La II República vino traída por unas elecciones, como resultado del empuje de un pueblo que, hambriento de justicia, libertad e igualdad, obligó a la oligarquía española a retroceder hasta su último bastión: la república democrática. Durante el periodo que va del 14 de abril de 1931 al 17 de julio de 1936 los gobernantes de la república se vieron obligados a realizar una serie de tímidas reformas que en ningún momento satisficieron las demandas del pueblo trabajador pero que, sin embargo, bastaron para poner en alerta tanto al ejército de África como a la Iglesia Católica, principales garantes del subdesarrollo social del país.

Las medias tintas de los hombres de la izquierda burguesa, como Azaña, no solo no supusieron solución alguna para el problema social (llegando incluso a reprimir violentamente al pueblo que reclamaba tierra y libertad, caso de los sucesos de Casas Viejas en 1933) sino que además dieron alas al fascismo al subestimar continuamente las conspiraciones de los militares.

Las medias tintas de los hombres de la izquierda burguesa, como Azaña, no solo no supusieron solución alguna para el problema social (llegando incluso a reprimir violentamente al pueblo que reclamaba tierra y libertad, caso de los sucesos de Casas Viejas en 1933) sino que además dieron alas al fascismo al subestimar continuamente las conspiraciones de los militares. No fue hasta el 19 de julio de 1936 que, vencidos los golpistas por el impulso del pueblo trabajador en más de la mitad de la península, pudo ese mismo pueblo, a través de sus organizaciones, concretar y desarrollar lo que la república no se había atrevido hacer.

1. La educación popular.
En un país con una alta tasa de analfabetismo* masculino, que superaba el 36% a comienzos del periodo republicano y solo se había reducido al 25% en 1936, la educación había sido siempre un punto fundamental a solucionar para el movimiento obrero. Así, en 1901 asistimos a la creación en Barcelona de la Escuela Moderna por parte del pedagogo anarquista Francisco Ferrer i Guardia, que supone la primea institución educativa que, en España, imparte una educación racionalista, laica, científica y que no segrega a los niños por su sexo o condición social. Esta Escuela sería referente de muchos otros centros racionalistas que, patrocinados principalmente por el sindicato CNT, irán surgiendo a lo largo y ancho de la geografía.
Paralela a la aparición de estos centros surgen los ateneos populares, de tendencia anarcosindical o su contraparte socialista, las casas del pueblo. En estos centros la clase obrera disfrutaba por lo general de una biblioteca, salas para conferencias y clases nocturnas que, en buena medida, contribuyeron a paliar el efecto del azote del analfabetismo. Las casas del pueblo, además, disponían generalmente de un café que facilitaba su financiación. Durante la guerra y con la revolución los ateneos y casas del pueblo, ya abundantes se multiplicarían. Solo en Barcelona llegaron a existir más de 200 ateneos populares.
Además de estos esfuerzos educativos paralelos a la educación estatal el pueblo trabajador llegaría, en 1936, a gestionar por completo la educación pública en buena parte de la zona republicana. En Cataluña, donde el triunfo sobre los militares deja a la CNT como fuerza hegemónica, surge el 27 de Julio el Comité de Escuela Nueva Unificada (CENU). Este Comité bajo control de los sindicatos, se ocuparía de garantizar una educación gratuíta, universal, laica y racionalista en lengua catalana, unificando la infraestructura pública que estaba en manos del Estado con todos los proyectos de educación popular ya existentes. Al contrario de la educación impartida en las repúblicas de tipo soviético, el CENU trataba de potenciar el pensamiento crítico y la formación científica, sin impartir doctrina política alguna. El CENU sería convertido en Consejo y puesto bajo dirección de la Generalitat durante la cotrarrevolución y disuelto con la entrada de los fascistas a finales de la guerra.
Cabe destacar igualmente el florecimiento de las llamadas Escuelas de Militantes, principalmente en el Frente de Aragón, donde destaca la de Monzón. Estas escuelas surgen como respuesta la necesidad de las colectividades agrarias de dotarse de una juventud formada en cuestiones como ingeniería agraria, contabilidad o pedagogía. En una época en la que solo 50.000 personas tenían acceso a la universidad las Escuelas de Militantes constituyeron el primer acceso del pueblo obrero a una educación superior.
En definitiva, la Revolución Social supuso una profundicación en la expansión de la educación hacia la clase trabajadora y, en la actualidad, con la destrucción de la educación pública por parte del Estado, un referente de gestión popular.

2. Las colectivizaciones agrarias.
Durante el periodo republicano se había esbozado una reforma agraria, miedosa de los terratenientes y a todas luces insuficiente que, para más inri, fue paralizada durante el bienio negro. Entre 1932 y 1934 tan sol 16.000 campesinos se habían asentado en pequeños lotes de tierra expropiados con indemnización. En lugar de la socialización que demandaban los sindicatos, la república prefirió la creación de un campesinado pequeñopropietario, por lo que la reforma fue lenta y costosa. No sirvió por tanto para atender las demandas del medio millón de campesinos desempleados o de una población rural que superaba el 50%, pero si para, como hizo la educacion, incendiar los ánimos de los sectores reaccionarios.
Ante esto el movimiento obrero no tardó en reaccionar. En 1933 se llevan a cabo multitud de ocupaciones agrarias que la república frena con represión. Solo tras el triunfo del Frente Popular y presionada por los sindicatos la república se vio obligada, aceleradamente, a legalizar dentro de la reforma agraria 120.000 ocupaciones de tierras. Finalmente, los trabajadores del campo verían sus aspiraciones realizadas con las colectivizaciones que trajo la revolución social del 36.
Suele aislarse el proceso colectivizador como algo propio de Cataluña y el Frente de Aragón. Se produjo, sin embargo, en toda la zona republicana en mayor o menor grado. Estas se produjeron de forma poco traumática, por lo general en las tierras dejadas libres por los terratenientes fascistas. En Aragón las cifras nos hablan de 300.000 colectivistas (siendo la mayoría de la CNT, pero sin dejar a un lado la existencia de colectiviadades de la UGT o de gestión mixta). En levante se asentaron otros 130.000, 70.000 en Cataluña. Superando, en toda la zona republicana, la cifra de una población de unas 700.000 personas integradas en las colectividades agrarias.
Fue la revolución social la que, por acción directa del campesinado a través de las organizaciones obreras, puso solución al problema de la tierra. Hoy, cuando buena parte de la tierra de la península sigue improductiva y en manos de una casta parásita, no podemos dejar de mirar con admiración el ejemplo que estas colectivizaciones suponen para el presente.

3. Laicismo de la sociedad.
Desde hacía siglos la Iglesia Católica había sido en el Estado español la principal garante de los derechos de la oligarquía. No es de extrañar que, en ocasiones, el pueblo trabajador enfocara su ira contra el clero, por ser éste el opresor más directo y visible. La laicización del Estado emprendida por la república era mera apariencia. Ante la bravuconada de Azaña «España ha dejado de ser católica» la bestia conservaba sus dientes y esperaba en las sombras para, en 1936, apoyar el golpe militar.
Por ello, en 1936 el pueblo trabajador llevó a cabo un proceso de laicización no ya del Estado, sino de la sociedad completa. La desacralización de los templos y su reconversión en lugares de utilidad pública (escuelas, hospitales y almacenes, principalmente) es un ejemplo de ello.
Junto a esta destrucción de la infraestructura material que daba fuerza al clero se produjo una auténtica lucha por arrebatarle a la superstición la cultura. El triunfo de la escuela racionalista junto con la progresiva desaparición de la estructura familiar burguesa, con la sustitución del matrimonio por la libre unión voluntaria e igualitaria, la promoción de sistemas anticonceptivos, la proyección de una primera ley del aborto por parte de la ministra anarquista Federica Motseny o la apertura de centros que permitieran la cría de los niños por parte e la sociedad en su conjunto son claros ejemplos de este notable progreso social. Todo llegaría a su final con el triunfo del fascismo, cuando el clero vuelve a impartir mitología en sus colegios, el matrimonio vuelve a ser sagrado sacramento y las niñas dejan de poder llamarse libertad.
Hoy, cuando vivimos una nueva embestida de una religión que se beneficia de la desesperación que crea la crisis del capital, debemos aprender, como se hizo entonces, a mantenernos alerta ante los vendedores de opio del pueblo.

4. Igualdad de género.
La llegada de la república supone, por primera vez, el intento de establecer una igualdad de género. Sin embargo el movimiento obrero estuvo precavido de ello, consciente de que, por mucho que se estableciera una igualdad legal, si no llegaba la igualdad social no podía hablarse de verdadera igualdad.
Así, cuando la república planea otorgar a la mujer el derecho al voto, se levantan contra ello voces (incluso voces femeninas) que consideran que la mujer, por no estar garantizada la igualdad en su educación y ser mayor en ellas el analfabetismo, se verá más influenciada por la iglesia y, por tanto, por los partidos de la oligarquía.
Antes que hacia la igualdad legal las reivindicaciones de las organizaciones obreras iban encaminadas a obtener una igualdad social. Igualdad de salarios, igualdad en la educación e igualdad en las relaciones personales son los principales pilares perseguidos.
En el seno de este movimiento obrero y para profundizar en este avance de la igualdad de género surge la organización Mujeres Libres, que se expandiría durante la revolución hasta superar las 20.000 afiliadas, creando una organización donde las mujeres podían adquirir la formación que el Estado les negaba, junto con apoyo mutuo y nociones de sanidad y sexualidad. Este feminismo obrero, que poco tiene que ver con el feminismo burgués de las sufragistas, es el que asume la liberación de la mujer por su propia acción revolucionaria y la responsabilidad de que los triunfos de la revolución no afecten solamente al proletariado de género masculino. Este aspecto destaca especialmente en el acceso de las mujeres a la defensa de la revolución, a las milicias populares, luchando codo con codo con sus compañeros. Acceso que seria restringido por el gobierno republicano, negando al pueblo trabajador una buena parte de sus más entusiastas combatientes
En la actualidad, con una igualdad legal coseguida, es necesario seguir luchando contra esa desigualdad social, presente en los centros de trabajo y en las relaciones entre los hombres y las mujeres.

5. La abolición del Estado.
Teniendo en cuenta las luchas del movimiento obrero el Estado, máximo garante de la desigualdad de clases, se había mostrado más a menudo como una traba que como una ayuda para el avance social. Con la revolución social llega la disolución del Estado burgués, sustituyéndolo en sus funciones sociales órganos de contrapoder obrero. Se establece así, para la defensa, una pluralidad de comités obreros de barrio, municipio y región, así como federaciones de colectividades en el plano agrario. El sindicato se convierte en el organismo económico para la planificación, producción y distribución. En definitiva, el pueblo mismo alcanza la mayoría de edad y, proclamando el comunismo libertario, es capaz de gestionar sus propios asuntos mientras combate al fascismo y a la contrarrevolución a partes iguales.
Esta descentralización de la economía permitió una mayor industralización del campo y adaptación de la producción a la verdadera demanda de la sociedad. Mientras tanto, las nuevas estructuras políticas, nacidas del federalismo antiautoritario, permitían una organización de la sociedad por los propios productores, por un lado respetuosa con la cultura tradicional de cada lugar, pero por otra internacionalista y que encontraba su unidad en la conciencia de clase.
Hoy, cuando nos enfrentamos a un debate sobre la forma del Estado y de sus regiones, no podemos dejar de mirar atrás hacia lo que supuso ese florecimiento de las estructuras de poder popular, de los comités a todos los niveles territoriales, que permitían la articulación de la organización obrera para la solución de los problemas de la sociedad.

*Muy superior en mujeres, donde las tasas correspondientes son del 48 y 37%

Enlaces relacionados / Fuente: 
http://www.alasbarricadas.org/forums/viewtopic.php?f=25&t=56176
http://www.publico.es/459074/las-cinco-grandes-luchas-de-la-ii-republica

Fuente: alasbarricadas.org