Durante estos días extraños que siguen al viaje en Palestina, estas horas en las que trato a duras penas de readaptarme al ritmo de lo cotidiano, me siento por momentos como atrapada por la soledad y la incomprensión. Aislada, lejos de todo lo que, en esos últimos días, me vinculara a lo esencial.

Durante estos días extraños que siguen al viaje en Palestina, estas horas en las que trato a duras penas de readaptarme al ritmo de lo cotidiano, me siento por momentos como atrapada por la soledad y la incomprensión. Aislada, lejos de todo lo que, en esos últimos días, me vinculara a lo esencial.

Lo cotidiano se me ha vuelto desagradable y penoso. Porque es excesivamente confortable y fácil. Porque es sordo e implacable.

Me siento dividida entre la alegría de los proyectos que hemos conseguido poner en marcha juntos, de los encuentros realizados, de las ganas de luchar y …la rabia, la indignación, la impotencia.

Por el momento, habito un tiempo sin nombres en donde tengo la sensación de que un pedacito de mí misma se ha quedado allí, al lado de las personas que hemos conocido.

Acaso se haya quedado suspendido en uno de esos olivos que Samira nos invita a descubrir, en los caminos de Rantis, antes del aguacero. Esos olivos, dice, cuentan todos el dolor de su pueblo. Mientras Anne toma algunas fotos, el silencio, grave en los ojos de Samira, describe sin palabras aquello que une los seres a la tierra. Esto me recuerda inevitable y vagamente algunos paisajes de mi infancia : el Jaén de los abuelos, el Jaén del olor embriagante de los olivos, tierra y árboles cultivados por los braceros, tierra y hombres desposeídos por la avidez de los lugartenientes.
Samira nos explica después el lazo poderoso que liga al humano y al árbol : el olivo es el árbol nutricio que, por su esencia misma, da la vida. Símbolo y emblema de su pueblo ; cortar el árbol equivale a matar al hombre.

Hemos visto, sin embargo, olivos cortados, mancillados, envenenados, olivos arrancados – testigos de la locura y de la crueldad, estos olivos son, cuando los cuerpos ya no están, los vestigios mudos de lo que un hombre es capaz de infligirle a otro hombre.

El sufrimiento es lo que transparece con mayor frecuencia en los discursos de las personas que vamos conociendo a lo largo del viaje. La dignidad es, al contrario, la palabra que no necesita ya ser pronunciada, porque es ubicua.

Me ha conmovido la humanidad de ese hombre sexagenario que, con la sonrisa en los labios, nos confiesa ignorar lo que es tener una vida « normal » : tres veces refugiado, varias veces exilado, …y la fuerza de resistir sigue manteniéndole en pie. Para él, esta pregunta no obtendrá jamás respuesta : ¿Por qué ?

Otros dos, más jóvenes, han preferido la prisión al exilio : la única estrategia viable para hacer frente a los avances del estado israelí es, según Hassan, la lucha armada. ¿Pero cómo, con qué armas ?
Hachem, uno de los escasos habitantes que resisten todavía en el casco antiguo de Hebrón levanta los hombros, frente a unos soldados israelíes que han salido por su barrio para hacer una vez más una macabra demostración de fuerza. Hace años que coteja lo insoportable : ¿Qué más pueden hacerle sufrir, pues ?

Éstas no son más que algunas historias. Hay otras, más o menos dramáticas. En todos los casos, se trata de testimonios en donde la excepción y la exacción son tan banales que acaban por convertirse en regla, en modo de vida. La vida no puede más que proseguir, a pesar del muro, las alambradas, las balas, de lo absurdo o de la crueldad.

Y son historias ejemplares, porque nos enseñan todas el compromiso, la bravura y la solidaridad por encima de la miseria, de la injusticia o del sufrimiento : nos cuentan todas la dignidad de un pueblo que, desde hace más de sesenta años, combate y resiste. Y quisiéramos contarlas todas, permanecer fieles a la demanda que nos han hecho : volved a vuestra casa y contad esto, contad lo que habéis visto, lo que habéis oído.

Por ahora, me resulta difícil retomar mi vida tal y como era antes de marchar : por momentos, no sé dónde estoy, siento un severo desajuste entre lo que he visto allí y lo que veo aquí. Entre la vida cuando ésta se ve reducida a la supervivencia – y la vida cuando no es más que un juego de vanidades. De ahí esta necesidad de escribir, de desprenderme del nudo en mis tripas. La reacción de las personas no militantes no es la única que se llega a deplorar : es sobre todo la indiferencia de algunos compañeros lo que más hiere, y no acierto a comprender. ¿Acaso estamos desengañados, hartos de nuestros propios combates ?

Siento rabia y tengo ganas de hacer algo : ¿Pero qué, pero cómo ?
Afortunadamente, está lo inefable que me acompaña y que me habita : y es que vuelvo a pensar en nosotros, allí, todos diferentes pero todos juntos, nosotros que hemos logrado, durante algunos días, hacer de la autogestión, la solidaridad y lo colectivo algo concreto y real. Pienso también en los compañeros que en la distancia y gracias a su experiencia, nos han apoyado y nos han brindado los medios necesarios para hacer de esta misión un auténtico éxito.

Mi pensamiento va sobre todo, con toda evidencia, a las personas que viven, resisten y luchan allí : esas personas que no sabemos si volveremos a ver algún día, ni lo que sufrirán o en lo que se convertirán. Una parte de todos nosotros se ha quedado junto a ellos, …o, como decía Aldo hace un rato, nos hemos traído todos una parte de Palestina.

Su lucha es nuestra lucha. Y volveremos.

Lirios Mayans, CNT-Francia