Me piden que, ahora que se cumple el segundo aniversario del 15-M, asuma un ejercicio de consideración crítica, no simplemente elogiosa, de lo que aquél ha supuesto. Antes de hacerlo dejaré claro, aun con todo, que no tengo dudas en lo hace a las virtudes del movimiento del 15 de mayo: ha permitido forjar una identidad contestataria que faltaba, ha proporcionado un saludabilísmo espacio de reencuentro de muchas gentes, ha reabierto con fortuna debates que parecían definitivamente clausurados, ha dado alas a movimientos que bien que las necesitaban y, en fin, y por encima de todo, ha hecho posible que muchas gentes descubran que pueden hacer cosas que hace un par de años hubiesen resultado impensables.

Con estos antecedentes confesaré que no acierto a entender qué ganaríamos si el 15-M desapareciese, al tiempo que puedo imaginar sin problemas las pérdidas, ingentes, que de ello se derivarían. Si, al cabo, no dispusiésemos del movimiento, tendríamos que crear algo parecido.

Con estos antecedentes confesaré que no acierto a entender qué ganaríamos si el 15-M desapareciese, al tiempo que puedo imaginar sin problemas las pérdidas, ingentes, que de ello se derivarían. Si, al cabo, no dispusiésemos del movimiento, tendríamos que crear algo parecido.

Una vez sentado lo anterior, asumo de buen grado, con todo, la tarea que se me encomienda. Y lo primero que se me ocurre anotar es un argumento que en cierto sentido nace de la comparación del 15-M con los movimientos antiglobalización que lo antecedieron en el tiempo. Alguna vez se ha dicho que los movimientos de los indignados –nada me gusta el término pero lo dejaré ahí– constituyen un intento de adaptación del mundo antiglobalización al nuevo escenario perfilado, a partir de 2007, por la crisis. Aunque la idea creo tiene su fundamento, me interesa ahora escarbar en una diferencia fundamental entre una y otra realidad. Si a menudo se ha sugerido con criterio que en el Norte rico los movimientos antiglobalización reclamaron en esencia derechos para otros –para los habitantes de los países del Sur y para los integrantes de las generaciones venideras–, parece que esa dimensión es más débil, en cambio, en la realidad cotidiana del 15-M, una instancia mucho más aferrada a lo más próximo, al Estado-nación y, en último término, a lo local. Si este apegamiento a lo más cercano es una virtud, no deja de acarrear un problema obvio: cuando muchos hemos peleado para que el movimiento asumiese de pleno la lucha feminista, los retos que se derivan de la conciencia de lo que significan la crisis ecológica y el colapso, o, en suma, las necesidades que surgen de una solidaridad innegociable con muchas de las gentes que habitan el Sur del planeta, más bien parece que el 15-M no ha estado a la altura. Matizaré lo que acabo de decir: no se trata, desde mi punto de vista, de que las activistas del movimiento no compartan esos objetivos. Se trata de que la biología del 15-M remite de forma directa a lo más cercano –al paro y a los desahucios, para entendernos– y no está adecuadamente engrasada para encarar lo más lejano, en el tiempo o en el espacio. Algo tendremos que hacer para salir de este atolladero.

Formularé una segunda idea, que en este caso sugiere que hay ámbitos importantes en los que el 15-M, o no ha resuelto convincentemente la cuestión correspondiente o, simplemente, no ha conseguido expandirse en terrenos que a muchas nos parecen importantes. Si ejemplo de lo primero lo siguen siendo las controversias que suscita la relación de aquél con el mundo del trabajo –tiempo habrá para hincarle el diente a tan compleja cuestión–, ilustración de lo segundo lo es la precaria presencia del 15-M en el mundo rural, y ello pese a que uno de los proyectos centrales avalados por el movimiento –la construcción de espacios de autonomía en los que, sin aguardar nada de nuestros gobernantes, apliquemos reglas del juego diferentes– remite en muy buena medida, por lógica, a ese mundo.

Me permito agregar una última observación: el 15-M tiene que esforzarse para clarificar qué es lo que quiere ser. Aunque la presencia al respecto de percepciones distintas, todas legítimas, no deja de tener su lado saludable, me limito a enunciar en este caso una convicción personal: con la que está cayendo, no entiendo que el 15-M pueda ser otra cosa que una instancia que en todos los órdenes de la vida plantee el horizonte de la asamblea, de la autogestión y de la desmercantilización para hacer frente a la barbarie capitalista desde la perspectiva de la lucha antipatriarcal, de la defensa de los derechos de los integrantes de las generaciones venideras y de la solidaridad con los desheredados del planeta. Y que lo haga en colaboración estrecha con todas aquellas instancias que están inmersas en la misma tarea.

Carlos Taibo


Fuente: Carlos Taibo