La innovación no pasa ya por los partidos, los sindicatos, las burocracias, la política. Ella depende ahora de una preocupación individual, moral. No se pide ya a la teoría política que nos diga lo que debemos hacer, no necesitamos tutores. El cambio es ideológico y profundo.. (M. Foucault, 1978) 

En 1978 comencé un artículo, titulado «Ética y Revolución – La confrontación dialéctica de nuestro tiempo» (1), con la cita que precede de Michel Foucault. No sólo para enfatizar el cambio que estaba produciéndose en el campo de la transformación social sino también por parecerme de gran importancia ese cambio para el anarquismo y las luchas por la emancipación.

En 1978 comencé un artículo, titulado «Ética y Revolución – La confrontación dialéctica de nuestro tiempo» (1), con la cita que precede de Michel Foucault. No sólo para enfatizar el cambio que estaba produciéndose en el campo de la transformación social sino también por parecerme de gran importancia ese cambio para el anarquismo y las luchas por la emancipación.
Más de tres décadas han pasado ya desde entonces y el rumbo de la historia no ha cesado de confirmar lo que ya en ese momento era más que una evidencia: que “la innovación no pasa ya por los partidos, los sindicatos, las burocracias, la política”, que «no se pide ya a la teoría política que nos diga lo que debemos hacer» y que «no necesitamos tutores». Aunque esto no quiere decir que no se siga insistiendo -desde diferentes atalayas de la Izquierda (tanto de la institucional como de la que se pretende «alternativa»)- en la necesidad de teorizar la acción antes de pasar a ella, y que en algunas de las bases no se siga buscando tutores…
Todos los grandes movimientos de contestación social del siglo XXI -desde el movimiento “antiglobalización”, que comienza en Seattle en noviembre de 1999, hasta el de los “indignados” y el del 15M de estos últimos años- tienen en común el mismo rechazo de “esas iglesias, que prometen democracia sin discriminación para todas las clases sociales y que niegan a sus propios fieles la más elemental libertad de expresión cuando no aceptan ciegamente sus consignas”, de esos “estados mayores que negocian y pactan por su cuenta el bienestar de todos”, de esas “máquinas gigantes que confiscan la iniciativa, la acción y la palabra del individuo” (2).
Un rechazo motivado por la desoladora perspectiva que las revoluciones triunfantes ofrecían entonces, que se ha visto confirmado por el fracaso de todas las experiencias emancipadoras intentadas a través del socialismo de Estado. Un fracaso que ha permitido al capitalismo extender su hegemonía a todo el planeta y aparecer como el único sistema económico capaz de producir el bienestar material para las mayorías. Y ello a pesar de seguir siendo un sistema tan injusto, irracional y amenazador para la especie humana.
El fracaso de la socialismo de Estado
El mayor acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI ha sido el fracaso de todas las experiencias que han pretendido transformar la sociedad capitalista a través de un socialismo cesáreo impuesto desde el Estado. Ese socialismo que debía -según Marx y Engels- emancipar la humanidad de la explotación y la dominación capitalista, para conducirla por el sendero del progreso social, y que acabó siempre restaurando el capitalismo al no ser capaz de imaginar y aplicar otro modelo de progreso que el capitalista.
¿Cómo negarlo? ¿Cómo negar que todas esas “experiencias” han acabado convirtiendo el capitalismo en el paradigma del Progreso y contribuido a que la inmensa mayoría de los humanos siga considerándolo «como el más eficiente sistema económico para conseguir el bienestar de la humanidad»?
Se reconozca o no, la historia nos enseña que la causa de la extinción de ese «gran resplandor al Este» (que desde 1917  “iluminaba los corazones de todos los proletarios del mundo”) y de los similares “resplandores” en otros países fue la progresiva restauración del capitalismo de mercado al interior del capitalismo de Estado. Un proceso restaurador que ha demostrado el idealismo de la profecía marxista y contribuido decisivamente a la actual desmovilización revolucionaria y al profundo derrotismo del proletariado en todo el mundo. Al extremo de incapacitarle hasta para preservar las conquistas que le habían permitido acceder, a través del Progreso capitalista, a una capacidad de consumo cada vez mayor…
Imposible pues de negar que el capitalismo ha conseguido hipnotizar a las masas laboriosas con la ilusión del «confort» y que éstas son incapaces de pensar otro progreso que no sea el de un «confort» cada vez mayor. Una hipnosis que le ha permitido convertirse en el paradigma del Progreso en todas las sociedades humanas e impedir que ellas sean capaces de percibir los peligros que tal “progreso” conlleva. No sólo por la promiscuidad dirigista de las cada vez más voraces e irresponsables tecnocracias y burocracias políticas como por ser el fruto de una  «racionalidad» tecnológica capaz de coexistir con la barbarie más extrema.
Una promiscuidad obscena y humillante: tanto por ofrecernos el espectáculo indigno de sociedades preparando viajes al cosmos mientras millones de seres humanos siguen marchando descalzos y muriendo de hambre en la Tierra, como porque deshumaniza la especie al imponerle el imperio de la mercancía. Esa irracional «racionalidad» que, a través de la ilusión/obsesión del «confort» y la «eficacia», sigue fabricando víctimas y verdugos.
El fiasco de las ideologías emancipadoras
Ante la triste realidad de las «realizaciones revolucionarias» en el mundo, el pretencioso mensaje emancipador de las ideologías emancipadoras se ha vuelto inaudible y no tiene ya proyección práctica alguna en la vida cotidiana de los trabajadores. Al Este como al Oeste, aunque se siga siendo marxista, marxista-leninista, trotskista, maoísta (?) o anarquista, se puede constatar la misma y flagrante inadecuación entre lo que se afirma o se piensa y lo que realmente se hace. Una inadecuación que muestra hasta qué punto las ideologías han servido y sirven sólo para dar buena conciencia a los hombres instruidos sobre sus cadenas y el peso de una Historia que creen forjar. Esa buena conciencia que explica el por qué de la perennidad de las cadenas y de la historia que se pretendía cambiar.
Frente a la impresionante resignación de las masas instruidas en los misterios de la explotación por esas ideologías que prometían redimirlas, de esas grandes ideas que debían “conducir la humanidad a superarse y alcanzar un estadio cada vez más elevado”, ¿qué es lo que nos queda de su mensaje revolucionario y emancipador?
¡Cómo negar que lo que queda es sólo un montón de esquemas, programas y discursos, además de una dependencia cada vez mayor e íntima del hombre frente al Estado y los mecanismos de la explotación y la dominación!
En tales circunstancias, ¿cómo seguir creyendo en la “revolución”?  Por lo menos, en esa “revolución” que desde Marx, Engels, Lenin, Mao, etc., se sabía lo que ella debía ser… ¿Cómo olvidar lo que hemos visto, no una vez sino todas las veces que se ha intentado realizar tal “revolución”? ¿Cómo se puede pensar que ella no será lo que ha sido si se sigue queriendo hacerla con los mismos planteamientos autoritarios del Poder?
El fallo teórico y práctico del marxismo es indiscutible. Pero no es la única ideología emancipadora responsable de este fiasco revolucionario. La responsabilidad le incumbe igualmente al anarquismo; pues, aunque no haya conseguido protagonizar  hasta ahora ninguna revolución triunfante, es responsable por omisión. Aunque sólo sea por el hecho de no estar presente en el contexto social en que estas luchas se generaron y desarrollaron. Y también lo es porque, en el actual debate, que opone la praxis real de los distintos modelos históricos del socialismo en el Poder a la crítica teórica de un neomarxismo y un antimarxismo éticos, el anarquismo continúa presentándose como un “ismo” más y consolándose con ese inocuo: “¡Teníamos razón!” Así, pese a los hechos la crítica anarquista del Estado, la contribución del anarquismo en el debate en torno a los conceptos de ética y revolución, de libertad y socialismo, que podría ser esencial por cuestionar las relaciones de poder en la sociedad, sigue siendo un esfuerzo estéril; pues contribuye también a que el debate quede reducido a una pura confrontación ideológica…
La autocrítica necesaria
Lo aceptemos o no, la bancarrota revolucionaria del socialismo marxista nos concierne a todos los revolucionarios y ningún anarquista puede regocijarse por ese fiasco. Primero, porque al no aspirar el anarquismo al Poder no puede proponerse como solución de recambio mientras la desmovilización de las masas continúe y las microscópicas capillas anarquistas sigan predicando en el vacío. Y, segundo, porque a pesar del duro revés sufrido por los marxistas, en su convicción de que las leyes de la Historia funcionaban a su favor, ese “burdo optimismo de la fe automática en el progreso” pervive en sus discursos como en el de los anarquistas. Una fe que paraliza la acción y acaba facilitando la aceptación del orden establecido en vez de su subversión.
Nada más nefasto e ingenuo, pues, que lamentar la pureza perdida, de ese mítico ideal que un día encarnó el socialismo, o el propugnar un nostálgico retorno a los mitos como única alternativa a la desoladora realidad presente. Lo pertinente y consecuente es reconocer esta realidad y analizar los hechos y las conductas que han contribuido a que ella sea la que es hoy: tanto para saber por qué el capitalismo es el triunfante como por qué el socialismo (como praxis emancipadora) a través del de Estado se ha vuelto indeseable, y el libertario más quimérico que nunca.
Curiosa paradoja, porque si el socialismo no ha estado jamás tan lejos como hoy de realizar sus objetivos manumisores, la necesidad objetiva de una praxis socialista coherente no ha sido quizás nunca antes tan urgente y vital. ¿Cómo pues no «cuestionar todo lo que en la teoría y en la práctica del marxismo y del anarquismo ha contribuido a la perennidad del capitalismo e impedido la eclosión de la utopía implícita en el paradigma emancipador común a estas dos ideologías»? Sobre todo ahora, cuando es más necesario que nunca el retorno a la inquietud ética de los ideales de libertad, fraternidad y justicia. Esa inquietud y exigencia que, ante el riesgo y la amenaza, nada espera, pero se afirma para subvertir con nuevos planteamientos el entramado económico, social y político del capitalismo privado y de Estado, y, a partir de ellos, fundar y poner en marcha -ya hoy- las nuevas experiencias emancipadoras.
La cuestión del Poder…
La renuncia a la innovación es desgraciadamente notoria e irreversible en el seno de las organizaciones incapaces de cuestionar las ideologías revolucionarias clásicas. La prueba es que aún continúa en ellas la condenación y persecución de la disidencia ideológica, además de la renuncia al pleno e ilegal ejercicio de la función utópica. Esa única posibilidad de emergencia del hombre libre y de evitar que esas organizaciones se transformen en campos de lucha de Poder. No es sorprendente pues que la sustancia, que alimentaba y hacía posible la concepción y aparición de lo novum, a través de la objeción y la disidencia ideológica, sea tan denostada ahora como lo era antes. Y ello pese a que, en ellas, se sigue pretendiendo que se rechazan los dogmas y los mitos.
Con la ortodoxia se sigue imponiendo –y no sólo en las organizaciones marxistas- la línea general, la planificación central, la autoridad, la disciplina, el poder político, y desaparecen la autonomía, la independencia, el autogobierno. En una palabra: la libertad.
Que no se diga que una cosa es la ideología y otra los partidos, las organizaciones. Porque de dos cosas una: o bien son las ideologías las que se revelan incapaces de influenciar la praxis militante (en el sentido de sus postulados emancipadores, fraternos, democráticos e igualitarios), o bien son las propias ideologías las que llevan en ellas mismas los gérmenes autoritarios que las minan internamente y que fatalmente acaban por corromperlas.  Y poco importa que sea incapacidad o simple inconsecuencia, pues, al final, el resultado es el mismo: ni las ideologías ni las estructuras sociales que de ellas se reclaman (los partidos, los sindicatos) logran suscitar entusiasmo en las masas. Al contrario, huyen de ellas; pues éstas huelen cada vez peor y uno se asfixia en ellas como en el mundo autoritario.
Y eso pese a que la cuestión del poder (3), ha dejado de ser reexaminada como esquema conceptual/mental desde la época en que, con Foucault y otros, se comenzó a concebir el poder como un entrelazamiento de relaciones de fuerza en lo cotidiano y no simplemente en la relación individuo/Estado. Relaciones pues de poder que son las que hacen posible el Poder. Es decir: la dominación de individuo a individuo, de clase a clase. Lo que obliga a desechar la idea/convicción de que el Poder se encuentra en un lugar privilegiado, que se puede “conquistar” o “destruir”: ese paradigma revolucionario común a marxistas y anarquistas.
De ahí la necesidad de repensar la cuestión de la dominación y la sumisión a la luz de las experiencias revolucionarias fallidas y del conocimiento que las ciencias humanas y biológicas han ido produciendo; pues no sólo debemos reactivar la exigencia revolucionaria del resistir sino también adecuar esa exigencia a la realidad actual. Tanto para evitar que la resistencia o las resistencias que se inicien se vuelvan nuevas desilusiones como para encontrar y adoptar posiciones claras y coherentes frente a esa arcaica cuestión de la “servidumbre voluntaria”, que es más actual que nunca (4). Pues es evidente que, a pesar de que el Poder se concreta siempre en camarillas (sean las que sean: pero aún más para controlar el Estado) y que éstas generan relaciones de intereses y de pertenencia, de fidelidad y dependencia, son estas relaciones las que hacen “que tantos hombres, tantas aldeas, tantas ciudades, tantas naciones, soporten a veces un tirano aislado que no tiene sino el poder que ellos le dan”.
La cuestión de la servidumbre…
Así, si queremos abordar seriamente el problema de la transformación social hoy, en el siglo XXI, no sólo debemos, como decía Foucalt, “luchar contra todas las formas  de poder allí donde éste es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del saber, de la verdad, de la conciencia, del discurso”, sino también reconocer la importancia del objeto del deseo que nos hace aceptar voluntariamente la servidumbre. Pues sólo reconociéndolo podremos cambiarlo y dejar de ser siervos.
Demostrada la incapacidad del capitalismo y del comunismo autoritario – en tanto que proyectos hegemónicos – para resolver los graves problemas del mundo (por proponer un Progreso que además de injusto e irracional es destructor del medio ambiente), la lógica y el sentido común nos exigen encontrar una nueva negación del Orden establecido que permita liberarnos de la alienación y crear una verdadera auto-eco-convivencia… Y debemos hacerlo hoy, como ayer lo hacíamos, no sólo por razones de justicia sino de más en más por razones de supervivencia. Y ello porque, dada la irracionalidad depredadora del capitalismo de mercado como del de Estado, no nos queda otra alternativa.
¿De qué puede servirnos cuestionar el actual régimen hegemónico sin cambiar el objeto del deseo (5) que nos aliena a él? Pues es obvio que ese deseo nos mantendrá atados a esta sociedad y a sus formas de explotación y dominación mientras su objeto sea tener, y, por consiguiente, “tener cada vez más“ (la “acumulación” capitalista descrita por Marx). Y no sólo porque el velo tecnológico del instrumento de producción (transformado en “bien común”) logra disimular la desigualdad y la esclavitud sino también porque la ilusión de la mejoría “del nivel de vida” (nuestra capacidad de consumir) se convierte entonces en el motor de nuestra acción. Una acción que queda fatalmente delimitada por lo que le ha dado sentido y por el valor (o valores) que ha instituido la forma social para predisponernos sicológicamente a la aceptación de la relación de dependencia y de sumisión.
El capitalismo ha logrado impregnar su ideología a la “fuerza material” -esa que Marx reconocía a las ideas “que se amparan de las masas”– y lo ha conseguido sin tener que recurrir permanentemente a sus instrumentos de formación ideológica y de coerción física. Debemos ser conscientes de ello y cambiar el “objeto” del deseo: tanto para poner fin a nuestra alienación como para impedir que el capitalismo pueda continuar su proyecto histórico de dominación planetaria; pues sólo así dejaremos de ser cómplices de la perpetuación del sistema que nos aliena, nos explota y nos domina, y que –además- es una verdadera amenaza para la continuidad de la aventura humana.
Es pues un combate por la supervivencia. Un combate que implica, necesariamente, luchar por la justicia; porque sin ésta no puede haber auto-eco-convivencia. Pero debemos emprenderlo no porque nos lo dicte una ideología determinada, que exige creer en ella, sino porque el instinto de supervivencia debe volvernos conscientes de que no hay otra alternativa, frente al capitalismo privado y el de Estado que nos llevan cada vez más a la barbarie, que la puesta en marcha de un socialismo fundado en la auto-eco-convivencia de todos los humanos. Ese es el dilema. De nada sirven las ideologías, que son representaciones construidas sobre conceptos cerrados para siempre. Nos queda el ser conscientes de lo que es la realidad actual y de lo que ella exige de nosotros para cambiarla si no queremos ser cómplices de tal inconciencia.
Octavio Alberola
(*) Este artículo ha sido escrito para la revista chilena EROSIÓN- Revista de pensamiento anarquista :  http://erosion.grupogomezrojas.org/
NOTAS :
(1) Publicado en la revista El Viejo Topo, Madrid, núm. 19, abril 1978, del que la socióloga marxista chilena Marta Harnecker sacó (?) una citación para su libro La izquierda latinoamericana y la construcción de alternativas, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1999.
(2) Parte de lo citado de mi artículo por Marta Harnecker, en su libro anteriormente mencionado y en Reconstruyendo la Izquierda, editado por Siglo XXI editores en 2008, para hablar del “creciente descrédito en lo partidos políticos y, en general, en la política”.
(3) Ver los artículos :
http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/90888-michel-foucault-una-nueva-imaginación-pol%C3%ADtica.html
http://smcomplejidad.com/foucault-o-la-etica-y-la-practica-de-la-libertad-tomas-ibanez/
(4) Pese a que Étienne de La Boétie la planteó ya en 1576.
(5) Ver el artículo: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/28645


Fuente: Octavio Alberola