Las Constituciones son, para los anarquistas y también para sus adversarios autoritarios uno de los instrumentos principales de legitimación del orden social, político y económico estatales. Por ello, los anarquistas no debemos -sin contradecirnos a nosotros mismos- participar en el tinglado que confirme una Constitución, sea via referéndum, sea via parlamentaria.
Vaya por delante que los anarquistas somos plenamente conscientes de la irrelevancia histórica de los llamados «Textos constitucionales». Tan irrelevantes (o despreciables, si así se prefiere) como las discusiones teológicas sobre el sexo de los ángeles o el misterio de la Santísima Trinidad, por más que en torno a ellas y con su excusa o amparo se haya intrigado, distribuido el poder y organizado monstruosas matanzas o levantado hogueras y horrendos autos de fe. En este sentido, no hay duda para los anarquistas. Cuanto más crezca el barullo en torno a esos asuntos, tanto mayor ha de ser el esfuerzo de los libertarios por apartarse de la corrala y alentar entre los trabajadores y oprimidos la conciencia cabal de que su postergación solo acabaría cuando se decidiesen a organizarse por sí mismos, sin otra ley que la de la solidaridad, ni otra organización que la de la libertad, ni otro procedimiento que la armonía autogestionaria.
Una Constitución (Carta Magna, Tratado arbitral, etc) es un documento que reseña un determinado tipo de organización política estatal y señala, en términos formalmente jurídicos y normativos, las conductas legales y legítimas que, de cumplirse, han de garantizar su permanencia. Su elaboración implica, en cualquier caso, la construcción del acatamiento social al poder y a las instituciones que le amparan.
En este sentido, poco nos importan a los anarquistas las disquisiciones entre constitucionalistas institucionales y normativos o entre los defensores del derecho natural o del derecho positivo y si en tal o cual Constitución ha de entrar esto o lo otro y, a esto SÍ, a esto NO. Pues nuestra crítica y acción subversiva se dirigen contra la organización política estatal (fundamentada siempre en la desigualdad política y social, esto es, en la falta de libertad y la postergación) y, en consecuencia, contra los instrumentos de que se vale dicha organización, entre ellos, la Ley -y más si es «Suprema»- o el Orden que regula de modo jerárquicamente principal, como «principio constitucional», la acción y la vida del Estado y sus administrados.
Cuando los anarquistas utilizamos expresiones tales como «No a la constitución de la Europa del Capital y la Guerra», no estamos refiriéndonos a un texto en particular, sino definiendo claramente nuestra oposición a esa entidad-la Europa del Capital y la Guerra- que viene constituyéndose desde hace años como un cuerpo social y político lamentable. Y lo viene haciendo muy a pesar nuestro y en contra de nuestras aspiraciones a un régimen de colaboración social armonioso, comunista libertario. Rechazamos los anarquistas la constitución de ese cuerpo y, por el contrario, afirmamos que si ha de nacer un individuo social llamado Europa no podrá jamás presentar la constitución física del Dinero y la Muerte, del Capital y la Guerra.
«No a la constitución de la Europa del Capital y la Guerra» no es lo mismo, ni mucho menos, que «No a la Constitución Europea» y menos todavía en tiempos que se anuncia desde el gobierno un referéndum que apruebe un concreto texto constitucional europeo.
Los anarquistas estamos en contra de la Constitución europea, española, vallisoletana o bananera, … ahora y desde siempre … como lo estamos frente a cualquier texto, institución, instrumento político o artefacto social, que derive de la organización estatal y consagre en dicho Estado (o unidad política, si se prefiere) la desigualdad o el sometimiento. Sin olvidar que una Constitución no es el instrumento más preciado y positivo para un Estado cuando trata de imponer su tiranía. Tampoco lo será, la llamada Constitución europea para la hegemonía del Capital y la Guerra en Europa, una vez que se ratifique o apruebe en todos los países de la UE. Como tampoco lo es, ni lo será cuando se modifique, la Constitución española para que los poderosos señores del dinero y la violencia de arriba mantengan firme su dominio. Dispone el Estado para todo eso de baluartes mucho más firmes que una Constitución (por ejemplo, la fe de los de abajo en el orden y la autoridad, el cainismo social en tiempos de miseria, las bayonetas, el sistema penal y de honores, etc), que al fin cambia e interpreta en cuanto lo necesita. Sin embargo, ello no empece a que las Constituciones y los tribunales constitucionales sean instrumentos eficaces en manos de la organización estatal para ejercer algunas de sus tareas y, en ese sentido, logren afectar al ciudadano y hasta convencerle de que el señuelo es la liebre. Especialmente, la monserga infame de que se tienen los derechos que la Constitución recoge y ampara, eso sí, en la forma y con los procedimientos que en ella misma se prescriben, que nunca directamente, en acción directa, no tutelada.
Así pues, estamos los anarquistas obligados a vivir y luchar contra la injusticia, al margen de lo que prescriba la Constitución que impere allá donde habitemos. Nuestra libertad no dependerá de que figure o no un texto cualquiera, por más importante que parezca y se adornen con amenazas y birretes sus funcionarios. Tampoco nuestras necesidades y exigencias de justicia e igualdad serán cubiertas, si no las conquistamos y defendamos, tras perder la fe en que alguien o algo -el Estado, precisamente- lo hará por nosotros. Y el primer y más valioso y eficaz acto de descreimiento es darle la espalda, sobre todo en su formal nacimiento …
… ¿Votar ? No, gracias. Arrieros somos y en el camino hemos de encontrarnos, pues solo en ellos -en los arrieros, en el camino- está la libertad y la Justicia y no en los Tribunales.
Lluís Corredor
(publicado en La Campana, nº III-7 (27.09.2004)
Par : Lluis Corredor