El testimonio de primera mano de una de las personas que realizó las fosas comunes para enterrar a los fusilados de la Guerra Civil en el cementerio de El Bosque (Cádiz) ha dado un giro importante a la investigación que realiza el grupo de arqueólogos de la Junta de Andalucía. Se trata de José Vázquez, natural de El Bosque y de 91 años de edad, el único sobreviviente del grupo de vecinos de esta localidad que fueron reclutados en el verano de 1936, tras el Alzamiento, para llevar a cabo las excavaciones de las fosas y el traslado de los cadáveres desde las inmediaciones de la población hasta el cementerio.
José Vázquez, de 91 años, narra los enterramientos y asegura que en el camposanto puede haber alrededor de una treintena de cadáveres.
«No tuve más remedio que hacerlo. Habría ido al hoyo con ellos si me hubiera negado», dice este hombre que ahora se atreve a revelar este pesado ’secreto’ que durante casi 70 años «no pude decir por miedo» como muchos otros testigos.
Tanto es así, que incluso sus hijos se han enterado de esta noticia hace unas semanas. José Vázquez tenía 23 años cuando ocurrieron los hechos y se ganaba el pan en el campo trabajando su pequeña era. No puede borrar de su memoria la primera vez que lo mandaron a cavar y enterrar los cuerpos.
Fija el momento entre el siete y el 20 de agosto cuando él y sus compañeros recogieron un grupo de nueve fusilados, procedentes de la población de Ubrique, que habían sido ejecutados en un caserío llamado el Andén, a las puertas de El Bosque. Algunos fueron transportados en carreta y otros en parihuela a través de un terreno abrupto hasta llegar al cementerio. «Todos iban muy bien vestidos y con sus zapatitos nuevos, les dijeron que los trasladaban hasta el Puerto de Santa María para declarar», apunta José.
La noche anterior le ordenaron rebajar hasta un metro y medio una zanja cerca del muro que servía de desagüe y allí, al alba, los sepultó. «Después de esto, me dispuse a recoger mi pala y mi escardillo pero me mandaron dejarlas en el cementerio. Irremediablemente supe que iban a servir de nuevo».
Y así fue hasta finales de septiembre. Vázquez narra que al menos en el cementerio existe de tres a cuatro fosas comunes y el número de fusilados puede ascender a una treintena, la mayoría procedente de Benamahoma, Prado del Rey y Ubrique porque la práctica era inhumar a los cuerpos fuera de sus poblaciones de origen.
Aunque a un gran número de ellos no los conocía por ser de otras poblaciones, sí tiene la vivencia de un padre y su hijo, naturales de Benamahoma, que él bien conocía porque hacían el servicio de correo entre ambas poblaciones. «Los pusieron sobre la pared del propio cementerio, allí mismo los mataron y después los enterramos» dice, sin olvidar un instante la cabeza inerte del hijo sobre el regazo del padre. Ahora, José ha tenido la oportunidad de contárselo al huérfano de tres años que dejó el cartero.
El testimonio espeluznante se completa con otra conocida, en este caso una mujer, que la mataron en la cuneta y le tocó recogerla. Y más allá su propia historia personal cuando posteriormente estuvo en la Guerra Civil como fuerza de choque del segundo batallón de Cádiz.
Durante esta semana, familiares de desaparecidos han hablado con este hombre con la esperanza de hallar alguna pista sobre su destino.
La tragedia de ellos también es su propia tragedia ya que José perdió a su cuñado en la Guerra Civil y no sabe dónde buscarlo. Se lo llevaron como a muchos y espera que la vida le dé una tregua para saber su paradero.
Diario de Cádiz