Deberíamos cambiar muchas formas de pensar y de actuar si no queremos ser tildados de hombres y mujeres de “cabeza mediana”.
“Es propio de hombres de cabeza mediana,
embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza.”
(Antonio Machado)
A veces me pregunto, si verdaderamente la mayoría de las personas con diversidad funcional y nuestro entorno, creemos en nuestra igualdad con respecto al resto de la sociedad. La triste y desafortunada respuesta que siempre me doy es que mayoritariamente y en lo más profundo de nosotros, por mucho que digamos que sí, nuestros actos demuestran que no. De ahí posiblemente que seamos el colectivo más aislado y discriminado de la sociedad por mucho que queramos reinventar ésta como una sociedad participativa y globalizada donde todos tienen cabida.
No es suficiente con decir que todos somos iguales y que disponiendo de los medios que se nos omiten en la mayoría de ocasiones como la accesibilidad, la educación, el empleo, la formación, la asistencia personal, las ayudas técnicas, las pensiones dignas, necesarias para vivir una vida en igualdad de oportunidades, dejaremos de ser discriminados por la mayoría social. Hemos de ir un poco más lejos y tal vez profundizar en nuestros errores que posiblemente no son pocos.
Evidentemente sin esa dotación de medios que es visible, objetiva y cuantificable en cada uno de los casos de personas con diversidad funcional, sea ésta del tipo que sea, no iremos a ninguna parte y podremos aseverar que se nos está discriminando por falta de igualdad de oportunidades para poder con ello ponernos en el mismo nivel de participación del resto de ciudadanos de nuestro entorno que no precisan de esas dotaciones.
Pero ¿qué es lo que hace que una gran mayoría de nosotros y nuestro entorno no se rebele contra esta discriminatoria realidad y por ello guarde silencio, e incluso les lleve al punto de mostrar hasta agradecimiento por la percepción de unas migajas hacia la igualdad, que nunca la hacen posible ?
El concepto, la creencia, la falta de toma de conciencia como individuo y como colectivo extensivo a toda la sociedad, de ser portador y generador de ese derecho de igualdad.
Si no arrancamos la raíz de ese concepto medicalizado de que somos sujetos enfermos y débiles a los que proteger, ensombrecer o ensalzar y por los que en la mayoría de ocasiones decidir, siempre expuestos a juicios y determinaciones sociales, ajenos a la voluntad, el deseo y la libertad del individuo, difícilmente alcanzaremos a transformar el modelo médico rehabilitador que sigue instaurado en nuestra sociedad por el modelo social de la defensa de la diversidad humana y su respeto a la vida independiente, que nuestras leyes internacionales y nacionales, nos garantizan pero no nos proporcionan.
Pero para que lleguemos a esto, nosotros en primera instancia hemos de llegar de una forma clara, contundente e incluso dolorosa y traumática en ocasiones, a nosotros mismos.
Nadie conoce como nosotros mismos en qué consiste la experiencia social de vivir en la diversidad y existen tantas experiencias como personas con diversidad funcional.
El núcleo más cercano consecuencia de los problema y soluciones de que disponemos las personas con diversidad funcional, es posiblemente la familia y la concepción que ésta tiene de las diferentes diversidades funcionales y lo que en primera instancia transmite.
Es necesario, para ello que conozcamos la historia y los estigmas que las diferentes diversidades funcionales a grosso modo y a lo largo del tiempo han ido calando en nuestras sociedades y para ello no se precisan más que cuatro pinceladas básicas a ser reflexionadas muy profundamente por nosotros mismos.
Para ello hemos de distinguir los diferentes tipos de discapacidades existentes. Físicas, psíquicas, mentales y sensoriales. Pero dicho así, que es como actualmente solemos denominarlo es como que no hemos dicho nada, porque el alcance de todas estas generalidades en nuestra propia experiencia personal, puede ser tan variopinto como para formar diferentes formas de ver tales diversidades, en base a nuestras propias experiencias o creencias.
Vayamos más al terreno de lo concreto y popular. Podemos componer estos grupos, como antes se decía en sentido peyorativo, -y aun se emplea en círculos de confianza con diferentes connotaciones-, ciegos, sordos, cojos, mancos, locos, retrasados, autistas, paralíticos, inválidos, diabéticos, cancerosos, larengitomizados, enajenados mentales, enfermos de… , anoréxicos, bulímicos, longevos o accidentados, lo que viene a significar que todo el conjunto social, excepto el de la inexistente perfección en lo que es diversidad funcional o discapacidad, está representado.
¿Por qué entonces, nuestra sociedad, nuestros estamentos políticos y administrativos, nuestros representantes sociales y nosotros mismos nos discriminamos ? Tal vez no hemos aprendido a mirarnos en el mismo espejo en que proyectamos a quienes consideramos despojados por la sencilla razón de que su experiencia y la nuestra suponen una misma crueldad social, con una marcada diferencia personal, cuya asimilación, nos parece inalcanzable. Y es así como sin quererlo y la mayoría de ocasiones sin saberlo, en lugar de potenciar nuestra riqueza, damos vida a nuestras injustas y crueles debilidades.
Para cambiar un paradigma, no basta con tener una idea, hay que sentirla y demostrarla, frente a aquellos que siendo como yo, son tan diferentes a mí, como yo soy diferente a ellos una vez traspasada y respetada la línea de la igualdad.
Esa y no otra sigue siendo nuestra lacra. Una lacra que va de lo personal a lo colectivo y que en definitiva es una lacra social, política, institucional y representativa.
Mi duda sigue siendo si seremos capaces y por ese mismo orden de percibirlo, asimilarlo y corregirlo algún día, siendo conscientes de que no se precisa de mucho más como punto de arranque, que de un mero esfuerzo de asertividad y de empatía.
Mª Ángeles Sierra.