En la última década, una de las profesiones que más se ha transformado fruto de la globalización neoliberal, de la revolución digital y de los nuevos hábitos de consumo es a buen seguro la profesión periodística.
Esta transformación tiene consecuencias sociales muy importantes dado que el buen ejercicio de la profesión periodística es imprescindible para la calidad de la información que después contribuirá a la formación de la opinión pública. Si bien es cierto que el acceso a medios de comunicación alternativos se ha visto favorecido con la irrupción de Internet, los grandes medios (prensa —incluidas sus versiones digitales—, televisión y radio) siguen siendo en nuestros días los principales formadores de opinión.
La “muerte” del periodismo es un asunto recurrente desde hace lustros en seminarios sobre la profesión periodística, fuente inagotable de tesis doctorales y tertulias. No es ningún hallazgo decir que los principios deontológicos clásicos, basados en el rigor, la independencia y una cierta “objetividad”, a menudo han chocado con la línea editorial del empresario.
Pero en la actualidad, según ha ido avanzando la concentración capitalista transnacional —que ha convertido a los grandes medios en genuinas terminales de las Corporaciones mundiales— la censura ha ido creciendo sustancialmente debido al incremento de intereses particulares por la composición de sus accionariados. Simultáneamente a la concentración y globalización empresarial se está produciendo una integración gradual de todos los medios, fruto de la revolución digital (prensa tradicional-redes-dispositivos móviles, televisión-radio-redes, etc).
Estos cambios están provocando resultados indeseables para los profesionales al verse obligados a asumir nuevas funciones que dificultan sus condiciones de trabajo : redactores que trabajan simultáneamente para la prensa en papel e internet, redactores de tv que escriben y montan sus propias noticias en tiempo record, escribir, grabar en video y locutar todo en uno…en definitiva, asumen tareas específicas para las que no tienen suficiente formación, alargándose a menudo las jornadas y por el mismo salario. Si a este aumento de la precariedad del trabajo le sumamos que entre un 10-20% de las plantillas se están cubriendo con becarios, muy bien formados pero aún con poca experiencia, el resultado inevitable es un descenso importante en la calidad de la información que recibimos. Por último, y relacionados con los dos anteriores factores, está el tratamiento que recibe la información, cada vez más cercano al marketing que al servicio y la calidad .
El Colegio de periodistas viene denunciando desde hace tiempo que cada vez más a menudo las noticias quedan postergadas al titular (esloganización), dejando la elaboración en un segundo plano. En la prensa diaria escrita el sensacionalismo se abre paso cada vez más, con una mayor incidencia en los diarios de difusión gratuita que además le han robado una parte importante de lectores a la prensa “seria”. La crisis “del papel”, motivada en buena parte por la gratuidad y la inmediatez que ofrece el soporte digital, ha provocado una mayor simplicidad en el tratamiento informativo y un mayor amarillismo que trata de llamar la atención de las nuevas audiencias. En radio y tv la tendencia es similar : noticias breves (muy a menudo descontextualizadas) y cuanto más espectaculares, entretenidas y morbosas, mejor.
En definitiva, nos encontramos con un menor control del profesional sobre la información (más acusado en la información internacional por la presión que ejercen el oligopolio de agencias de noticias internacionales), sobreexplotación de los profesionales (convertidos en hombres orquesta) y la extensión de la precariedad material para ejercer la profesión. De la misma manera que se va imponiendo en nuestra sociedad el “usar y tirar” de los restaurantes franquicias, de los stands de cartón piedra o de la comida rápida, la profesión periodística en los grandes medios ha sufrido un proceso de degradación similar. Lo peligroso de todo esto es que a este pladur periodístico terminarán encontrándole efectos secundarios tan nocivos como las enfermedades cardiovasculares que provoca la comida basura.
Al fin y al cabo, somos lo que comemos, pero también lo que leemos, escuchamos y vemos.
Luis Trocóniz, Periodista y Militante de CGT