Crisis, palabra que hoy de todas y todos está en boca, vocablo que esconde un burdo engaño. Crisis es un punto de transmisión del mecanismo económico que se acciona por ciclos a lo largo de nuestra historia industrial, componente que, lejos de derrumbar, SOSTIENE al sistema capitalista.

Crisis, palabra que hoy de todas y todos está en boca, vocablo que esconde un burdo engaño. Crisis es un punto de transmisión del mecanismo económico que se acciona por ciclos a lo largo de nuestra historia industrial, componente que, lejos de derrumbar, SOSTIENE al sistema capitalista.

Nuestros magnates descubrieron hace ya mucho tiempo que, en épocas de pleno empleo, cuando se respetaba el equilibrio de una producción bajo demanda, de consumo ajustado a necesidades relativamente naturales, la clase trabajadora, sin miedo al despido, sin temor a que otros competidores usurparan empleos bajo condiciones menos dignas movidos por la necesidad, ganaba terreno en salario y derechos, armonizando un reparto más justo de la riqueza, al que se deben conquistas como la sanidad y la educación, pensiones de jubilación, prestación por desempleo, cobertura de bajas laborales…

Estas victorias de la clase trabajadora suponían para la troupe acaudalada una moderada deducción de las plusvalías empresariales, algo inaceptable para un modelo basado en las ganancias y la acumulación de capitales que, bajo el punto de vista de sus teóricos, paraliza la economía y la productividad, llegando a considerar a las personas trabajadoras como aquellas susceptibles de chupar del bote, siendo la viceversa para la clase empresarial y financiera, definiéndola como aquella dispuesta a poner en riesgo sus activos, gente emprendedora que son el auténtico motor de la sociedad y el progreso.

Pues se equivocan. Nuestro nivel de progreso material, insostenible en términos humanos y medioambientales, se debe por desgracia al proletariado. De toda la vida el trabajador ha mantenido al patrón, ténganlo en cuenta. Se trata pues, de que parezca lo contrario. Provocar una guerra encubierta no declarada en aras de justificar lo injustificable. Y qué mejor que una crisis para armarla del fetén. Toda guerra pues, necesita un ejército. Eso es, un ejército de parados, que ya ha reclutado en el Estado a más del 12 % de la población activa y sigue tal que así, y así procede infiltrar e instruir al enemigo en casa, una guerra civil, jugada magistral. Con recortes sociales y despido barato el miedo a la exclusión asoma y nos degrada como personas que competimos con el prójimo por ver quien se prostituye más. Por eso tan sabido es, que a menudo el perro, amén de ser sumiso, tiene que parecerse al dueño. Fue por ello que triunfaron los sindicatos de servicios, el “responsable” y “sano” espíritu de concertación y todas esas pamplinas, medallas de Navarra y elefantíacas subvenciones, toda una ofensa al buen gusto y la decencia cuando vemos los lamentables resultados, como diría el genial Ignatius Reilly, faltos de teología y geometría, donde la precariedad es una metástasis que se propaga por doquier, desplazando con ello a los sectores más vulnerables de la sociedad a niveles de supervivencia extrema, entre los que cabe recalcar a inmigrantes, mujeres y jóvenes, así como a los señores Don José María Fidalgo y Don Cándido Méndez, incluidos este par sin par por error tipográfico.

Nuestro sistema de producción y mercado, en continua evolución basada en procesos de racionalización irracional, se muestra mucho más eficiente en términos de resistencia sobrehumana al trabahard que otras fórmulas hoy más en desuso como el feudalismo o la esclavitud. Estos modelos obsoletos de servidumbre adolecen de “concesiones” como la posibilidad de una alimentación sana que concede el salario, o el amparo de una sanidad pública, que otorga salud de resistencia laboral, sanidad pública que, dicho sea de paso, por renovados ideales mercantilistas, está tocando a su fin con la Directiva Bolkestein, aplicando una vez más la receta del ¿Dios aprieta pero no ahoga ?, pues habría que ver entonces al buen Jesús cómo se las compone para caminar sobre el agua al cuello, sirva esta parábola para avisar del próximo desmantelamiento de los servicios públicos que planea la Unión Europea.

Decía antes de la digresión, que la crisis es un mecanismo que sostiene al sistema capitalista. Se trata de sobreproducir y fomentar el hiper-consumismo (la clase media asalariada ha sido una víctima hipotecada por un modo de vida ficticio durante los últimos años), que parezca que existe demanda y obtener así variaciones al alza en los valores de las materias con los que especular, y si explota, que ya lo sabían, no importa, que ya arreglaremos cuentas con los más desfavorecidos, con la inestimable ayuda de los gobiernos electoralmente subvencionados, cogidos por los güevos, demostrando que fue antes la cobarde gallina que el huevo, antes la sumisión que el embrión del cambio, donando fondos públicos a la banca en cantidades gastronómicas, mientras millones de personas se mueren de hambre en el mundo. Eso es, los Objetivos de Desarrollo del Milenio y el Protocolo de Kyoto llevan estancados tiempo ha, teniendo por sombrío contraste cómo se suceden a velocidad de vértigo conferencias a tutiplé para salvar sus culos. A nadie ya le choca pues que nuestro Zetaprogre sea uno de ellos, ese que ahora pugna por una butaca en la Cumbre del G20 para impartir clases de socialismo, palabras que cada vez que escucho de su boca, siento que se me cierra la válvula pilórica.

Lo de la contribución estatal al sector financiero entraña una extraña coexistencia de conceptos. El liberalismo globalizador, quien se opone al intervencionismo del Estado porque entorpece los movimientos de su libre mercado, ahora pide que participe con dinero público en términos de concesión de avales y adquisición de activos. Se puede entender mejor de una manera más simple : Doña Blanca, trabajadora que necesita dinero para acceder a una vivienda, se acerca al banco para solicitar un préstamo. Don Emilio, el señor de la entidad de crédito, que no se fía de ella, no le concede la hipoteca, y es quien de rebote le pide otro préstamo mucho más gordo a Doña Blanca y al resto de contribuyentes, que sí se lo otorgamos, aunque no nos fiemos tampoco de ellos, visto el sancocho que han montao. Así, Don Emilio, el diablillo de SATANDER, se pone las botas, buen botín para Emilín y sus coleguillas de la banca, que saquean a mares como Piratas del Caribe.

Lo peor de esta trama es que cada vez sorprenda menos que partidos o coaliciones de “izquierdas” asuman y regalen su voto delegado a favor de estas medidas, como es el caso de NaBai. Que no se sorprendan pues, de seguir así, surcando a favor del viento, del naufragio que les espera cuando se vean a ojos de su electorado a culo pajarero, con las nalgas al descubierto, mostrando ese pseudo-clientelismo de chichinabo. El modelo económico neoliberal se valora como el único en la lógica de la democracia partidista, no hay opción fuera de él. Estamos acostumbrados a ver grandes plantes, rupturas y debates dentro de los partidos en torno a concepciones territoriales, estatutos autonómicos, consultas y financiación, pero nada de esto se da cuando lo que está en juego es la misma raíz del actual orden de las cosas. Así, sólo cabe esperar el abordaje y entregarles el cofre a los piratas.


Fuente: Manuel Velasco Valladares
Secretario General de la CGT en Navarra