En los últimos meses hemos visto cómo los medios de comunicación arremeten contra el movimiento antifascista utilizando calificativos de “bandas violentas” y mostrando imágenes de contenedores ardiendo y enfrentamientos contra las Fuerzas de Seguridad del Estado.

En los últimos meses hemos visto cómo los medios de comunicación arremeten contra el movimiento antifascista utilizando calificativos de “bandas violentas” y mostrando imágenes de contenedores ardiendo y enfrentamientos contra las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Pero nuevamente los medios de comunicación tergiversan intencionadamente la realidad y empiezan la casa por el tejado. El objetivo de contar la historia de la lucha antifascista en Madrid partiendo de los contenedores ardiendo es una manera de ocultar el verdadero conflicto existente y, sobre todo, ocultar el papel de violencia política organizada que ejerce la Policía contra el movimiento antifascista. Esta violencia cumple un rol fundamental a la hora de permitir la proliferación de actividades neonazis en la capital del reino.

El pasado 11 de noviembre de 2007, en ese mediodía sangriento en que Carlos Palomino fue asesinado por un militar neonazi, cientos de antifascistas pretendían realizar un bloqueo de la manifestación xenófoba convocada por el partido Democracia Nazional en el distrito de Usera. Cuando por encima de la mortal agresión a Carlos los antifascistas acudieron a Usera, la Policía se encargó de cargar contra ellos brutalmente.

La Coordinadora Antifascista de Madrid denunció ese mismo día que “la Policía ha decidido proteger a los racistas cargando con porrazos y pelotas de goma. Durante esa carga otro antifascista más ha sido atacado por los agentes de la ‘Ley y el Orden’ que han procedido a detenerle posteriormente, negándole la asistencia médica hasta que toda la manifestación fascista hubiera podido pasar delante de él ridiculizando sus heridas e incluso tomando imágenes con sus teléfonos móviles”.

Con todo, los incidentes provocaron la disolución de la manifestación xenófoba a pesar de haber sido legalizada correspondientemente por las autoridades cómplices.

Pocos meses después, el 29 de febrero el partido neonazi Nación y Revolución convocaba, al grito de “Sieg Heil” y “menos locutorios, más crematorios”, un mitin electoral en la emblemática plaza antifascista de Tirso de Molina. Nuevamente la movilización contaba con el respaldo legal de las autoridades y la Policía sirvió de escudo para protegerla. Decenas de neonazis llegaron a la plaza escoltados por antidisturbios como si de una hinchada de fútbol se tratara. Cuando no habían pasado ni diez minutos, momentos en que vecinos del barrio y jóvenes del movimiento antifascista trataban de acceder a la plaza Tirso de Molina para repudiar el acto neonazi, la Policía se empleó con dureza y utilizó todo su material antidisturbios para reprimir a los antifascistas.

Los medios de comunicación muestran las imágenes de los incidentes que tuvieron lugar esa noche pero no hablan de los gases lacrimógenos que ahogaban a antifascistas y transeúntes, de las lunas de coches y escaparates rotos por los impactos de pelotas de goma policiales. Tampoco hablan de que un joven perdió un ojo por el impacto en la cara de un bote de humo y que tuvo que ser atendido por un vecino antes de la llegada del Samur.

Cuando la legalidad institucional ha permitido la actividad de grupos neonazis que fomentan el odio y la xenofobia, entonces la violencia policial ha sido un claro aliado para defenderles.

La gente que allí se dio cita, vecinos de Lavapiés y jóvenes antifascistas, lo hizo para responder a una provocación fascista dirigida tanto contra la gente nativa como extranjera. Sin embargo, se encontró con un muro de contención policial que dedicó todas sus fuerzas a proteger la actividad de los seguidores de Hitler.

Algo similar ocurrió el mediodía del pasado 1 de junio en la Puerta del Sol. Cerca de 200 antifascistas se plantaron en dicha plaza con pancartas antirracistas y anticapitalistas para protestar por una manifestación legalizada de los amigos del asesino de Carlos, el partido Democracia Nazional, que acabaría allí minutos después.

La Policía abrió paso a los neonazis a golpe de porra, acto represivo que la mayoría de los medios de comunicación no recogieron, limitándose a difundir los enfrentamientos posteriores.

En los últimos meses se han sucedido los programas televisivos que insisten en hablar de la violencia que ha existido en las protestas antifascistas. Pero en el debate sobre la violencia también hay que señalar a las Fuerzas de Seguridad del Estado que cuentan con total impunidad y cobertura mediática por parte del Estado. Son ellos quienes escoltan a los fascistas, los que maltratan a los compañeros en las comisarías, los que inician las cargas para permitir la actividad neonazi, los que dejan tuertos a los manifestantes con las pelotas de goma y los botes de humo.

Esta dinámica sin duda va a continuar, en tanto que la prioridad del Estado y sus medios de comunicación es impedir el desarrollo de un movimiento antifascista y anticapitalista que haga frente a la crisis económica y denuncie que la crisis es responsabilidad de la clase político-empresarial y no de la clase obrera (sea de aquí o de fuera) y, por tanto, no es ésta última quien tiene que hacerse cargo de ella.

Es por ello que está habiendo un aumento de la escalada represiva, como podemos ver en las huelgas que se están dando en el Estado español últimamente como son las de agricultorxs, pescadorxs, transportistas, etc.

El Gobierno ejecuta las reglas y la prensa es bondadosa con la protesta mientras se dé dentro de los márgenes permitidos por el propio sistema que genera las injusticias. La Policía se encarga de que quien se salga de este marco sea consecuentemente castigado.

De esta forma, respetando las raquíticas libertades del sistema, el obrero siempre pierde, a menos que plantee su lucha en términos de desobediencia organizada.

La juventud antifascista, hija de la clase obrera, se abre paso en la lucha anticapitalista poniendo topes a la proliferación del terrorismo neonazi y apoyando huelgas como la de limpiadorxs de Metro, participando en otras luchas laborales en sus centros de trabajo o en la defensa de los derechos básicos como la vivienda, la salud o la educación.

La Policía no es ni será “neutral”, aunque la prensa pretenda mostrar esa idílica versión de la realidad. La Policía está a las órdenes del Estado que gestiona la injusticia social existente, y entre los nazis y los antifascistas, así como entre el patrón y el obrero, tiene perfectamente designado cuál es su bando.


Fuente: Coordinadora Antifascista de Madrid