No se requiere mucho valor para asesinar a un parapléjico en silla de ruedas. Pero hacen falta apenas unos momentos para absorber las implicaciones del asesinato del jeque Ahmed Yassin. Cierto, apoyaba con entusiasmo los ataques suicidas, con todo y la matanza de niños israelies. Sí : el que a hierro mata a hierro muere, en silla de ruedas o no. Pero algo andaba mal ayer en el recuento de los hechos en los noticiarios, y algo mucho más peligroso -otro precedente siniestro- estaba en marcha para nuestro mundo feliz.
Pensemos en el anciano mismo. Desde el principio la explicación israelí fue simple : el jeque Yassin era «la cabeza de la serpiente» -para usar las palabras del embajador israelí en Líbano-, el líder de Hamas, «una de las más peligrosas organizaciones terroristas del mundo».
Pero luego vino la ofuscación en los medios mundiales. Yassin, nos dijo el servicio de televisión mundial de la BBC a la hora de la comida, fue liberado originalmente por los israelíes en un «intercambio de prisioneros». Parecía uno de esos conocidos trueques -un palestino a cambio de soldados israelíes capturados-, pero más tarde la BBC agregó que fue liberado «a resultas de un trato negociado por el rey Hussein». Lo cual era muy extraño. Esta «cabeza de serpiente», este presunto monstruo, estaba en una prisión israelí, y luego -lotería- fue liberado por medio de un «trato». Así pues, recordemos cuál fue ese trato.
El jeque Yassin fue liberado nada menos que por el derechista del Likud Benjamin Netanyahu, partidario de «la ley y el orden», cuando era primer ministro de Israel. El rey Hussein no fue «negociador» entre dos partes. Dos agentes secretos del Mossad habían intentado asesinar a un oficial de Hamas en Ammán, capital de una nación árabe que tenía un acuerdo integral de paz con Israel. Habían inyectado veneno al militante de Hamas ; el rey Hussein de Jordania, furioso, llamó al presidente estadunidense y amenazó con someter a juicio a los agentes del Mossad, a quienes se había capturado, si no se administraba el antídoto a la presunta víctima y no se liberaba a Yassin.
Netanyahu cedió de inmediato. Yassin fue liberado y los agentes del Mossad volvieron sanos y salvos a Israel. Así pues, el «cabeza de serpiente» fue liberado por Israel mismo, por cortesía del entonces primer ministro israelí, capítulo que en la narración noticiosa de ayer fue convenientemente pasado por alto. Lo cual es muy entraño. Porque si el anciano clérigo era en verdad merecedor de la ejecución, ¿por qué Netanyahu lo dejó ir ? No era una pregunta que alguien quisiera hacer ayer.
Pero hay algo infinitamente más peligroso en todo esto. Otro árabe -otro líder, por vengativo y despiadado que fuera- había sido asesinado. Los estadunidenses quieren matar a Bin Laden. Quieren liquidar al mullah Omar. Asesinaron a los dos hijos de Saddam Hussein. Así también mataron a tres mandos de Al Qaeda en Yemen con un avión no tripulado dirigido a distancia y un cohete. Se está volviendo un hábito.
Nadie ha comenzado a evaluar las implicaciones de todo esto. Durante años ha habido una regla no escrita en la cruel guerra de gobiernos contra guerrilleros. Se puede matar a los combatientes de la calle, a los que construyen las bombas y a los elementos armados. Pero a los líderes de ambos lados -ministros de gobierno, guías espirituales, posibles «valiosos interlocutores» del futuro, como los llamaban los franceses cuando descubrieron que habían matado a la mayor parte de los líderes argelinos en 1962- se les permitía sobrevivir.
Cierto, a veces se rompía esta regla. El Ejército Republicano Irlandés intentó asesinar a Margaret Thatcher y mató a Airey Neave, amigo de la primera ministra. Jihad Islámica asesinó a un ministro israelí en su cuarto de hotel. Pero son excepciones.
Ahora todo ha cambiado de manera absoluta. Todo aquel que propugne la violencia -incluso si es palpablemente incapaz de cometerla- está ahora en la lista de blancos por atacar.
Así pues, ¿quién puede llamarse sorprendido si el otro lado rompe la regla ? Con todo el aparato de seguridad que los rodea, George W. Bush y Tony Blair pueden considerarse a salvo pero, ¿qué hay de sus embajadores y ministros ? Cierto, supuestamente alguien intentó matar a George Bush padre en Kuwait : culparon a los iraquíes, pero el tribunal jamás determinó, a los ojos de la opinión internacional, que tal acusación fuera cierta. Pero ahora todos se han quitado los guantes : los líderes son presa permitida.
Nosotros no vamos a decirlo así. Si nuestros propios dirigentes políticos en algún momento son abatidos a balazos o volados por los aires, condenaremos a los asesinos y afirmaremos que se ha alcanzado una nueva etapa en el «terrorismo». Olvidaremos que en este momento estamos estimulando esta escalada de asesinatos indiscriminados. Los estadunidenses no condenaron el asesinato del jeque Yassin. ¿Creerán que los palestinos se olvidarán de eso ?
Ir a yugular era hasta ahora un fenómeno casi exclusivo de Medio Oriente -Sri Lanka e India serían posibles excepciones-, pero ya no. La muerte del jeque Yassin es, por lo tanto, un paso más en un sendero aterrador. Ahora los líderes están en la línea de fuego. Y no digamos que no lo sabíamos.
© The Independent
Traducción : Jorge Anaya