Hay sobrentendidos que resultan como coces al aguijón ; primero atontan y luego matan. Por ejemplo, sobrentendemos que el patriotismo es intrínsecamente bueno y los políticos necesarios. Pero a menudo los políticos cometen las mayores estupideces por patriotismo. Ocurre como con el amor-pasión para el común de los mortales : suele ofuscar la razón Y de sus efluvios no se salva casi nadie. Gobierno y oposición, llegado el momento, meten la pata cuando del gen marcial se trata. Cómo será la impronta del “todo por la patria” que durante el medioevo franquista una opinión antipatriota, incluso en clave literaria, se juzgaba por lo militar. Aún recuerdo al pobre Fernando Arrabal justificándose ante un tribunal porque en la dedicatoria de uno de sus libros puso “me cago en Dios, en la patria y en todo lo demás”. Y compadezco a nuestro más universal autor teatral porque para salir airoso del trance, como fiel hijo del “todo por la patria”, supo humillarse ante sus inquisidores justificando que Dios era el dios pánico, la patria el nombre de su gata y todo lo demás no sé qué gaitas.
Bueno, pues aún hay políticos de primera división que la pifian en los sobrentendidos. Teníamos sobrentendido que los militares eran gentes serias, incluso severas, como manda el código castrense para infundir respeto. (El paradigma del genero pertenece al lema inventado por el Duque de la Ahumada para los hombres del tricornio : “paso corto, vista larga y mala intención”). Pero para nada. Y si no, ahí está esa imagen patriótica del presidente del Gobierno, su ministro de Exteriores y los mandos del ejército haciendo la ola en Afganistán como vulgares hooligans. Luego nos extraña que Bin Laden, si el tipo no es sólo un invento de Hollywood, piense que todos los occidentales además de infieles son bobos.
Eso Zapatero, que ostenta el sobrentendido de ser un fenómeno, tener talante y producir efecto. Pero no perdamos de vista al ex José María Aznar, del que se sobrentiende lo peor. El también sabe hacer el lila “ostentoreamente”. La única diferencia, que no es poca, es que en el caso del caudillo del PP la faena se remata con consecuencias sobre nuestro bolsillo. De hecho, ahora hemos sabido que este hombre, que habla catalán en la intimidad y además está contra el Estatut, se gastó (por nuestro bien, como dice siempre Hacienda o los alcaldes-piqueta que ponen las ciudades patas arriba) 2,3 millones de euros para conseguir la medalla del Congreso norteamericano. Con el agravante en su caso de que esa ola patriótica devino en gatillazo. Porque el lobby yanqui encargado del unte sólo logro colar una claque de aplaudidores profesionales en la cámara de representantes y Aznar se quedó compuesto y sin la ansiada chapa.
Ya digo, hay sobreentendidos para todo. Yo mismo los he sufrido a veces. Cuando manifiesto mi interés intelectual por Franco, más de una vez me miran por encima del hombro, hasta que reaccionó y aclaro de qué Franco hablo. Siempre de Ramón, ese curioso y barojiano personaje que quería bombardear con su avión el Palacio de Oriente y el Pilar de Zaragoza para “rodar” su propia versión de la toma de La Bastilla. Algo parecido me ocurre cuando en las horas mansas demuestro cierta añoranza republicana. Igual que en el caso anterior, patina el sobrentendido.
Indefectiblemente, en el preciso momento en que más comprensión y camaradería acopio, tengo que cortar en seco a mis entusiasmados interlocutores y aclarar que yo, republicano sí, pero de la Primera República. De esa corta y estrecha, pero federal, proudhoniana y ética, cuyos presidentes dimitían para no firmar sentencias de muerte, como Nicolás Salmerón. Lógicamente, entonces el sobreentendido era obvio : se consideraba que un jefe del Estado democrático no podía hacer olas por la patria ni mucho menos mostrarse como un canalla. Pero aquellos tiempos pasaron a mejor vida.
Hoy los medios y las encuestas deciden la política. La patria es sagrada y en su altar se cometen todo tipo de sacrificios humanos con tal de que tengan buena prensa. Para ganar audiencia, Bush se permite justificar el terrorismo de Estado con un oximoro (“la pena de muerte salva muchas vidas”) y el presidente de Irán dice que no hubo holocausto nazi porque de existir hoy no habría Estado de Israel. Tal para cual, juego de patriotas. Dos teocracias de cenutrios. Y ya se sabe ; reunión de pastores, ovejas muertas. Es la lógica del sistema : ser sistemáticamente ilógico. Como esa odiosa costumbre de algunas multinacionales de poner en la calle a media plantilla a fin de año. La lógica del sistema empresarial dice que para presentar beneficios tiene que destruirse empleo antes de cerrar el balance (otro oximoro moral a lo Bush). Cuando lo lógico humano es suponer que ninguna gran crisis por excedente de capital humano se presenta repentinamente entre mazapanes y villancicos. Lo que pasa es que lo irracional ha terminado imponiéndose como moneda de curso legal. Y unos más y otros también hemos metabolizado como propia ese nefasto trágala del sistema que el gran economista Schumpeter definió como “destrucción creadora”.
Otro penoso sobrentendido que para los 660 “apátridas” de la SEAT se llama simple y llanamente una perfecta cabronada. ¿Qué lógica tiene un sistema cuyos líderes hacen ola en país lejano, pobre, ocupado y martirizado ? ¿Qué patriotismo existe en una burda farsa de Estado montada por un dirigente político para conseguir una medalla con el dinero ajeno ? ¿Qué “destrucción creadora” es la que traslada la responsabilidad del derecho de gracia frente al despido de 660 trabajadores a los sindicatos más representativos, como ocurría -mutatis mutandis- en los gabinetes de Franco con el “enterado” de las penas capitales ? Cada vez más, lo que damos por sobrentendido son simples fechorías envueltas en buenos modales (el paro salva muchos puestos de trabajo).