Jerusalem, ciudad tres veces Santa para creyentes, lugar de convivencia entre religiones y culturas hasta el año 48, vive en la actualidad un creciente régimen de segregación y apartheid como el que ocurre en otras partes de este bello país que es Palestina.
Visitando sus angostas y bulliciosas calles, hemos comprobado la creciente judeización de la zona más antigua de la ciudad. La última estrategia de la ocupación es declarar “lugar sagrado” para los judíos cualquier zona y por razones de “seguridad” se expulsa a las familias palestinas de los alrededores, aunque hayan esta residiendo allí desde generaciones, como pudimos constatar con el llamado por los sionistas “pequeño muro de las lamentaciones”.
Uno de los “grandes logros” de los Acuerdos de Oslo es que los y las palestinas no residentes en Jerusalem no tienen acceso a la ciudad y los que viven en Jerusulem no tienen ninguna ciudadanía salvo la de “residentes” que puede ser revocada en cualquier momento por el ocupante y ni les permite adquirir propiedades dentro del estado de Israel. Pese a pagar los mismos impuestos que los israelíes que residen allí, las zonas palestinas están desatendidas en materia de salud, educación y servicios básicos. En la zona judía pudimos ver jardines de infancia, columpios para niños y niñas, calles limpias, contenedores de basura, papeleras, servicio de transporte público, etc. En las zonas musulmana y cristiana nada de todo lo mencionado. Nos ha recordado, junto a la visión del muro, al Soweto de los años 70 y 80 de la Sudáfrica del apartheid.
La policía y los militares, detienen constantemente a cualquiera con rasgos árabes para pedirle la tarjeta de residencia con el único motivo de la humillación y la intimidación, como le ocurrió a nuestro joven acompañante palestino delante de nuestros ojos.
Las detenciones de menores de edad son frecuentes. En la actualidad hay más de 350 bajo arresto, detención administrativa o cumpliendo condena en los centro de interrogación o cárceles. En estas cárceles, duermen en colchones en el suelo, en celdas sin luz natural que sólo se abren tres veces al día durante una hora, sin servicio médico y donde las torturas son sistemáticas (especialmente en los centro de interrogación). Los niños palestinos que tiran piedras son “terroristas”, los niños israelíes que tiran piedras, se están “defendiendo legítimamente”.
Que los hijos de colonos ocupantes tiren piedras a los agricultores palestinos es habitual durante el Sabath. En los campos de olivos de Nahleen, donde hemos estado recogiendo aceitunas durante el día de hoy, esta imagen es muy frecuente. Desde que se instaló la colonia de Betar Illit hace 20 años junto a los olivos de la familia Safi, todo tipo de dificultades y humillaciones son cotidianas, después de haberles robado el 50% de sus tierras. Cuando estábamos acabando de recoger los últimos sacos de los campos se nos ha acerado el ejército avisado por los servicios de seguridad de la colonia. La colonia está separada por dos vallas de seguridad con alambradas por donde patrullan permanentemente jeeps de la seguridad privada y del ejército israelí. Nos han intentado intimidar y cuestionar si teníamos permiso para estar allí. Jóvenes imberbes vestidos de verde oliva juegan con nuestras vidas con armas de matar. Hemos desistido de la intención de continuar allí porque ya habíamos finalizado de cosechar en la zona. Cuando acabamos de recoger nuestras pertenencias, se han marchado, como chulos-matones de barrio que han cumplido su tarea.
Nuevamente esa sensación agridulce que no nos abandona durante estos días. De satisfacción por haber acompañado a Izat, Mohammed, Yabad, Leyla, Sabah y su agradecimiento por esta presencia que según sus palabras les “hace sentir más fuertes para seguir resistiendo hasta morir en su tierra sin rendición” pero … la indignación, la rabia y la impotencia se nos va metiendo poco a poco, día a día, segundo a segundo, por el tuétano de nuestros huesos.
Marcos y Alicia, Sodepaz-Balamil . Beith Sahour (Palestina)
Octubre del 2010