Rafael Cid

<< ¡Oh libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!>>

(Jean Marie Roland)

Un fantasma recorre el mundo. Y no es el espantapájaros que pronosticara Marx para su feliz y proletario final de la historia. Al revés, en el mundo globalmente capitalista de hoy se ha producido una conjunción estelar inédita: los herederos bastardos del comunismo y del fascismo, antagónicos en su árbol genealógico, comparten unidad de destino en la realpolitik. Y el tórrido idilio entre Donald Trump y Vladimir Putin, sus mesías, es la punta del iceberg de una ciénaga más profunda. Un abismo que posibilita a esos dos hemisferios acaparar un atropellador apoyo popular con la bandera de la <<libertad>> como santo y seña. De la firma forma que con el también mítico término <<revolución>>, cada vez con más fruición asimilado como un eslogan comercial multiusos.

Aunque la historia ni se detiene ni tropieza, no es la primera vez que dos ideologías teóricamente contrapuestas alcanzan el punto G de entendimiento para confirmarse hegemónicamente. Ocurrió en el primer tercio del siglo pasado, espoleado por las crisis económicas y las turbulencias sociales derivadas del crac del 29 y los efectos de la Gran Guerra de 1914. En 1939 Hitler y Stalin, los líderes de ambos bloques, sellaron un pacto secreto para ocupar Polonia y repartirse media Europa, desatando la Segunda Guerra Mundial (no sabemos qué curso habría tomado el conflicto bélico si el Führer no hubiera roto unilateralmente aquel acuerdo, al pasar de socio preferente de la URSS a ser su agresor por la espalda). Entonces la divisa verbalizada por el tándem ruso-alemán era similar: igualdad económica y justicia social. Del lado nazi la soflama se justificaba bajo el ideal nacionalsocialista, y del lado soviético bajo el ideal comunista. Junto a esos rasgos de complicidad, en ambos casos la revolución populista que proclamaban contó a su frente con dos personajes carismáticos que gozaban del favor y el fervor de masas abducidas.  E igual que en la actualidad, el régimen de gobierno instaurado fue la <<democracia i-liberal>> en sus diferentes versiones acordeón. Así, la dictadura franquista, de ideología nacionalsindicalista, se presentaba como una <<democracia orgánica>>, mientras que la concreción del modelo soviético exportado a una parte de la Alemania ocupada atendía al apelativo sarcástico de <<República Democrática>>. Aquí y ahora, Sumar, Podemos, Bildu, BNG y ERC han votado junto a la extrema derecha de Alvise, Abascal, Orbán, Salvini y Le Pen contra el rearme europeo ante la criminal injerencia rusa.

Por su lado, el atrezo con que hoy se manifiestan los nuevo populismos i-liberales sigue mostrando similitudes con los del siglo pasado. También ahora, autócratas como Putin y Trump son respaldados por mayorías ciudadanas disruptivas, sobrecogidas por la crisis financiera del 2008, la pandemia de 2020 y la amenaza de guerra en Europa a rebufo de la agresión de Rusia a Ucrania. Fuera de esta coincidencia troncal, existen dos grandes diferencias que marcan el espíritu de esta época. La primera y estructural es que ya no existen de fondo dos modelos económicos en pugna. No hay alternativa al capitalismo ni se la espera. Hoy el modelo desregulador de economía de mercado es universal y está presente con idéntica virulencia tanto en los países del área occidental como en los del espacio oriental, incluida la China de los dos sistemas (donde se mantiene la férrea fórmula de partido único comunista-maoista en la vertiente política). Y una segunda que es clave en orden a nuestra indagación: en esta ocasión la ofensiva populista se emprende en nombre de la <<libertad>> y la <<democracia electiva>>.

Hiperbólicamente, el emblema libertariano lo baliza todo. Da lustre a la economía de última generación (neoliberalismo); jalea la banalidad política (el delirante ¡viva la libertad, carajo!, de Milei); promueve el cese de los cordones sanitarios ante la brutalidad ultra (la capciosa denuncia del vicepresidente de EEUU J. D. Vance en Múnich sobre el auge de la cultura de cancelación en Europa); y recientemente ha avalado el mobbing televisado contra Zelenski por Trump en el Despacho Oval. La libertad guiando al pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo.  ¿Cómo es posible, pues, ese oxímoron imparable de una descarada <<democracia i-liberal>> bajo la consigna de la <<libertad>>?

Para desenredar esa madeja tenemos que recurrir a la sutil y caleidoscópica distinción entre libertades positivas y libertades negativas de Isaiah Berlín, ergo <<libertades de los antiguos>> y <<libertades de los modernos>> según la taxonomía de Benjamín Constant, pionero en abrir el melón de las libertades polisémicas. Libertad negativa equivale a no interferencia, a la posibilidad de actuar como mejor nos parezca. Por tanto, es un espacio exento de cualquier tipo de coacción externa, y aparece con el surgimiento del individuo soberano sujeto de derechos inalienables (<<Yo no soy libre en la medida en que otros me impiden hacer lo que yo podría hacer si no me lo impidieran>>). La libertad positiva es la que opera dentro de la comunidad política, y depende de sus interacciones e interdependencias con la sociedad. Ser positivamente libre es ser tu propio amo, actuar racionalmente y elegir de manera responsable los propios intereses. Incide en la capacidad de autorrealización. La libertad negativa frente a la libertad positiva supone un antídoto contra el abuso de una <<libertad>> que puede imponerse desde fuera <<por nuestro propio bien>>. Libertades i-liberales y democracias sin demócratas son vasos comunicantes, heterónimos recurrentes.

Los nuevos populismos de la era del capitalismo global utilizan la idea de <<libertad>> como elixir de legitima sumisión, alterando objetivos y desenfocando presupuestos. Mediante la <<libertad positiva>> (la libertad de los antiguos) se alcanza la aquiescencia de amplias mayorías en base a proyectos políticos colectivos, mientras se utiliza la <<libertad negativa>> para dotar al sistema económico de independencia ilimitada, sin controles externos y desarme de regulaciones. El propio Berlin advirtió sobre las consecuencias de esta postergación al hablar de la <<sangrienta historia del individualismo económico>>. Y lamentaba no haber dejado más en claro que <<los males del laissez faire sin restricciones, y de los sistemas sociales y legales que lo permitieron y alentaron, condujeron a violaciones brutales de la “libertad negativa”, de los derechos humanos básicos>>. Todo ello a beneficio de <<la apoteosis de la autoridad>>, remata este autor.

En España, sin ir más lejos, tenemos un ejemplo paradigmático de este reposicionamiento en la trayectoria de Vox, firme aliado del trumputinismo rampante. El partido de Santiago Abascal milita en la extrema derecha populista en el plano político y en el ultraliberalismo en el ámbito económico. Como demostró fehacientemente al hacer posible, con la abstención sin fisuras de todos sus diputados, que el control y la gestión de los fondos europeos Next Generatión recayeran en solitario sobre el Gobierno de coalición de izquierdas <<social-comunista>>, su enemigo declarado. Acción que fue elogiada públicamente por la entonces vicepresidenta primera Carmen Calvo al asegurar que Vox había demostrado tener <<sentido de Estado>> (el resto del arco parlamentario había rechazado esa exclusividad). Un Estado que, en su versión más paradójica y neoliberal, visionado como un fin y no como un medio, transpone la desregulación normativa para las <<personas jurídicas> (ficticias) mientras blande la regulación coactiva para las <personas físicas> (reales). Incluso al artefacto <<Estado>> se le atribuye especifidad cognitiva al hablar de <<razón de Estado>>. Una aberrante extrapolación del ecosistema ético de los principios libertarios.

La remasterización del desfase entre ambos tipos de libertades, en el actual entorno de todocapitalismo, es la pista de aterrizaje sobre la que se transitan los populismos ultras ambidiestros. El propio Berlin lo pronosticó cuando dijo que <<la libertad individual no es el interés primordial de todos (…) De aquí que me parezca más necesario sacar a relucir las aberraciones de la libertad positiva que las de su hermana la libertad negativa>>. Lo que, por otra parte, no entrañaba ignorar los riesgos de un excesivo ensimismamiento. <<El peligro de la libertad moderna es que, absorbidos por el disfrute de nuestra independencia privada y la consecución de nuestros intereses particulares, renunciemos fácilmente a nuestro derecho a compartir el poder político>>. Una zona de confort que abona el avance en las urnas de los regímenes i-liberales. Problemática a la que también alude el filósofo Enmanuel Levinas con otras palabras: <<El sujeto no está encerrado en una totalidad a la que pertenezcan también los demás, ni en un solipsismo que le dejaría solo en el mundo>>.

Ironías de la historia, es precisamente en las fuentes del pensamiento libertario donde encontramos la refutación más radical al argumentario de los libertarios de falsa bandera que hoy predican la democracia i-liberal. Aunque sin apenas rastro en el mundo académico, cabe a Mijail Bakunin el mérito de ofrecer una fórmula superadora de esa polarización sobrevenida al señalar que <<la libertad del individuo solo tiene validez cuando es compartida por todos>>. Más allá de una valiosa asociación de ideas, la reflexión del anarquista ruso no solo trasciende el conflicto original que jerarquiza y bifurca libertades, sino que además incorpora en su planteamiento la indispensable visión del otro (en línea con lo sostenido por Levinas).  La reveladora aportación de Bakunin puede sintetizarse en este párrafo: <<Me refiero a esa libertad de cada uno que, lejos de detenerse como ante un límite frente a la libertad de otro, encuentra, al contrario, allí su confirmación y su extensión hasta lo infinito; la libertad ilimitada de cada uno por la libertad de todos, la libertad por la solidaridad, la libertad en la igualdad; la libertad triunfante sobre el principio de la fuerza bruta y el principio de autoridad>> (La comuna de París y la noción de Estado. Obras Completas 2. Ediciones La Piqueta. Págs. 164-165). Y de un clásico a un contemporáneo de la polinización anarquista:<<El hombre produce la sociedad colectivamente, pero es modelado por ella individualmente>> (Amedeo Bertolo, Poder, autoridad y dominio: una propuesta de definición).

Esa es la opción libertaria potencialmente emancipadora, porque la trapisonda libertariana en boga (predican un Estado de mínimos para abrazar un proteccionismo de máximos a lo Trump), siguiendo al último Jürgen Haberma, es esclavizadoramente transhumanista. El prolegómeno de un mundo-carcasa en el que la política participativa y la democracia como aval de convivencia claudican ante el irrefrenable nuevo Leviatán científico-tecnológico. El Siglo de las Sombras.

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de Abril de Rojo y Negro)


Fuente: Rafael Cid