El último libro de Gonzalo Wilhelmi, “El movimiento libertario en la Transición”, conforma un texto que, aún de una temática que ya se puede considerar como histórica, introduce elementos de rabiosa actualidad en un presente como el nuestro, donde las posibilidades de una lucha social ampliada están en el centro de lo que puede llegar a ser.
Los que no vivimos la Transición hemos recibido, desde los medios de comunicación de masas, una narración contradictoria, santurrona y con un evidente ánimo de doblegar todo asomo de vitalidad popular. Una narrativa que, sin embargo, se compadece mal con la historia explicitada por las gentes de carne y hueso que, ellas sí, arriesgaron sus vidas en esa tesitura decisiva. Unos medraron y narraron, contaron historias infumables de reyes democráticos y socialismos inexistentes.
Los que no vivimos la Transición hemos recibido, desde los medios de comunicación de masas, una narración contradictoria, santurrona y con un evidente ánimo de doblegar todo asomo de vitalidad popular. Una narrativa que, sin embargo, se compadece mal con la historia explicitada por las gentes de carne y hueso que, ellas sí, arriesgaron sus vidas en esa tesitura decisiva. Unos medraron y narraron, contaron historias infumables de reyes democráticos y socialismos inexistentes. Otros fueron relegados al olvido y al vacío, en evidente concomitancia con todo lo que ha venido sucediendo a las izquierdas transformadoras de las generaciones posteriores.
Gonzalo nos cuenta, sin embargo, la historia escondida bajo la alfombra. Sin embellecimientos inútiles, pero también con toda su policromía. El texto nos propone la necesaria revista de muchos de los nombres de las víctimas de una Transición que, pese a todo lo que se nos ha contado, fue tremendamente violenta. Nos propone también una historia de las fuerzas derrotadas, de las energías populares dilapidadas, quizás, pero que conformaron el fermento necesario de un cambio de escenario imprescindible. Nos narra, pues, una historia que no es la tópica y que no se queda en los oropeles discutibles de la “movida” y en las supuestas heroicidades de un monarca coronado por el propio dictador.
La narración de Gonzalo Wilhelmi es audaz y no deja nada en el tintero: la trayectoria del movimiento libertario madrileño en esos convulsos años dio para mucho. Constituyó una febril descarga de energía e ilusiones con un final caótico y decepcionante.
Y aquí es donde entramos en lo realmente interesante del libro. Se podrá estar o no de acuerdo en la revista de los hechos presentados. Sólo sus auténticos protagonistas (y es posible que ni siquiera ellos mismos) saben cómo ocurrieron realmente las cosas. Pero lo que ha de quedar meridianamente claro es la enseñanza de lo sucedido para los también convulsos tiempos del presente.
El movimiento libertario madrileño no supo adaptarse, en los años setenta, a las transformaciones sufridas, desde la Guerra Civil, por la arquitectura del mundo del trabajo y el aparato estatal al que pretendía oponerse. Y una de sus mayores fallas fue, según se indica en el texto, no aplicar el suficiente esfuerzo analítico a dichos asuntos.
El mundo del trabajo ya no se conformaba de la misma manera que en los tiempos del cenetismo clásico, y la reacción de los confederales fue tardía y contradictoria, cuando la hubo. Se intentó reconstruir una organización en una imitación dogmática y literal del pasado, lo que empujó al abandono del espíritu real de la experiencia. El anarcosindicalismo se autoexcluyó del mundo del trabajo, y se enzarzó en décadas de disensiones internas y luchas intestinas que no tenían otro objeto que el reparto de cuotas de poder vacías de contenido.
Y lo mismo sucedió respecto al otro gran tema en cuestión: la estructura y finalidades del aparato estatal había mutado de 1939 a 1979. El llamado “Estado del Bienestar”, fundamentado en las doctrinas keynesianas, compaginado con las crecientes manifestaciones de lo que ha venido conociéndose como “biopolítica”, empezaba a dar sus primeros pasos en el marco de la Península Ibérica de los setenta. Los libertarios no supieron, o no quisieron, hilar un discurso y una práctica a la altura de las circunstancias. La leyenda del rechazo frontal a toda manifestación estatal (una historia áurea que, en todo caso, no era del todo cierta) impidió la presencia libertaria en muchas luchas efectivas de una población que reclamaba servicios públicos crecientes y una forma de vida digna.
Las tesis maximalistas del final de la Guerra, cuando era el momento del “todo o nada” (pero que muchos de sus autores no habían cumplimentado en ese preciso instante) oscurecieron una tradición que, realmente, iba mucho más allá: la de una CNT histórica plural, rica y enormemente compleja, en la que convivían múltiples sensibilidades.
Lo cierto es que hoy día el movimiento libertario encara amenazas similares: una lectura literal y acrítica de ciertos lugares comunes de la “leyenda áurea” ya indicada, podría impedir las posibilidades de evaluar con solvencia las exigencias de un presente marcado por el despojo de los bienes públicos y los ajustes, y por la profundización de un marco laboral que procura arrasar todas las conquistas de los últimos siglos de lucha proletaria.
El movimiento libertario, en la Transición, fue marginalizado y derrotado, pese a su energía y a sus prometedores inicios. En este preciso momento de crisis y senilidad del capitalismo que atravesamos, quienes más o menos nos sentimos vivificados por dicha tradición de lucha, debemos estar atentos para ser capaces de insuflarle nueva vida. Y todo lo vivo cambia por el camino.
El libro de Gonzalo Wilhelmi abre el camino a una exploración histórica con evidente pertinencia para construir un presente que sepa huir de las trampas que la realidad tiende a quienes quieren transformar el mundo.
Instruirse y aprender nunca ha sido tan necesario.
Más información sobre el libro en:
http://www.lamalatesta.net/product_info.php/products_id/4554
Fuente: Jose Luis Carretero