Artículo de opinión de Carlos de Urabá

Este 8 de marzo y a pesar de la pandemia del coronavirus miles de mujeres se echaron a las calles de distintas ciudades de México para conmemora el día internacional de la mujer. Nuevamente se volvieron a repetir las mismas reivindicaciones de las convocatorias de años anteriores. Y es que los feminicidios en todos los estados de la república mexicana en vez de disminuir tienden a acrecentarse. Por ende, las protestas se han radicalizado.

Este 8 de marzo y a pesar de la pandemia del coronavirus miles de mujeres se echaron a las calles de distintas ciudades de México para conmemora el día internacional de la mujer. Nuevamente se volvieron a repetir las mismas reivindicaciones de las convocatorias de años anteriores. Y es que los feminicidios en todos los estados de la república mexicana en vez de disminuir tienden a acrecentarse. Por ende, las protestas se han radicalizado. Y encima en los últimos meses han salido a la luz pública incontables casos de mujeres violadas y abusadas por prominentes figuras del ámbito político, artístico o empresarial. Unos abominables casos denunciados a través de los medios de comunicación y las redes sociales por parte del movimiento «Me Too». Lo que significa más leña al fuego.

Históricamente una de las principales señas de identidad de la sociedad mexicana ha sido el machismo. Pero desde los inicios del siglo XXI las circunstancias han cambiado con rotundidad pues el poder omnímodo del heteropatriarcado se ha ido pique. Y es que las mujeres exigen derechos de igualdad y se niegan a seguir ejerciendo el papel de concubinas o floreros, o sea, seres inferiores o subproductos de la sociedad.

Por lo tanto, el hombre es el culpable y por el simple hecho de ser hombre es el enemigo a batir. Las relaciones con el género masculino son demasiada conflictivas, no hay ningún atisbo de diálogo, sino que prevalece el resentimiento y el odio. La sentencia es irrevocable: el hombre es un potencial violador o agresor protegido por un sistema judicial que le otorga impunidad.

Es una blasfemia e irreverencia que la virgen de Guadalupe embarazada encabece la manifestación del 8M. Y es que estamos en la tierra de los fanáticos cristeros, en los dominios del catolicismo más retrogrado y fundamentalista y en el reino de las sectas cristianas más hipócritas como la Luz del Mundo, cuyo apóstol Naasón Joaquín García, está acusado de violación y pedofilia en una corte de Los Ángeles, California.

Es por ello que México en la actualidad está inmerso en un proceso revolucionario feminista que se coloca en la vanguardia de los movimientos sociales. Esta es una lucha sin cuartel que con toda seguridad se alargará y se radicalizará aún más conforme vaya pasando el tiempo. Si en México a principios del siglo XX estalló la revolución mexicana que reclamaba «tierra y libertad», ahora en las primeras décadas del siglo XXI se desata la revolución feminista que exige justicia e igualdad.

Las componentes de las agrupaciones feministas de Guadalajara convocantes de la manifestación se presentaron encapuchadas y armadas de fierros, martillos, bates de beisbol, hachas y botes de spray de pintura. La guerrilla urbana más feroces que nunca se dedicaron a sembrar la destrucción y el caos. Presas de una furia incontenible lanzaron un desgarrador grito de indignación ante los incontables casos de violencia de género que azotan a México. A pesar de que las autoridades de la alcaldía de Guadalajara enviaron a más de 300 mujeres policías para intentar sofocar la revuelta poco pudieron hacer para impedir que las manifestantes enloquecidas destruyeran paradas de autobuses, cajeros automáticos, sedes bancarias y otros negocios que simbolizan el «capitalismo salvaje».

Es increíble pero hoy el movimiento feminista ha reemplazado a la insurgencia revolucionaria de izquierdas de los años setenta en Latinoamérica cuyas figuras más relevantes son del Che Guevara o Fidel Castro. En este caso la simbología ha cambiado por completo, ya no se ven barbudos con boinas y rifles, ahora son mujeres encapuchadas que se abren paso a punta de martillazos y de bombas molotov. Estas son las nuevas guerrilleras no del pacifismo o del amor fraterno sino de la rabia y la ira contra una sociedad misógina y machista que las ha crucificado. «Nos sembraron miedo, nos crecieron alas…cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desaparecida… ¡que caiga con fuerza el feminicida! Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo si algún día un fulano te apaga los ojos… Si tocan a una respondemos todas…» Estas son apartes de la «Canción Sin Miedo» compuesta por Vivir Quintana y que se ha convertido en el himno de las protestas feministas. Y lo cierto es que tiene más sentido que el propio himno nacional. (del «mexicanos al grito de guerra» ha pasado al «mexicanas al grito de guerra) Esta letra refleja la filosofía del movimiento feminista (un movimiento que trasciende las clases sociales) que se ha posicionado como la verdadera oposición al gobierno del presidente López Obrador. Hasta tal punto que les tiene más miedo que a los propios carteles de la droga. Algo que se ha podido comprobar este 8M en ciudad e México donde las autoridades tuvieron levantar en pleno Zócalo un muro de acero de tres metros de altura para intentar frenar la «marabunta» feminista que ha jurado tomar el Palacio Nacional. El cambio y el futuro de México, la regeneración de la vida política secuestrada por una casta corrupta y mafiosa será feminista y libertaria o no lo será.

Este es el resultado de siglos de colonialismo patriarcal y misógino, por parte de un poder político patriarcal y misógino, de un estamento eclesiástico patriarcal y misógino, y un ejército patriarcal y misógino cuyos desaciertos nos han conducido a la decadencia más absoluta. Las élites oligárquicas de un sistema podrido y prostituido siempre han marginalizado a los más débiles y vulnerables, como es el caso tanto de las mujeres, como los indígenas, los trabajadores, los obreros, es decir, las clases sociales más bajas y despreciables.

México es un país en el que son asesinadas diariamente entre 9 y 10 mujeres, un país en el que 1.300 mujeres desaparecieron en el 2020, un país que presentan altísimos niveles de mujeres maltratadas, abusadas o violadas y que, muchas veces, y a pesar de interponer las denuncias ante los procuradores de justicia, tienen que contemplar como sus agresores se ríen en sus caras. La impunidad es la que prevalece y esa impunidad es la chispa que detona tan explosivas protestas.

Como consecuencia de la pandemia del coronavirus con las familias confinadas en los hogares las mujeres han tenido que sacrificarse al máximo y asumir el papel de amas de casa, cocineras, limpiadoras, niñeras y profesoras. Sin lugar a dudas la brutal crisis económica multiplicará hasta niveles nunca vistos la miseria y marginalidad.. Especialmente las mujeres están siendo explotadas con el típico argumento de «o lo tomas o lo dejas» que les plantean sus patrones. Por algo será que es el colectivo al que mayor golpea la precariedad y el desempleo.

México como otros países de la región va a sufrir un terrible retroceso en las conquistas sociales y los derechos laborales adquiridos a base de grandes sacrificios en los últimos 10 años. Se prevé que en el 2021 los pobres de solemnidad aumenten en más de 10.000.000 (según las estadísticas de los organismos estatales existen 55 millones de pobres) . Más de la mitad son mujeres -sobre todo indígenas y campesinas que habitan en zonas rurales. La feminización de la pobreza (en el que los hogares encabezados por mujeres son los más miserables) es un fenómeno en alza y de difícil erradicación.

Carlos de Urabá 2021

 


Fuente: Carlos de Urabá