Empiezan a acumularse los datos que sugieren que el Partido Socialista, dentro de poco en el gobierno, se hará el remolón en lo que se refiere a la aplicación de un compromiso —el relativo a la retirada de los contingentes militares españoles presentes en Iraq— que contrajo el pasado año.
Tras recibir inequívocas presiones al respecto, Rodríguez Zapatero ha puesto el acento en dos apreciaciones que merecen ser glosadas. La primera la aporta la reiteración, omnipresente, de que la retirada que nos ocupa no adquirirá carta de naturaleza si la ONU, antes de junio, toma las riendas de Iraq.

Empiezan a acumularse los datos que sugieren que el Partido Socialista, dentro de poco en el gobierno, se hará el remolón en lo que se refiere a la aplicación de un compromiso —el relativo a la retirada de los contingentes militares españoles presentes en Iraq— que contrajo el pasado año.

Tras recibir inequívocas presiones al respecto, Rodríguez Zapatero ha puesto el acento en dos apreciaciones que merecen ser glosadas. La primera la aporta la reiteración, omnipresente, de que la retirada que nos ocupa no adquirirá carta de naturaleza si la ONU, antes de junio, toma las riendas de Iraq.

El aviso se antoja un brindis al sol, toda vez que nadie en su sano juicio puede creer que Estados Unidos se apresta a ceder a otros, en serio, su dominio sobre Iraq y a poner así en un brete la satisfacción de los dos grandes objetivos que han guiado la política de la Casa Blanca : reconfigurar el panorama estratégico del Oriente Próximo y adueñarse de jugosas materias primas energéticas.

Aún más lamentable se antoja, con todo, la segunda apreciación, que no es otra que la que aduce la conveniencia de trasladar soldados a Afganistán. El Partido Socialista no ha acertado a explicar todavía —acaso no tiene interés alguno en hacerlo— por qué se opuso a la agresión militar estadounidense en Iraq mientras acataba sin rechistar la registrada año y medio antes en Afganistán. Sorprende la aplicación de criterios tan dispares a dos conflictos que son, pese a las apariencias, extremadamente similares. Y al respecto se intuye poco satisfactoria la aseveración, tan común, de que Naciones Unidas había refrendado en Afganistán las operaciones militares norteamericanas. La posición de la máxima organización internacional se caracterizó, antes bien, por una extrema ambigüedad detrás de la cual se barruntaba el designio de no airear eventuales discrepancias con Washington. Éstas hubiesen revelado bien a las claras que se estaba violentando, y de forma gruesa, la Carta de Naciones Unidas.

En lo que al embrollo afgano se refiere, no le echemos, aun así, todas las culpas al PSOE : muchas de las fuerzas que se hallan a su izquierda han mantenido un tono extremadamente bajo, también, en la contestación de la agresión norteamericana. Se trata, tal vez, de las mismas gentes que en las manifestaciones convocadas el sábado 20 de marzo se inclinaron por borrar el nombre de Chechenia de unas convocatorias que, conforme al designio avalado por el Foro Social Europeo, debían traernos a la memoria lo que ocurre en esa atribulada república del Cáucaso septentrional, en Iraq y en Palestina.

Pero volvamos a lo que íbamos y apuntemos que parece como si en los últimos días Rodríguez Zapatero se hubiese reencontrado con las posiciones que defendió, a finales de 2002, cuando no era en modo alguno evidente que el PSOE se disponía a rechazar de forma radical una agresión militar norteamericana en Iraq. Entonces el secretario general acostumbraba a subrayar que su partido se oponía a la guerra, que desestimaba una guerra unilateral y que hacía otro tanto con una guerra preventiva. Semejante ejercicio retórico, con su condición repetitiva, a más de uno le pareció sospechoso : quien decía censurar la guerra tenía por fuerza que extender su reprobación —iba de suyo— a las modalidades unilateral y preventiva de aquélla. La redundancia sólo podía explicarse en virtud de un mensaje que se adivinaba por detrás de las declaraciones : el Partido Socialista se hubiera mostrado dispuesto a revisar sus posiciones si la agresión norteamericana que se anunciaba no tuviese un carácter unilateral y no exhibiese una condición aparentemente preventiva. Rodríguez Zapatero, visiblemente entrampado en un cenagoso terreno, no parecía exhibir conciencia alguna en lo que respecta al interesado multilateralismo a la carta que la Casa Blanca ha aplicado en tantos escenarios y prefería ignorar, en fin, la sumisión a los designios de los grandes que impregna la historia toda de Naciones Unidas.

Las cosas como van, no faltará quien, con criterio respetable, reclame que no mareemos más la perdiz y que nos demos por satisfechos en el caso de que los soldados, efectivamente, se retiren de Iraq. Permítaseme subrayar, con todo, que a muchos lo anterior nos sabrá a poco : querrá decir, inequívocamente, que la supeditación que la política exterior española muestra para con Estados Unidos en modo alguno encontrará un freno consistente. Los convenios militares hispanonorteamericanos permanecerán incólumes, Washington seguirá empleando las bases —Rota, Morón— de utilización conjunta y se preservarán los vínculos tramados en el seno de la OTAN.

No es preciso recordar, a buen seguro, que, de cobrar cuerpo nuestras intuiciones —se resumen en una : el PSOE va a rebajar sensiblemente el tono de sus disensiones con Washington—, muchos de los votantes de izquierda del Partido Socialista se sentirán defraudados. A nadie habrá de extrañarle, entonces, que algunas de las manifestaciones que hasta hoy se han hecho valer en la madrileña calle de Génova se trasladen a la de Ferraz. Es lícito pronosticar, eso sí, que al Partido Socialista no le faltarán, entonces, arrestos para encarar la situación. Ya demostró su oficio al efecto, veinte años atrás, cuando modificó abruptamente sus opiniones en relación con la OTAN y acabó por demandar un voto afirmativo en un malhadado referéndum.


Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de Bakeaz.