Este escrito es una réplica a las ideas no compartidas del compañero Jordi Martí, publicadas en el artículo aparecido en el Rojo y Negro del mes de marzo “Somos políticos y hacemos política”. [Ver en La página del Centenario – Marzo 2010]
El compañero Jordi revitaliza lo que parece un debate inagotable e inherente a la propia historia del anarcosindicalismo : la cuestión de la acción política en el seno de la organización, es decir en el sindicato. Lo que no debería asustarnos puesto que el debate interno de las ideas debería ser la norma en esta “casa”, pues de lo que se trata es de dar cohesión y fortaleza a ese proyecto compartido que hoy por hoy denominamos CGT y, para ello, es necesario tanto la solidaridad interna, en base a nuestra conciencia de clase, como la solidaridad ideológica, que nos define como una organización anarcosindicalista.
Bien, de entrada todavía no hemos leído a Aristóteles, que según parece, afirma que el ser humano es evidentemente político y social. Es decir, el ser humano en colectividad modifica el entorno con su acción política y social. Sin embargo, dudamos que la intervención política y social del individuo siempre signifique una ruptura del sistema imperante, puesto que a menudo esta actuación no lleva más que a una perpetuación del mismo.
Quisiéramos aportar otra definición de lo político desde la antropología. Para ello intentemos definir, qué se entiende desde la antropología por política y por el juego político que ésta implica. Me basaré para ello en la “teoría del juego” que define la política como “los procesos que intervienen en la determinación y realización de objetivos públicos y en la obtención y uso diferenciados del poder por parte de los miembros del grupo implicados en dichos objetivos” (T.D.Lewellen, 1985). La política, en consecuencia, se convierte en un “juego” entre “equipos” en constante antagonismo para conquistar el poder.
Partiendo de esta teoría y de la propia experiencia histórica del movimiento libertario, comprendemos que el sistema representativo electoralista no es más que un “juego” de profesionales de la política, un “juego” del que se nos excluye puesto que nos reducen a simples espectadores. Tal “juego” jugado entre partidos, en consecuencia, no es más que una alianza de clase en defensa de los privilegios de los grupos sociales dominantes en contra de las clases populares, a las que se quiere manipular y engañar a través del despliegue mediático.
De hecho, la propuesta de participar en el “juego” político como organización sindical, no es nueva, es un debate que aparece ya en la formación de las primeras asociaciones obreras. En los diferentes posicionamientos asumidos por el movimiento obrero ante la participación en ese “juego” político, encontramos tres actitudes bien diferenciadas : de participación, de apoliticismo y de antipoliticismo.
La primera tendencia, la de la participación, fue defendida por la socialista UGT con el consabido resultado de más de cien años de amarillismo sindical. Pero lo que nos interesa es la transformación del sindicalismo revolucionario, que tuvo claras influencias de la CGT francesa de finales del XIX, al anarcosindicalismo. El primero confiaba completamente en la capacidad del sindicato como herramienta para el cambio social y, por tanto, se declaraba totalmente apolítico, es decir, que había la prohibición explícita de que el sindicato no participara en lo que venimos definiendo como “juego” político, eso sí, permitiendo a cualquier afiliado libertad ideológica, pues de lo que se trataba era de crear un sindicato donde la solidaridad entre sus miembros se diera exclusivamente por la pertenencia a una misma clase social. De estas ideas sobre todo defendida en las primeras asociaciones de resistencia (SO), se pasa finalmente a la postura anarcosindicalista con la formación de la CNT. Ya no se habla de apoliticismo, sino de antipoliticismo en el sentido de que proclama una oposición activa, militante, a la participación política en el “juego” político, lo que no significaba la neutralidad ideológica de la CNT, sino todo lo contrario, se pretendía orientarla hacia las ideas libertarias.
Por todo ello, el antipoliticismo anarcosindicalista, aparece como una concepción lógica y consecuente derivada de un proceso de experiencia histórica, que ha demostrado que de lo que se trata es de una ruptura social con el sistema, no de “juegos” políticos que solo sirven para mantenerlo y justificarlo. En este sentido, se prescinde tanto de los partidos como del espectáculo político en su totalidad, por la falta de confianza en la voluntad y capacidad de la clase política para llegar a esta ruptura social.
Así, como ya hemos comentado, desde la Primera Internacional una gran parte del movimiento obrero, se decanta por la militancia en el antipoliticismo, puesto que estas primeras asociaciones de resistencia, tuvieron muy claro que los problemas de los obreros solo podrían ser resueltos por ellos mismos. Consecuentemente, el anarcosindicalismo se ha definido, por un lado, como antipolítico, renuncia al juego político en la defensa de la independencia orgánica de cualquier organización o partido. Y a la vez, pretende a través de la lucha sindical y social contra el capitalismo, la transformación total de la sociedad. Es decir, se busca un cambio político, pues se sustenta en una ideología, por medio de una táctica antipolítica. Ideas y acción política para acabar con la “política”.
Por ello, frente al modelo político, caduco y corrupto, basado en la “democracia representativa parlamentaria” para perpetuar los privilegios de unos pocos, desde la CGT tenemos que defender la demo-acracia basada en la acción directa, en el asambleismo en la toma de decisiones, la autogestión en lo económico y en lo social, el apoyo mutuo dentro y fuera del sindicato, la libertad individual y colectiva frente a cualquier modelo de dominación, el libre federalismo de los pueblos y de comunidades libres etc. … en pro de la igualdad social.
De este modo, tenemos que el anarcosindicalismo, del que nos sentimos continuadores/as, se define como antipolítico a la vez que no renuncia a la lucha política, pero entendiéndola como lucha social y sindical contra los privilegios y las diferentes formas de dominación social. Y esto es una realidad, nos guste o no, a pesar de que todavía algunos postmarxistas, de dentro y de fuera de la CGT, insisten que como sentenció Marx “para superar la filosofía hay que realizarla” y, que por tanto, el “juego” político es justificado para acabar con el sistema desde dentro.
Dicho lo anterior, interpretar que el “homo político” de Aristóteles al no renunciar a la política acepta que esta lucha política se tenga que dar en los términos y en el espacio de lo que hemos definido como “juego” político, es mucho interpretar.
Más que de “homo político”, con el permiso de Aristóteles, cabría de hablar de “homo social total”, pues toda actuación en el entorno implica tanto un compromiso social como cultural. En este sentido, la política se entiende como lucha social y no como dejación o delegación de responsabilidades en una “casta” de políticos profesionales que han hecho de su actividad pública una desvergonzada forma de subsistencia Así pues, dejándonos de “tonterías”, por supuesto, los anarcosindicalistas según el concepto aristotélico, podemos ser tan sujetos políticos como sujetos culturales y sociales que interactuamos dentro de un sistema sociocultural, pero sin la subordinación del individuo ni el sindicato, al “juego” político y a los partidos e instituciones que los justifican.
Para el compañero Jordi, quien hace política no son los partidos “políticos” sino los poderes fácticos que sustentan el poder económico. En este sentido los “políticos” son simplemente títeres en manos de esos poderes fácticos y, si no pintan nada, se pregunta el compañero, ¿por qué en “nuestra casa” perdemos el tiempo intentando “higienizar y limpiar nuestro espacio” para evitar la entrada del “virus” político ? Supone el compañero que esta actitud de algun@s cegeter@s responde al puro aburrimiento o a la desidia de una gran parte de la militancia, que intenta parecer más “radical” sin tener que serlo. Yo no sé si Proudhon, al que siempre también queda bien citar, se aburría o no, o pretendía ser más “radical” de lo que era, pero para él era una evidencia que “la política no solventa nunca ningún problema, los reproduce, como máximo los matiza, cuando no decide crear otros nuevos”. En definitiva si queremos ser coherentes con algunos principios ideológicos como el antiautoritarismo, que implica tanto la negación del Estado como la negación de todo principio de autoridad, incluso en el sindicato, en beneficio de la libertad y la autonomía del individuo ; si, en definitiva, estamos contra el Estado antes y después del cambio social, no se puede participar en el “juego” político, ni en las elecciones, ni en ninguna de sus instituciones, dado que ello sólo contribuya al reforzamiento del mismo y, por tanto, de la sociedad capitalista y patriarcal.
Concluyendo, crear espacios políticos compartidos con otras organizaciones y partidos dentro de un sindicato como la CGT es una irresponsabilidad que nace, como hemos intentando demostrar en este escrito, del desconocimiento de la experiencia histórica de la organización donde se milita. Ya sabemos que no debería existir sofismas infranqueables, sobre todo a nivel ideológico, pero es que este debate ya cansa : es centenario y por lo visto todavía puede que se dé durante los próximos cien años. Como muestra los comentarios de Peiró, en un artículo que aparece junto al que comentamos, “los obreros han abandonado los partidos de izquierda porque hace muchos años que éstos virtualmente no existen por falta de izquierdismo”. A pesar de estar en parte de acuerdo con su afirmación de que los “políticos negativos” crean desconfianza y recelo en las clases populares, no podemos compartir su confianza en el “juego” político . La razón es el fracaso, que Peiró pudo comprobar en su propia experiencia vital, a que está condenada toda revolución social “compartida” con los que él denomina “políticos en positivo”. En definitiva, y que nos perdone el compañero Jordi, entrar en el “juego político”, cuando la clase política (“negativa” o “positiva” parafraseando a Peiró) está prácticamente deslegitimada por una gran mayoría de la opinión pública, creemos que más que un error táctico, significa la sepultura para cualquier proyecto sindical autónomo, asambleario, antiautoritario y anticapitalista como el que representa la CGT actual.
La Confederación, en consecuencia, ha de combatir desde el mundo del trabajo con la única herramienta de la que nos hemos dotado, el sindicato. Y es la práctica sindical la que ha de definir las estrategias y tácticas más adecuadas, y a pesar de que la realidad no es pura o idéntica a ninguna teoría, no podemos renunciar a la experiencia histórica que ha demostrado que la política y el “juego” que implica, es prescindible y antagónica a nuestro proyecto anarcosindicalista.
A pesar que cada lucha vive su realidad histórica, y es ésta la que moldea actitudes y mentalidades, creemos que el verdadero problema está en que durante mucho tiempo se viene imponiendo la esfera de lo político sobre la problemática social, y así nos va. Como bien decía Camus, y el compañero Jordi Martí lo sabe muy bien, no ha habido revolución que en el nombre de la libertad no haya acabado por hacerse el harakiri a sí misma. Revoluciones todas ellas políticas, incluso la nuestra en el 36, en un principio genuinamente libertaria y por tanto social, acabó hundiéndose en los lodos de la política. Revoluciones, como decimos, excesivamente políticas y nada sociales, en el sentido de acabar con todo poder político y no de substituirlo, ni por partidos obreros de vanguardia, ni por líderes carismáticos y mesiánicos.
En síntesis, como dice el refranero, para este viaje no hacia falta tantas alforjas. Si lo que defiende el compañero es “hacer política desde la herramienta con que nos hemos dotado, el sindicato… No hay que tener miedo de construir nuevos espacios para la política, abierta a todas y todos….” Nada nuevo, por muy filósofos que nos pongamos. Pero que nos dejen seguir postulando nuestro rechazo al “juego” político, no para demostrar un mayor grado de radicalidad, ni para justificar incapacidades permanentes ante las luchas reales, sino para todo lo contrario : lo que se pretende es centrarse en todas aquellas luchas donde la CGT está presente sin la necesidad de tener que lanzarse a la arena política y al desgaste demagógico y constante de medios y energías que implica. Está demostrado que jugando al “juego” político no hay posibilidad de cambio social, sino continuidad y perpetuación de los privilegios de unos pocos en detrimento de las reivindicaciones de cambio de las clases populares. El anarcosindicalismo de hoy tendrá que seguir siendo antipolítico en los términos que venimos defendiendo, como lo fue en el pasado, para asumir el reto en el futuro de seguir luchando por una sociedad más justa e igualitaria, o sencillamente dejará de ser anarcosindicalismo.
Martín Navarro. Afiliado al sindicato de Administración Pública de Barcelona.