo ha vuelto a decir “no, bonita, no”.
(Indecencia. De lo mucho visto y oído en la segunda votación para la investidura de Sánchez, lo más obsceno ha sido el olímpico desprecio emitido por el pretendiente a los dirigentes de Unidas Podemos. Ese ejercicio de paternalismo trufado de despotismo neroniano, esas indulgencias plenarias que lanzó Sánchez al decir que no podían darles ministerios de Estado por carecer de currículum en gestión de equipos (cuando pactaron los presupuestos eran absolutamente solventes). Nunca un político ha lanzado mayor y más gratuita ofensa contra la mejor y más preparada juventud que ha tenido este país. Si ya resulta indignante la admonición de “vivir peor que sus padres”, debido a las políticas regresivas impuestas por la clase gobernante, este escupitajo al rostro de quienes representan el futuro-presente bordea el racismo generacional. Forzados a la emigración por falta de horizonte profesional; sometidos al trágala de unos empleos precarios que en ocasiones no llegan ni para pagar un alquiler; estafados con trabajos en negro como becarios o falsos autónomos; ahora el líder que dice representar a los trabajadores y la mayoría social afirma que deben contentarse con las sobras y que vuelvan mañana. Y lo hace una persona de constatada bisoñez cuyo aval de “clarísimo ingenio” es un doctorado en Diplomacia Económica digno de toda sospecha. Amén de fichar cargos gubernamentales doctos en petardear en programas del corazón en la TVE (Máxim Huerta) o en las canchas de baloncesto del club donde “el renacido” sudó la camiseta en su juventud. Pero en general tiene razón nuestro doctor Seráfico y además lo entrena. En el Ejecutivo de Pedro Sánchez no hay ninguna persona que pueda justificar la O de obrero de las siglas del PSOE y si, por el contrario, carteras bien dotadas en poder de tahúres de las puertas giratorias. ¡Será por experiencia!).
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid