ANARTISTA : mezcla de anarquista con artista. Neologismo creado por Marcel Duchamp, con el que comulgó durante sus 81 años de vida y que tal vez describe de manera ideal lo que este hombre logró hacer con el arte del siglo XX.
Bernard Marcadé es categórico : «Marcel Duchamp hizo de su vida una obra de arte». Y tiene autoridad para decirlo. Al fin y al cabo este reconocido historiador de arte francés es el autor de una biografía de 608 páginas que acaba de dedicarle al artista y que será traducida al español este año en Argentina.
Luego de estudiar las dos biografías preexistentes -ambas hechas por norteamericanos- sobre el hijo de un notario que revolucionó el arte del siglo XX, Marcadé se dio cuenta de que a pesar de la infinita bibliografía sobre la obra Duchamp, que va desde estudios matemáticos hasta interpretaciones místicas, pocos datos había sobre su vida.
«Es un personaje bastante secreto, y mezcló las pistas de su vida como lo hizo con su obra. Era algo intencional», cuenta el biógrafo que pasó por Bogotá y que está convencido de que conocer más acerca de su vida, ayuda definitivamente a comprender qué hay detrás de la genialidad de este hombre y a entender un poco más su trabajo. Y gracias a que pudo acceder a correspondencia personal inédita, esta tarea va completándose cada día un poco más.
Duchamp es reconocido por la provocación que le imprimió al arte muchas décadas antes de que la provocación se convirtiera en regla. Ejemplo claro de ello fue cuando le puso bigotes a la reverenciada Gioconda con una leyenda algo críptica de una serie de letras aparentemente inconexas, pero que leídas fonéticamente dicen que tiene el trasero caliente (LHOOQ elle a chaud au cu). Otro hito fue cuando en 1917 introdujo en plena exposición en Estados Unidos, bajo el seudónimo de R. Mutt, un urinal titulado La fuente, provocando todo un escándalo que lo hizo renunciar de su puesto de jurado en las deliberaciones de selección tan pronto sintió que olía a censura. Ese gesto cambió el sentido del arte del siglo XX. Con el urinal, Duchamp creó el ready made, que no es otra cosa que hacer una obra de arte con material preexistente.
También se inventó un personaje refinadísimo que se envuelve en pieles y no es más que él mismo pero vestido de mujer. Su nombre es Rrose Sélavy, y en él Duchamp vuelve a jugar con el lenguaje y celebra la vida : eros (de la doble erre) c’est la vie.
El artista francés hizo de su obra miniaturas portátiles como anunciando que todo el arte tarde o temprano sería portátil y terminaría comercializándose y convirtiéndose en una pieza para ponerse encima, como hoy ocurre con obras estampadas sobre pocillos y camisetas, por ejemplo.
Y para cerrar con broche de oro sus aportes al arte universal, dijo que él no tenía por qué explicar su obra, sino que cada espectador debía completarla y hacer su propia interpretación. Entregarle al público la construcción del sentido y no intentar instruirlo -objetivo claro del arte religioso renacentista- es una de las grandes lecciones del siglo XX.
Una manera de ver la vida
Duchamp vivió en una era que buscó revaluar lo que durante siglos había hecho la historia del arte. En estas circunstancias nacieron, en la primera mitad del siglo XX, las llamadas vanguardias, dentro de las que sobresalen el cubismo, el surrealismo, el dadaísmo y el futurismo, entre muchas otras. Cada cual, con manifiesto en mano y con un tono irónico y crítico, buscaba encontrarle un sentido distinto a la historia, que en ese entonces había vivido las desgracias de la Primera Guerra Mundial.
A diferencia de los vanguardistas, para él lo realmente importante era mirar lo que el mundo tenía para ofrecer. «Dudaba mucho de las grandes ideas, era muy pragmático y en ese sentido muy moderno -explica el historiador-, pensaba que la revolución se gestaba en la vida cotidiana y en la actitud revolucionaria». Por eso abría los ojos y fijaba su atención en lo que era lo verdaderamente importante : los rascacielos, los puentes, los automóviles, las mujeres. «Les mostró a los estadounidenses que la cuestión del arte ya no estaba en la forma y el formalismo, sino en la vida cotidiana, y aunque esto tomara décadas en entenderse, tendría su mayor manifestación en el pop art de los años 60», enfatiza Marcadé.
Duchamp era tan adelantado que un buen día se rasuró la cabeza y se diseñó una estrella con su corte de pelo. Fue un abrebocas de lo que más adelante se llamaría body art. También se obsesionó con el ajedrez de tal forma que dejó todo de lado por irse a jugar durante unos años, del mismo modo que se especializó tanto en el análisis de los números que pasó muchas noches tratando de descifrar los misterios de la ruleta en los casinos.
Con su personalidad fascinante logró además, hábilmente, meterse en los círculos de los más importantes coleccionistas norteamericanos como Peggy Guggenheim y Catherine Dreier, y sirvió de dealer de Brancusi en este país.
Mientras vivía ese ángulo social y gozoso de la vida -valga recordar a Rrose Sèlavy y las fiestas orgiásticas en las que participó junto con su amigo Henri Pierre Roché-, también desarrolló un lado oscuro. Y lo sabía, por eso quiso que todo su trabajo terminara en dos lugares : la Universidad de Yale y el Museo de Arte Moderno de Filadelfia.
Estaba construyendo una obra más compleja y prácticamente incomprensible que no lo dejaba estar en paz consigo mismo. Nu descendant l’escalier (Desnudo bajando la escalera) anunció el futurismo y el movimiento, y con ella abrió paso al Gran Vidrio (El Gran vidrio ó La casada desnudada por los solteros), una declaración platónica de su amor por la esposa de su amigo Francis Picabia, Gabrielle Buffet. Sin embargo, son las cartas que le envió entre 1944 y 1950 a su amor imposible, María Martins, escultora brasilera casada con el Embajador de Brasil en Washington, la llave de su última obra, Étant donnée (Estando dada, una puerta que permite husmear por la cerradora para ver a una mujer yaciendo), construida entre 1946 y 1966, justo dos años antes de su muerte. Una obra que muestra un estado del alma dolido, incompleto. «Revela a un Duchamp sentimental y amoroso con un lenguaje místico que habla de la dama del deseo y de la dificultad amorosa, es una obra muy fuerte realizada en un momento en el que todos creían que ya no estaba haciendo nada», concluye Marcadé, quien tuvo acceso a este material inédito.
Por todo lo anterior, Duchamp se convirtió en una figura tutelar, en genio del arte del siglo XX y en paradigma de artistas fundamentales como Andy Warhol, Rauschenberg y Jasper Johns. Fue él, con sus constantes ires y venires entre Europa y Estados Unidos, quien de alguna manera introdujo las herramientas para lograr desplazar las ideas del formalismo del arte hacia su uso en la vida cotidiana y quien haría que la capital del arte cambiara de París a Nueva York en los años 50. «Su importancia para las generaciones posteriores es hoy mucho más en la actitud que en la cuestión formal del objeto -termina Marcadé-. Intuitivamente los artistas ven en Duchamp a alguien que desplazó el terreno del arte, de los gestos que prueban los límites de la definición de la obra».
Fuente: cambios.com.co