Piden señalizar y proteger el antiguo campo de forzados para evitar su destrucción.
Hace unos años, hacia 2004, una profesora en el instituto de la Algaba, aprovechando que el centro acogía la exposición sobre el Canal del Bajo Guadalquivir, construido por presos esclavos del franquismo internados en Los Merinales y La Corchuela, pidió a sus alumnos que preguntaran a sus padres y abuelos por otro campo de trabajos forzados que había existido en su pueblo, pero del que se sabía muy poco. Los chavales inquirieron en casa pero volvieron con las manos vacías, recuerda el coordinador del grupo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía de la Confederación General del Trabajo (CGT), Cecilio Gordillo, impulsor de aquella exposición.
El tiempo y el silencio impuesto por el miedo habían borrado casi toda la memoria de aquel sitio. La profesora, dice Gordillo, se dirigió al cuartel de la Guardia Civil para preguntar, ¿Dónde estuvo el campo de Las Arenas?, con suerte de que un agente la invitó a subirse al todoterreno y la llevó por la carretera A 188, que conduce a Torre de la Reina, y unos dos kilómetros antes de llegar a esta pedanía de Guillena, aunque aún en el término de La Algaba, le señaló un edificio en ruinas.
El tiempo y el silencio impuesto por el miedo habían borrado casi toda la memoria de aquel sitio. La profesora, dice Gordillo, se dirigió al cuartel de la Guardia Civil para preguntar, ¿Dónde estuvo el campo de Las Arenas?, con suerte de que un agente la invitó a subirse al todoterreno y la llevó por la carretera A 188, que conduce a Torre de la Reina, y unos dos kilómetros antes de llegar a esta pedanía de Guillena, aunque aún en el término de La Algaba, le señaló un edificio en ruinas. «Nos enteramos de dónde estaba por la Guardia Civil, si no, habría sido imposible», dice Gordillo.
Ha pasado una década y el edificio está aún más deteriorado. Se ve pasando el pequeño polígono industrial Las Arenas, a la izquierda de la calzada, justo donde el asfalto hace un giro de 90 grados a la derecha. Está a unos veinte metros del canal de Viar, que trae las aguas del río homónimo para regar estos maizales y cuya excavación, iniciada en la República con obreros libres, concluyeron los internados en este edificio con aspecto de cortijo. Además trabajaron en la urbanización del poblado agrícola de Torre de la Reina (cerca de El Viar, antes el Viar de Franco).
Atravesando maleza, basuras y los escombros caídos, el que se detenga a husmear por aquí verá dentro de un patio la puerta tapiada de una casa, con una ventana abierta por la que se ven unas escaleras, una chimenea, enseres abandonados de ocupantes posteriores; a sus espaldas, un edificio de unos veinte metros de longitud con una galería de arcos cuyo techo se ha desprendido casi entero, aunque aún cuelgan entre sus vigas de madera carcomida unas tejas con la inscripción «Manuela Fernández, Sevilla, Triana». En el tejado anidan palomas. Hay un pozo. El interior del edificio principal está cerrado.
Este es, alerta Cecilio Gordillo, «el único» campo de trabajadores esclavos de los que durante la Guerra Civil y la dictadura rodeaban como una corona de espinas la ciudad de Sevilla cuyos restos arquitectónicos permanecen aún en pié. Pero ni Las Arenas ni ninguno de los otros lugares o infraestructuras asociados al trabajo forzado están protegidos legalmente con la figura de Lugar de la Memoria dentro del listado que creó la Junta en 2011 para evitar su derribo, y ni siquiera están señalizados: en esa invisibilidad permanecen los campos de Las Arenas, Los Meriales, La Corchuela y el Colector o Heliópolis (este en la capital); el deposito de presos de La Isla, la finca militar Las Turquillas entre Osuna y Écija (donde recluyeron a jornaleros y ante la que el pasado 1 de Mayo se manifestó el SAT); el muro del pantano de Torre del Águila en Utrera (la vecina El Palmar de Troya la crearon las familias de los presos) o los Batallones de Trabajadores Penados del parque de Oromana en Alcalá de Guadaíra, y de Lora del Río. Algo que reclaman desde hace más de diez años, y sobre lo que ahora insisten para que el olvido y la erosión no terminen de devorarlos.
Falta, junto a la limpieza, consolidación y protección del edificio junto al canal del Viar, al menos un simple cartel que mencione que aquí murieron «murieron cien presos de hambre». Muchos de ellos, dice Gordillo citando la investigación de la historiadora María Victoria Fernández Luceño, eran presos gubernativos acusados de mendicidad. Otros eran represaliados políticos. Grandes propietarios agrícolas pidieron al general Queipo de Llano, virrey de Sevilla, que diera de comer a esos presos porque se morían a puñados y se quedarían sin nadie para terminar el canal, cuenta Gordillo.
Entre esos presos estaba Antonio León Núñez, El Soguero, joven edil socialista de El Viso del Alcor, que en la cárcel de Sevilla, la de Ranilla, asistió a unas sacar camino del fusilamiento de innumerables compañeros. Cuenta Baldomero Alba Lara en su biografía de León Núñez: «Cuando nombraban a algún Antonio, el intervelalo de tiempo que había hasta llegar al apellido se le hacía interminable. Un día llamaron a 17 presos, entre los cuales estaba él, a las cinco de la madrugada (…). Recuerda como al pasar por el barrio de la Macarena, uno de sus compañeros comenzó a llorar, pues creyó que se dirigían camino del cementerio y que allí serían fusilados. No olvida lo horrible que fueron aquellos momentos; algunos lloraban, otros se lamentaban, había quien se acordaban de sus familias, pero a su paso por el cementerio el camión no se detuvo, así que pensaron que los llevaban hacía una carretera o alguna cuneta. Afortunadamente, no fue así, sino que fueron trasladados a un campamento donde había presos construyendo el canal del Viar, en Guillena» . Sobrevivió y, antes de morir, lo nombraron edil de honor de El Viso, en 2002, a los 91 años.
Esto y algo más podría decir un cartel al pie de las ruinas. Pero no hay nada. Por eso piden a la Junta que se llene ese vacío y a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, de la que se cree que es la propietaria del edificio abandonado, que lo limpie, consolide e impida su demolición. Hoy solo se oye el ruido de los coches y camiones al pasar por la curva y, cuando callan, el rumor del agua en el canal y el viento entre los árboles. Los llantos de los que sufrieron aquí hasta la extenuación y la extinción, hay que imaginarlos.
El Mundo. Sevilla / Eduardo del Campo /16/09/2013
Foto: RMHSA-CGT.A. Edificio Campo de Las Arenas
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/09/15/andalucia_sevilla/1379267511.html
Fuente: El Mundo