La Iglesia católica española acaba de proclamar su “yihad” movilizando a fieles contra infieles. Es la primera vez, desde que en 1937 el Cardenal Gomá justificara el Alzamiento fascista del general Franco, en que la sucursal del Vaticano en España declara otra guerra santa. Y aunque esta “cruzada” de los obispos es radicalmente homófoba, sigue siendo también igualmente antidemocrática. Va contra la normalización parlamentaria de los matrimonios entre personas del mismo sexo, y por tanto impulsa el incumplimiento del artículo 14 de la Constitución que prescribe que nadie puede ser discriminad@ por razón de su condición.

La Iglesia católica española acaba de proclamar su “yihad” movilizando a fieles contra infieles. Es la primera vez, desde que en 1937 el Cardenal Gomá justificara el Alzamiento fascista del general Franco, en que la sucursal del Vaticano en España declara otra guerra santa. Y aunque esta “cruzada” de los obispos es radicalmente homófoba, sigue siendo también igualmente antidemocrática. Va contra la normalización parlamentaria de los matrimonios entre personas del mismo sexo, y por tanto impulsa el incumplimiento del artículo 14 de la Constitución que prescribe que nadie puede ser discriminad@ por razón de su condición.

El último pronunciamiento de la Iglesia reivindica la objeción de conciencia y la supremacía de la ley de Dios frente a la soberanía popular, al dictado de lo avanzado por el nuevo papa Benedicto XVI. Como en el feudalismo y las teocracias, desde Arabia Saudita a Irán. Hablamos de la misma Iglesia que abrazó al criminal régimen de Franco ; admitió que sus prelados fueran procuradores en Cortes en una sangrienta dictadura ; paseó bajo palio al tirano ; calló ante el holocausto ; enmudeció en el 23-F ; evitó instar a sus pares políticos a rechazar la guerra ilegal contra Irak en el 2003, y nunca hasta ahora ha emitido públicamente un rotundo mea culpa por su contribución a aquel genocidio del franquismo. La misma Iglesia que bendijo a la División Azul y engalana sus muros recordando a los “caídos por Dios y por España”, a la vez que predica su ecumenismo fundamentalista desde desquiciados púlpitos y emisoras de radio.

Una Iglesia católica, apostólica y romana impasible el ademán. Ayer y hoy. Aquí y ahora. En los años cuarenta, con una guerra santa a favor del nazifascismo terrorista que no tuvo la condena ni la repulsa requerida, pero tampoco olvidó ni perdón. Aquella invicta teología de la explotación perduró hasta que la camaleónica curia vio las barbas a la transición y situó oportunamente a algunos de sus prelados en la otra orilla. Y en la actualidad, cuando la cuenta de resultados del Capital y el Estado exige la persecución a sangre y fuego de los islamistas -en muchos casos por el “delito” de practicar el legítimo derecho a la resistencia y defensa propia contra criminales agresiones a pueblos enteros como Irak o Afganistán, como hizo justamente el maquis contra Franco e Hitler-, la Iglesia, sigue tal cual, en misa y repicando. Para ella, los integristas son los otros, y la arman con puerilidades como el uso del velo en la mujer árabe, ellos que fueron sus inventores. La yihad del episcopado aún se vende en el arca del puro altruismo.

Una obra pía que le permite financiarse con el dinero público y tener un poder contante y sonante en sectores claves para la manipulación ideológica, como la enseñanza y los medios de comunicación. Campando a sus canchas. Como cuando, desde sus palcos en las Cortes franquistas los obispos asistían inertes a la rutina de aplicar la pena capital contra presos políticos. Como cuando sus hombres públicos, como Manuel Fraga y demás ralea, daban el preceptivo “enterado” para asesinar legalmente a Julián Grimau, Delgado, Granado, Puig Antich y tantos miles de españoles anónimos. Entonces no hubo escrúpulos. Ni objeción de conciencia. Ni remordimiento. Al contrario. Se mataba a conciencia porque ellos sólo respondían ante Dios y ante la historia. Con eso bastaba. Eran juez y parte. Horca y cuchillo. Una pieza indispensable de aquella terrible, odiosa y sórdida legalidad vigente.

Por eso ahora hablan sin pudor del indisoluble vínculo del matrimonio que la nueva ley supuestamente viene a vulnerar. Y mienten de nuevo sin empacho ni disimulo. ¿Acaso han dicho algo sobre el artículo 57 de la Constitución que relega a la mujer al papel de concubina real ? ¿No aceptaron casar al entonces príncipe Juan Carlos con Sofía de Grecia, vinculada también indisolublemente al rito de la iglesia ortodoxa ? ¿Por casualidad dejaron de hacer la vista gorda al matrimonio religioso de Felipe con la civilmente separada Leticia Ortiz ? Secretos de la diplomacia vaticana y sus halcones del Santo Oficio, que hacen mil veces cierto el ripio de la poeta Gloría Fuertes : “todo vale / todo se aprovecha /de un cuerno se hace una percha”. Un arcano tan viejo como el oficio más antiguo del mundo.

Lo que realmente no se entiende muy bien es la reacción de la clase política ante la “fatwa” de la conferencia episcopal española contra la isonomía matrimonial. ¿Por qué se escandaliza la izquierda oficial ? La Iglesia es coherente al pedir a las autoridades públicas el boicot, pero ellos son inconsecuentes. ¿Se les ha olvidado a nuestros amnésicos gobernantes que cuando juran o prometen solemnemente su cargo lo hacen ante un ejemplar de la Constitución, una Biblia y un crucifijo ? Si eso no es proclamar su confesionalidad que venga su Dios y lo vea. Tenemos un sistema no confesional pero muchos de sus representantes son unos meapilas. (Ergo, el socialista obrero coruñés Francisco Vázquez con su fidelidad vaticanista, o José Bono, que no se pierde un Corpus toledano junto al cardenal primado).

Por lo demás, bien venida sea la universalización de la objeción de conciencia. Es lo que muchos quisiéramos. Que el empleado del banco actúe en conciencia y advierta al cliente contra los usureros intereses y el sutil engaño de los productos financieros garantizados. Que el periodista se niegue a servir de publicista del poder y propagandista de la oligarquía. Que los militares rompan filas. Que los consumidores se nieguen a comprar alimentos transgénicos o productos realizados con mano de obra explotada. Que los sindicatos se planten ante esas multinacionales y grande superficies que coartan la libertad sindical. Que los políticos respondan al mandado de sus representados y no al de sus jefes. Y que, los propios curas, frailes y monjas, terminen reconociendo que debajo del empedrado siempre estará la playa.

Si todos actuamos en conciencia, la conciencia nos gobernará a todos. Y entonces descubriremos la anarquía como la más alta expresión del orden.