Este texto es mi respuesta a la de Pepe Gutiérrez-Álvarez (1) en el debate sobre marxismo y anarquismo

Creo, Pepe, que desde Granollers nos hemos dado suficientes pruebas de querer afrontar este debate sin sectarismo ni pretensiones de superioridad de ningún tipo, además de compartir la necesidad de superar las divergencias que produjeron los enfrentamientos entre los dos «ismos» que, desde la Primera Internacional, han pretendido encarnar el ideal emancipador y la lucha por su realización.

Creo, Pepe, que desde Granollers nos hemos dado suficientes pruebas de querer afrontar este debate sin sectarismo ni pretensiones de superioridad de ningún tipo, además de compartir la necesidad de superar las divergencias que produjeron los enfrentamientos entre los dos «ismos» que, desde la Primera Internacional, han pretendido encarnar el ideal emancipador y la lucha por su realización. No sólo por considerar absurdos y nefastos tales enfrentamientos al perseguir el mismo objetivo emancipador (una sociedad sin explotación ni dominación) sino también por reconocer los dos el fracaso de estos «ismos» en sus tentativas de poner fin al capitalismo.

¿Cómo pues no coincidir en que «el diálogo debería ser la norma y no la excepción, la cooperación abierta y no el repliegue, el reconocimiento del otro y la autocrítica de lo nuestro…»? Pero tal coincidencia no debe ser óbice para reconocer y abordar nuestras divergencias, para asumirlas francamente y confrontarlas fraternalmente. Lo importante es hacer todo lo posible por superarlas y contribuir a la emergencia de luchas y formas de convivencia consecuentes con el ideal emancipador que nos es común.

Partiendo pues del reconocimiento de las coincidencias, intentemos ver la razón o la sin razón de las que han sido hasta ahora las principales divergencias entre esos dos ‘ismos». Divergencias que me parecen provenir todas de la manera de afrontar la cuestión del Poder; puesto que ya en la Primera Internacional fue esta cuestión la que produjo la división de los internacionalistas en dos corrientes opuestas : tanto sobre los medios a utilizar para conseguir la emancipación de la clase trabajadora del yugo capitalista como para construir una sociedad sin clases. Cuestión que continua provocando división entre las organizaciones que se reclaman aún de esos dos «ismos». Y ello pese a que de más en más hay marxistas cuestionando la validez del postulado de la conquista del poder político como condición del triunfo de la revolución realmente socialista.

Ahora bien, que haya marxistas que consideren necesario reexaminar está cuestión para encontrar formas de acción coherentes con el objetivo emancipador, no quiere decir que los marxistas en general estén en esta posición. La realidad es que la mayoría sigue, seguís, considerando eficaz la lucha por el Poder político. Eso es lo que me parece puede colegirse cuando dices que «los anarquistas deberían hacer suyos los fundamentos teóricos del marxismo». Pues aunque consideres que la división no «se justifique por motivos doctrinales», y aunque firmes «las citas del colega Bensaid» y pienses -como lo pensaba él- que «la conquista del poder político en escala nacional… no es falso, pero ya no es totalmente verdadero» en el «horizonte estratégico» de «la lucha de clases», el hecho de no considerarlo «totalmente verdadero» no significa considerarlo totalmente falso. O sea que entre vuestras «opciones políticas organizativas» no parece que descartéis la «conquista del poder político en escala nacional» : sea por la vía revolucionaria o la de la participación electoral.

Además, tu respuesta afirmando que «el estalinismo no fue la expresión del ‘autoritarismo’ marxista, el ejecutor de un proyecto», y que «todo fue el producto de una suma de factores fatídicos, los mismos factores que por ejemplo acabaron arruinando la revolución haitiana iniciada por Toussaint L’Ouverture», me induce a pensar que no coincidimos en cuanto a las lecciones a sacar del derrumbe del «socialismo real» ni de todas las «revoluciones» que a lo largo de la historia acabaron convirtiéndose en tiranías. Pues, a pesar de las dudas y las cuestiones que os planteáis sobre la cuestión del Poder, no renunciáis al credo revolucionario marxista de instaurar el comunismo a través del Estado: tanto por creer que se pueden evitar esos fracasos en el futuro con hombres que no “abusen” del Poder como con «circunstancias” más favorables.

Sea por lo que sea, el hecho es que, pese a los fracasos del «socialismo real» y de la «social-democracia», la mayoría de los marxistas seguís creyendo que la «conquista del poder político en escala nacional» es una opción válida aún para la construcción de la sociedad socialista. Unos, creyéndolo posible desde las Democracias burguesas, y otros, desde una revolución que permita imponer una Dictadura del Proletariado… que no se vuelva totalitaria y luego revisionista.

Difícil para mí de saber si es por convencimiento o por fidelidad a vuestra «fe revolucionaria» y a vuestra «historia», como lo reconocía Bensaid la última vez que en París hablábamos (2) de este tema. Pero el hecho es que, en general, a los marxistas os cuesta mucho renunciar a la idea de que la autoridad y la disciplina son necesarias para la Revolución. Y de ahí que sigáis considerando tan necesario el Partido y el liderazgo, y, en consecuencia, que no consideréis eficaz la horizontalidad, las decisiones en común. Aunque es verdad que últimamente habéis vuelto a insistir sobre lo del funcionamiento participativo y democrático del Poder. Unos sinceramente, quizás por estar abajo, y otros demagógicamente, quizás por estar arriba en los puestos de mando.

Esta es, para mí, la situación del marxismo y del anarquismo después del «fin de la historia»; pero con eso no quiero decir que las cosas no puedan evolucionar en el futuro ni que la divergencia, sobre la cuestión del Poder, no desaparezca un día, y que, al desaparecer, no se produzca el reencuentro de esos dos «ismos» en un movimiento anticapitalista auténticamente emancipador. Un movimiento capaz de asumir la diversidad de perspectivas emancipadoras que cuestionan y luchan contra el sistema capitalista y su ideología del Progreso. Un Progreso generador de la irracionalidad y la barbarie que pueden conducir la humanidad al suicidio si ella no es capaz de reaccionar antes .

Lo único que puedo afirmar es pues mi deseo de que un tal reencuentro se produzca. Pero dudo que pueda producirse si en el seno del marxismo y del anarquismo no se hacen esfuerzos para dejar de ser «ismos» (ideologías, doctrinas, teologías necesariamente sectarias y antagónicas) y ser sólo la expresión de la aspiración al bien común para todos. Conscientes, además, de que sólo se alcanzará tal objetivo si somos capaces de pasarnos de jefes y vanguardias, si es la obra de todos, como ya lo habían intuido los internacionalistas al afirmar que la emancipación de los trabajadores sería la obra de los trabajadores mismos.

Yo no veo otro camino que el de tomar consciencia sobre lo absurdo de persistir en los errores que nos han llevado (siempre) a la división y al fracaso, y en la urgencia de hacer todo lo posible para impedir que el capitalismo siga generando injusticia, envileciendo las consciencias y destruyendo el medio ambiente.

Octavio Alberola

(1) http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/81486-marxismo-y-anarquismo-después-del-“fin-de-la-historia”.html

(2) En una emisión de la Tribuna Latinoamericana en Radio Libertaire de París, a principios del 2000, en la que estaba también Dariel Alarcón Ramírez, «Benigno», uno de los cubanos supervivientes de la guerrilla del Che en Bolivia.


Fuente: Octavio Alberola