Entre una guerra delirante y la impunidad.

Hay cientos de miles de mujeres –sin nombre, sin edad, sin rostro– que por circunstancias de la vida o por decisión propia se han sumado a las filas del narcotráfico.

Gabriela Oliveros y Marcela Salas

http://desinformemonos.org/2012/03/las-mujeres-y-el-narco/

Ciudad de México. Cargan cartuchos, lo mismo que cargan bebés. Disparan, y aman también. Transportan drogas, a veces en sus trocas, a veces en sus cuerpos, a veces en sus hijos. Lidian con sangre, con huesos. Explotan granadas, y algunas veces son explotadas. Son las mujeres en el narcotráfico, quienes, en el ir y venir de la compra y venta de sustancias ilícitas, oscilan entre los límites de la víctima o la victimaria. Su papel se mantuvo velado durante décadas, pero, ante el creciente clima de violencia que azota el país, adquieren cada vez más visibilidad.

Ciudad de México. Cargan cartuchos, lo mismo que cargan bebés. Disparan, y aman también. Transportan drogas, a veces en sus trocas, a veces en sus cuerpos, a veces en sus hijos. Lidian con sangre, con huesos. Explotan granadas, y algunas veces son explotadas. Son las mujeres en el narcotráfico, quienes, en el ir y venir de la compra y venta de sustancias ilícitas, oscilan entre los límites de la víctima o la victimaria. Su papel se mantuvo velado durante décadas, pero, ante el creciente clima de violencia que azota el país, adquieren cada vez más visibilidad.

También están las mujeres desaparecidas, las raptadas con fines de explotación sexual por las mismas redes, las torturadas y asesinadas. Y, por otra parte y en el mismo ámbito, las mujeres periodistas que deshilvanan con valentía los entretelones de las mafias, las defensoras de derechos humanos, las mujeres que combaten. Todo un mundo femenino que denuncia, se rebela y se defiende.

En el mundo del narco

Digna la reina de reinas

ante la ley no se inclina

camina con pies de gato

la cuerda floja domina

entre más bella la rosa

más peligrosa la espina

Este es un fragmento del narco corrido “La reina de reinas”, que la banda Los Tigres del Norte dedicó a Sandra Ávila Beltrán, mujer ligada al narcotráfico cuyo nombre se suma al de otras –todas ellas con la característica en común de ser mujeres hermosas– que han sido relacionadas con el mundo del contrabando de drogas como Zayda Peña, Liliana Lozano, Alicia Machado, Dolly Cifuentes, Laura Zúñiga.

Pero más allá de la belleza y la fama, hay cientos de miles de mujeres –sin nombre, sin edad, sin rostro– que por circunstancias de la vida o por decisión propia se han sumado a las filas del narcotráfico.

Recientemente la Central de Organizaciones Campesinas y Populares informó que hay alrededor de 200 mil mujeres mexicanas que trabajan de forma directa o indirecta para bandas de narcotráfico, y que siete de cada diez mujeres en el norte del país están ligadas o son beneficiadas por el dinero del narco.

Cifras de la DEA señalan que hay 10 mil mujeres encarceladas por crímenes relacionados con la fabricación, venta y distribución de narcóticos, y que el porcentaje de recluidas por esta causa ha aumentado 400 por ciento desde 2007.

La participación femenina en el negocio de las drogas no es inédita, pero los papeles que ocupan dentro de las organizaciones delictivas están cambiando. Liliana Carbajal Larios, especialista en mujeres y seguridad nacional, señala los tres roles principales que desempeñan actualmente en las filas del narco: enlace y mediación, administración y distribución de recursos y agentes de reestructuración y cohesión en el núcleo familiar, cuando muere el sostén económico.

Ellas, sin embargo, cargan a cuestan con muchas otras tareas. Entre éstas, Carbajal Larios destaca a “las mujeres trofeo, que fungen con ‘acompañantes’ de los narcotraficantes; las ‘burreras’ o ‘mulas’ que transportan droga de una frontera a otra tragándola, cargando bebés muertos que a su vez están cargados con drogas o haciéndose injertos de cocaína y otras sustancias en el busto; las ‘buchonas’ que son mujeres que se paran en puntos estratégicos e informan a los grupos de narcotraficantes cuando están por aprehenderlos los policías o militares, y que no pueden ser juzgadas debido a la imposibilidad de comprobar su participación en el negocio”.

Están también las mujeres consumidoras, cuya actuación es indirecta, y las madres, hermanas, hijas y esposas de narcotraficantes quienes no participan activamente, pero tampoco pueden desarraigarse de la situación y –a pesar de vivir en la más fastuosa opulencia– son focos de secuestros y ajustes de cuentas.

Otras mujeres desempeñan roles que antes estaban destinados únicamente a los hombres, como las narcomenudistas, directamente relacionadas con la venta de sustancias ilegales a pequeña escala, o las mujeres sicarios, quienes “se preparan para asesinar a sangre fría, ven cómo descabezan y luego lo reproducen, lo cual ha ocasionado también que se incrementen los asesinatos sangrientos de mujeres, cometidos por mujeres”, puntualiza Liliana Carbajal.

En el 2011, por ejemplo, “Monterrey recibió el año con la noticia de ‘la pelirroja del puente Gonzalitos’, una mujer que apareció colgada el 31 de diciembre en la zona de Linares”, refiere San Juana Martínez, periodista especializada en violencia de género, derechos humanos y narcotráfico.

La periodista señala que, tan solo en Nuevo León, su estado natal, los crímenes contra mujeres incrementaron un 689 por ciento de 2005 a 2011, con 3 feminicidios en 2005 y 211 en 2011.

“Hay mujeres desaparecidas que suelen caer como víctimas de trata o esclavismo sexual. También se dan casos de los ‘levantones de placer’ donde los narcotraficantes recogen a chicas que les gustan y a veces las devuelven, pero en otras ocasiones ya no”, explica Martínez y añade que “México es una tierra de feminicidos, producto de la vorágine de barbarie del narcotráfico que ya no hace distinciones de ninguna clase”.

Mujeres que combaten el narcotráfico

En medio del aumento generalizado de la violencia, se ha registrado un incremento de la presencia femenina en los cuerpos policiacos. No sólo hay más mujeres policías, sino que ahora son también ellas quienes ocupan jefaturas y altos mandos, cargos en los que anteriormente no podían posicionarse. Este fenómeno, sin embargo, “no necesariamente debe ser considerado como un triunfo de género”, advierte la doctora en Sociología Olivia Tena Guerrero, coordinadora del Programa de Investigación Feminista de la UNAM.

En algunos casos, señala Olivia Tena, las mujeres han logrado acceder a altos puestos “sólo porque los hombres los rechazaron”. Tal es el caso de Marisol Valles García, joven de 20 años que fue nombrada por algunos medios de comunicación “la mujer más valiente de México” tras aceptar la jefatura de la policía del violento municipio de Praxedis Guerrero, en Chihuahua. El cargo que ocupó nadie más lo quiso, pues su sucesor, Manuel Castro, había sido secuestrado, torturado y decapitado. Dos meses después de tomar el puesto –y luego de haber recibido numerosas amenazas– Marisol fue removida del puesto por ausentarse de sus labores y solicitó asilo en Estados Unidos.

A pesar de los avances que hay en el reconocimiento del derecho que tienen las mujeres a emplearse en lo que ellas decidan, las causas que han llevado a muchas a las instituciones policiacas no son precisamente las ganas de “ayudar a los demás y servir a la sociedad”. “Muchas de ellas”, reconoce Tena Guerrero, “se acercan a este trabajo porque se dan cuenta que – a pesar del peligro que implica – pueden ganar más sin tener muchos estudios, y porque buscan la obtención de un poder que antes no conocían”.

La también directora de un proyecto de empoderamiento de mujeres policía en la Ciudad de México agrega que a causa del aumento de la violencia y criminalidad, derivados de no haber modificado a tiempo la estrategia de combate al crimen organizado, “la función de las mujeres policía es más represora que preventiva”.

Sea cual sea su rol en el narco, es claro que las mujeres han adquirido paulatinamente poder y han dejado de desempeñar tan solo papeles auxiliares o de acompañamiento. “Escuchamos historias a diario, las leemos”, dice la periodista Sanjuana Martínez, autora del libro La frontera del narco. “A veces son difundidas y muchas otras se quedan en el olvido, pero es preciso tener en cuenta la situación en que estamos inmersas como género. Debemos cuidarnos entre nosotras, hacer redes y protegernos, ésa es la única manera de defendernos ante esta guerra delirante”, advierte la reportera de La Jornada


Fuente: Desinformémonos