Artículo de opinión de Antonio Pérez Collado

Se conmemoran por estas fechas primaverales los 50 años de la revuelta social que se vivió en Paris durante mayo y principios de junio de 1968 y, como es natural, tal efeméride ha generado toda una riada de jornadas, reportajes, suplementos especiales y publicaciones pretendidamente rigurosas.

Se conmemoran por estas fechas primaverales los 50 años de la revuelta social que se vivió en Paris durante mayo y principios de junio de 1968 y, como es natural, tal efeméride ha generado toda una riada de jornadas, reportajes, suplementos especiales y publicaciones pretendidamente rigurosas. Tales análisis de lo que el mayo francés significo se pueden dividir en dos grandes posiciones: la que, desde una derecha que se ve pletórica y vencedora, vendría a decir que mayo del 68 supuso el fin de la izquierda occidental, noqueada por una juventud rebelde (como todas) que ahora ha madurado y asume el más puro y duro liberalismo y otra –que podríamos llamar izquierda clásica- que considera el período vivido en Francia como un proceso de revisión de los viejos clichés del comunismo europeo, donde el marxismo se modernizó y puso las bases para que los partidos actuales sigan siendo los genuinos instrumentos de transformación social.

En ambos casos persiste una obstinación en no querer ver los procesos de clara autoría colectiva y popular como las primaveras árabes, el ciclo de luchas contra la globalización capitalista, el 15M español, el Occupy Wall Street, el ecologismo, el feminismo y el propio Mayo ´68 como puntuales catarros del sistema democrático y capitalista, de los que -felizmente superados- el modelo hegemónico sale mucho más fortalecido. Y como prueba de esa curación del régimen parlamentario, tanto la corriente conservadora como la socialdemócrata, aportan las biografías de antiguos líderes de las revueltas (para ellos todo proceso necesita una dirección ejecutiva) que han acabado uniéndose al viejo enemigo y ahora lucen costosos trajes de directivos en consejos de administración o militan en partidos más o menos clásicos.

Pero si nos basamos en lo que intencionadamente nos oculta o minimiza la historia oficiosa y tenemos en cuenta las crónicas de otras personas que vivieron en primera persona los hechos del mayo francés, hay una lectura mucho más realista, profunda y diversa de lo que aquel proceso revolucionario supuso o, por lo menos, pudo suponer para el futuro de las ideas emancipadoras.

Lo primero a desmentir es que se tratara de una revuelta de un sector inconformista de la juventud de las clases adineradas que jugaban a ser rebeldes, mientras se preparaban para dirigir las empresas familiares. Y no es cierto porque en esa explosión de rebeldía y generosidad había jóvenes de todos los sectores sociales. También contó con la participación de la clase trabajadora  que mantuvo la huelga general durante casi un mes, en el que la dirección de los sindicatos –incluida la CGT, controlada por los comunistas- fue superada por las bases en las empresas y los servicios públicos, creándose asambleas y consejos en las fábricas ocupadas durante semanas. En muchos casos se practicó la autogestión para garantizar los servicios esenciales, formándose comités de enlace entre obreros, estudiantes y colectivos sociales.

Tal fue el apoyo popular a la revuelta iniciada en la universidad de Nanterre que el gobierno presidido por De Gaulle se vio obligado a realizar grandes concesiones a los sindicatos, cuyas direcciones se apresuraron a llamar a la vuelta al trabajo, puesto que se habían conseguido y hasta superado las demandas laborales.

En cuanto a la participación de los partidos de izquierda en las revueltas, también hay que matizar que sólo los de las corrientes más radicales (troskistas y maoístas, principalmente) se implicaron a fondo, sin que ello significase el control del proceso asambleario y de las acciones callejeras. Más influencia tuvieron los grupos consejistas, autónomos, anarquistas y situacionistas, aunque el verdadero protagonismo estuvo en la gente, en su espontaneidad, en su creatividad, en la radicalidad de sus lemas y propuestas, en su forma de organización asamblearia.

Pero mayo del 68 no solamente puso en jaque al gobierno de Francia, hasta el extremo de precipitar la caída del presidente de la V República al año siguiente, sino que representó la ruptura del activismo político con los viejos clichés partidistas de la izquierda tradicional. Muchos militantes e intelectuales del comunismo ortodoxo dejaron de creer en la función mítica del partido por lo que, o bien lo abandonaron para evolucionar hacia posiciones más libertarias, o se colocaron en una postura mucho más abierta y renegaron del papel del PCUS y sus partidos satélites durante las revueltas que se produjeron en la Europa del Este: Checoslovaquia, Hungría, Polonia, etc.

Para muchos de estos analistas de trazo grueso, el mayo parisino fracasó porque no supo constituirse en una fuerza política que tomara el poder. Ese mismo razonamiento ha sido utilizado para exigir (casi medio siglo después) a nuestro 15M que formara un partido político para llevar al parlamento las quejas y demandas de la calle.

Sin embargo, es esa renuncia a ser parte del sistema –por muy democrático que se autodefina- la razón de la pervivencia de la mayoría de los postulados de mayo del 68 y otras revueltas sociales que se produjeron por esa época: Praga, México, universidades norteamericanas, etc. La revolución sexual, los cambios en los modelos de organización y lucha, los avances del feminismo, el rechazo a las guerras, la solidaridad con los pueblos del Sur, la defensa de los recursos naturales y la desafección al productivismo y el consumismo, etc. le deben mucho al derroche de imaginación y creatividad que representó el mayo francés.

Como colofón y homenaje a esas ideas revolucionarias que siguen vivas, dejaré aquí mi admiración y solidaridad con la lucha ejemplar del proyecto autogestionario de la ZAD, que resiste más de nueve años cerca de Nantes, y a todas las realidades utópicas que sobreviven con dignidad y esperanza por todo el orbe.

Antonio Pérez Collado


Fuente: Antonio Pérez Collado