Los muros y alambradas que se levantan parten en dos la tierra.
Para que los de dentro se sientan a salvo se construyen murallas que dejan fuera la hambruna o la desesperación.
Y si alguien se cuela por las rendijas, si alguien se atreve a desafiar el porvenir violento de sus vidas, si alguien desea salir del ayuno, de los harapos o de la metralla es aporreado en las calles o en las celdas.
Porque es delito ser pobre, ser un invisible, ser un don nadie.
Es un crimen buscar abrigo, buscar salario, buscar letra o pan o pueblos sin sables.
Porque es mejor amontonar los cadáveres lejos, al otro lado huelen menos.
Y este espanto de mirarlos como si fueran algo molesto abre de par en par las puertas del fascismo.
Y si alguien se cuela por las rendijas, si alguien se atreve a desafiar el porvenir violento de sus vidas, si alguien desea salir del ayuno, de los harapos o de la metralla es aporreado en las calles o en las celdas.
Porque es delito ser pobre, ser un invisible, ser un don nadie.
Es un crimen buscar abrigo, buscar salario, buscar letra o pan o pueblos sin sables.
Porque es mejor amontonar los cadáveres lejos, al otro lado huelen menos.
Y este espanto de mirarlos como si fueran algo molesto abre de par en par las puertas del fascismo.
Y este horror de no compartir con ellos siquiera esta pizca de rabia o de ternura, este horror de culparles de las cadenas que sujetan nuestras miserias me hace pensar que quizá dentro de nosotros mismos están los muros más infranqueables, los que sólo se derribarán si nos vemos todos como iguales: supervivientes en un mundo de barbarie.
Silvia Delgado – www.kalvellido.net
Fuente: Silvia Delgado - J. Kalvellido