Monjas, políticos, militares, sacerdotes, rabinos, periodistas y sobre todo ellas, las supervivientes, las grandes protagonistas. Una abigarrada multitud se dio cita ayer en la antigua Plaza de Llamada del campo nazi de Ravensbrück (Alemania), donde las presas aguardaban el recuento en penosas condiciones, para rendir homenaje a todos los que padecieron en el espantoso lugar.

El acto central de la conmemoración del 60º aniversario de la liberación por los rusos del campo, en el que murieron más de 90.000 mujeres, fue una ceremonia de tremenda emotividad en la que se instó a preservar la memoria de las víctimas. No sólo por justicia, sino por el ejemplo que ofrecen las mujeres de Ravensbrück para afrontar las amenazas actuales y futuras a la dignidad humana.

Monjas, políticos, militares, sacerdotes, rabinos, periodistas y sobre todo ellas, las supervivientes, las grandes protagonistas. Una abigarrada multitud se dio cita ayer en la antigua Plaza de Llamada del campo nazi de Ravensbrück (Alemania), donde las presas aguardaban el recuento en penosas condiciones, para rendir homenaje a todos los que padecieron en el espantoso lugar.

El acto central de la conmemoración del 60º aniversario de la liberación por los rusos del campo, en el que murieron más de 90.000 mujeres, fue una ceremonia de tremenda emotividad en la que se instó a preservar la memoria de las víctimas. No sólo por justicia, sino por el ejemplo que ofrecen las mujeres de Ravensbrück para afrontar las amenazas actuales y futuras a la dignidad humana.

Fue muy difícil aguantar las lágrimas cuando una joven dio lectura a una selección de nombres y edades de las que figuraron en los Todetransporte, transportes de la muerte, mientras se depositaba una rosa roja por cada una de ellas sobre una sábana blanca. O cuando un hombre cantó Die moorsoldaten, el himno de los deportados.

La ceremonia, que se abrió con la orquesta joven del Estado de Bradenburgo interpretando el tema central de La lista de Schindler con la chimenea del crematorio de Ravensbrück a la vista del público, tuvo un carácter ecuménico y plurinacional -mujeres de 20 países fueron torturadas, vejadas y asesinadas en el campo-. Se rezó un padre nuestro y un rabino cantó con estremecedor tono una oración judía. Las que mejor parecieron aguantar el torrente de sentimientos fueron las propias ex deportadas, las ravensbruckerin, que ofrecieron un testimonio -uno más- de coraje. Ancianas envueltas en mantas -el día era radiante pero frío- portaban flores y banderitas y sobre todo el peso inconmensurable de sus recuerdos.

Un grupo de ucranias de rostros fuertes, como esculpidos por el tiempo, y encías desdentadas, esgrimía una pancarta exigiendo que no se las olvidara. En los parlamentos intervino la ministra alemana de la Familia, la Mujer y la Juventud, Renate Schmidt, que subrayó que el esfuerzo de memoria es hoy más necesario que nunca ante la amenaza de los neonazis. Jakow Drabkin, ex oficial del Ejército ruso, se dirigió a los presentes para recordar cómo el estalinismo se cebó con muchos supervivientes de los campos enviándolos a una segunda tortura en el Gulag.

Tras la ceremonia, el público se dirigió hacia el Muro de las Naciones, donde figuran los nombres de los países de las deportadas. Se efectuaron ofrendas y también se lanzaron flores al lago vecino al campo. Mientras las flores de diferentes clases y colores se mezclaban arrastradas por el viento, las deportadas se fundieron unas con otras en abrazos y reencuentros.

JACINTO ANTÓN (ENVIADO ESPECIAL) – Ravensbrück

EL PAÍS