1968 fue el año en el que el mundo pudo haber cambiado. En Cuba había vencido la Revolución y los viejos iconos del marxismo soviético pasaban a un segundo plano de protagonismo en los pósters de las habitaciones de los adolescentes de Europa , en favor de esos jóvenes barbudos y aventureros que liderados por Castro y Che Guevara habían logrado derrocar al régimen pro-yankee de Batista. En China, la Revolución Cultural de Mao Zedong prometía revolucionar aun más la revolución.
Los jóvenes de izquierdas de toda Europa vieron en China la posibilidad de corregir los errores que se habían cometido en Europa del Este, sobretodo después de la gran decepción que para algunos sectores marxistas occidentales, había supuesto la Primavera de Praga. China era el nuevo ejemplo a seguir y como no podía ser de otra forma eran los jóvenes y estudiantes quienes hacían posible el cambio. En Vietnam caían las bombas americanas y la población era rociada con napalm, lo que provocaba las protestas del movimiento hippie y pacifista.
Los jóvenes de izquierdas de toda Europa vieron en China la posibilidad de corregir los errores que se habían cometido en Europa del Este, sobretodo después de la gran decepción que para algunos sectores marxistas occidentales, había supuesto la Primavera de Praga. China era el nuevo ejemplo a seguir y como no podía ser de otra forma eran los jóvenes y estudiantes quienes hacían posible el cambio. En Vietnam caían las bombas americanas y la población era rociada con napalm, lo que provocaba las protestas del movimiento hippie y pacifista. Martin Luther King era asesinado, y los ghettos negros de todo Estados Unidos ardieron como nunca antes lo habían hecho. El mundo entero estaba en ebullición, al borde del colapso. Propio de un mundo donde la mayoría de jóvenes no compartían en absoluto los valores de sus mayores.
No era distinto el caso de Francia. La Quinta República francesa estaba gobernada por una persona que encarnaba todos los defectos y todas las virtudes de la Francia que ,por vejez, estaba condenada a morir. De Gaulle era un hombre de Estado, en una época en que la juventud se planteaba el papel del Estado. Era un decidido patriota francés, gobernando a una masa multicultural que sentía más admiración por los “enemigos de la patria francesa” que luchaban en Argelia, que por sus propias Fuerzas Armadas. Era un hombre curtido en los despachos y cuarteles de las altas esferas europeas gobernando a un pueblo asustado por la posibilidad del paro y la miseria, y poco preocupado ya en devolver a Francia esa gloria perdida. Gloria que volviese o no, no llenaría las despensas de los trabajadores de las fábricas. En definitiva un hombre conservador en un mundo que caminaba imparable hacia el cambio.
Y así, en mitad de este mundo en descomposición, la Universidad de Nanterre amanece ocupada por los estudiantes. El mundo debía cambiar y los jóvenes empezaron por denunciar y declarar la guerra al arcaico sistema educativo. Había nacido el movimiento 22 de marzo y empezaban a destacar figuras como Daniel Cohn Bendit y Sergey Jules. Mitines, carreras, peleas contra grupúsculos fascistas. El ritmo normal de la Universidad esta alterado y es imposible controlar la situación. El decano Pierre Grapin, asustado y temeroso de una escalada de violencia decide cerrar el campus. Es dos de mayo, y lejos de calmar la situación, su decisión ayudará a que exploten los acontecimientos. La Polícia, los odiados CRS, cargan contra los estudiantes que se manifiestan en la Sorbona en solidaridad con los encerrados. Nanterre es definitivamente desalojada. Acaba de empezar el “Mayo del 68”.
Primeras barricadas, el Barrio Latino está llamas. En los alrededores de los campus universitarios los estudiantes y jóvenes obreros de los ghettos parecen buscar soluciones bajo los adoquines de las calzadas. La Polícia carga, se les repele, disparan gas, los estudiantes retroceden. Cuando la calma vuelve, fugaz ,a las aceras, estallan los megáfonos, los discursos y las asambleas. Profesores, alumnos, sindicalistas y filósofos reinventan el mundo frase a frase. “La imaginación al poder”. Discuten, debaten, se organizan. “Prohibido prohibir”.Nadie parece tener dudas de que estamos en una revolución. La multitud que pasea entre coches
incendiados, montañas de adoquines y escaparates rotos, parece asumir los hechos con increíble normalidad. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Pompidou, primer ministro francés optó por la mano dura. Se equivocó. De Gaulle tratará de ser más conciliador, un poco tarde.
El día 13 de mayo, los sindicatos franceses, principalmente la socialista CGT, convocan una Huelga General. Más de un millón de huelguistas secundan el paro. Obreros y estudiantes acercan posturas. A través de la verja de la recién ocupada fábrica de Renault, obreros industriales y jóvenes venidos de los campus se saludan puño en alto. No obstante, la verja no se abrirá entre ellos. Los obreros exigen subidas laborales, no tienen tiempo de soñar mundos mejores. La CGT y el Partido Comunista Francés son cercanos ideológicamente a los jóvenes maoístas, marxistas, troskistas y anarquistas que están levantando París. Pero generacionalmente, siguen siendo hombres de su época. Sindicalistas preocupados por el paro y las horas extras, y políticos preocupados por las próximas elecciones. No hay acercamiento final. La dura teoría de Sartre y los políticos profesionales, sus dogmas, sus escritos memorizados chocan con la dialéctica emocionante de Cohn-Bendit y sus compañeros de barricada. La pasión juvenil contra la frialdad de la madurez.
De Gaulle convoca elecciones anticipadas para Junio. ¿Un éxito?. Quizás en principio sí. Suenan más fuertes los gritos de “Adiós De Gaulle” en las calles parisinas. Pero lejos de irse, la Unión de Demócratas de Francia arrasará en las elecciones. El Partido Comunista y la Izquierda Socialista se descalabran. Mayo del 68 llenó los espíritus de los jóvenes de un sentimiento de rechazo a las estructuras políticas existentes. No confiaban ya en la vieja guardia, y se notó en las urnas. De Gaulle se afianza en el poder, para acabar dimitiendo un año más tarde. La CGT firma los acuerdos de Grenelle, un éxito para las cúpulas sindicales elevadas a la categoría de héroes. Para las bases, una derrota, un fracaso, y lo evidencian abucheando a su secretario general, Georges Seguy cuando sale del Ministerio de Trabajo después de firmar los acuerdos.
Mueren los hechos de “Mayo del 68”. Nace el espíritu del “mayo francés”. No se puede negar que sigue vivo, y que todo el que lo vivió se considera heredero. La izquierda siempre agita las consignas que se escribieron en aquellas barricadas del Barrio Latino. La derecha siempre trata de deslegitimizarlo. En su último discurso antes de las elecciones presidenciales, en 2007, Sarkozy llama a sus votantes a “aniquilar el espíritu de Mayo del 68”. ¿Por qué? . ¿Tan peligroso es cuarenta años después?. Puede que no. Puede que quizás Sarkozy, divorciado, extranjero y alejado del perfil de político francés clásico, deba algo a aquel mes de mayo.
Puede que sin esa explosión de nuevos valores, de nuevas ópticas , de nuevos modos de afrontar el futuro que surgían de las cenizas de los contenedores de aquel París del 68, no habría nacido esa Francia multicultural tolerante y modernizada que ha permitido a Sarkozy ser presidente.
¿Basta con eso? Los jóvenes de hoy hemos tenido en el movimiento 15M, nuestro particular mayo rebelde. Un icono, algo que recordar, unas jornadas de pasión y rebeldía que han parido las consignas que nos acompañarán durante las próximas décadas. Tenemos una experiencia vital que recordar. Nadie puede negar que hemos pasado a la Historia, pero eso sí, sin cambiar nada . Es el problema y a la vez la mayor virtud de este tipo de explosiones de creatividad e indignación. Mayo del 68 es puro, no se vende, no se corrompe. No puede , porque jamás salió de su virginal burbuja. Se evidenció, de eso no cabe duda, un rechazo a la sociedad existente.
Sin embargo, la juventud, rehuyó su responsabilidad. No cambiaron el mundo, como mucho cambiaron ellos. Y la fuerza que arrastra el mundo a la barbarie, aquella que denunció el Mayo del 68 y que denuncia el 15M, aunque señalada y maldecida por todos, sigue su curso implacable. Es el problema de creer que los símbolos tienen valor en sí mismos. No se puede llamar revolución a lo que no cambia nada. La revolución ha de implicar cambio, ha de implicar arriesgarse a perder la fina capa de magia y de idealización que nos cubre en los primeros días de revuelta. Esperemos que en el futuro, la juventud se decida a ser responsable ante la Historia. Que se termine el proceso empezado en Mayo, aunque eso signifique arrastrarlo por el duro fango de la realidad y someterlo al más realista de los juicios. Atrevámonos a romper la barrera que nos impide asesinar nuestros propios mitos. Porque el progreso humano no vive solo de bellos recuerdos . Necesita también de hechos consumados
J.S.G.
Fuente: J.S.G.