Artículo de opinión de Rafael Cid

Para mi generación, la que dilapidó los mejores años de sus vidas en la bostezante mediocridad del franquismo, la llegada de Salvador Allende al Palacio de La Moneda en Santiago de Chile, el 3 de noviembre de 1970, sugirió la perspectiva de un futuro en libertad. Una impresión que luego se acentuó con la <<revolución de los claveles>> en Portugal el 25 de abril de 1974. Eran dos procesos políticos distintos, pero con el mismo resultado emancipador, y posiblemente con alguna íntima conexión en su decurso.

Para mi generación, la que dilapidó los mejores años de sus vidas en la bostezante mediocridad del franquismo, la llegada de Salvador Allende al Palacio de La Moneda en Santiago de Chile, el 3 de noviembre de 1970, sugirió la perspectiva de un futuro en libertad. Una impresión que luego se acentuó con la <<revolución de los claveles>> en Portugal el 25 de abril de 1974. Eran dos procesos políticos distintos, pero con el mismo resultado emancipador, y posiblemente con alguna íntima conexión en su decurso. En el país de Neruda, el veredicto para la democracia había partido de las urnas soberanas y su criminal destrucción llegó de los milicos golpistas dirigidos por Augusto Pinochet y los sicarios de la CIA norteamericana. En la tierra de Pessoa, por el contario, fueron los soldados y los capitanes abochornados por la guerra colonial quienes acabaron con la dictadura de Oliveira Salazar porque <<O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade>>. Esos dos referentes, y las huellas del mayo francés del 68, forman parte de nuestras señas de identidad.

Por eso, asistir otra vez al ejemplo cívico demostrado el pasado domingo por el pueblo chileno, nos conmueve. Quizás la única sociedad de nuestro entorno cultural y político que, en vez de flagelarse con la pandemia y aceptar resignadamente los designios de sus gobernantes, ha dado un paso al frente para ser protagonista de su historia en momentos decisivos. En la estirpe del kayros, salvando las distancias y con un cierta vehemencia en el registro histórico, que llevó a Pericles en el siglo V antes de Cristo a dedicar su discurso fúnebre por la derrota de Atenas ante Esparta en la Segunda Guerra del Peloponeso para <<inventar>> la democracia. Un modelo de convivencia en comunidad donde, como en la canción de Zeca Alfonso Grândola, Vila Morena, el pueblo es quien manda en la polis. <<Para que los pobres tuvieran un refugio y los ricos un freno>>, en palabras del historiador contemporáneo Tucídides.

Mientras medio mundo, preso del Síndrome de Estocolmo intubado por la covid-19, pasaba del confinamiento perimetral al toque de queda, y de la prohibición para reunirse en la vía pública al enclaustramiento obligatorio, los chilenos, con su sacrificada juventud al frente, se enfrentaban osadamente al poder instituido. Sin miedo a ser tildados de negacionistas, insolidarios e irresponsables, aprovecharon la coyuntura para plantear una enmienda a la totalidad a la constitución que había regido en el país desde 1980, y que representaba el <<atado y bien atada>> del pinochetismo sin Pinochet. Y lo hacían con una ambición de profundización democrática sin parangón, avalada por las protestas mantenidas a sangre y fuego durante todo un año contra el gobierno del neoliberal Piñera y los estamentos privilegiados que le sustentan. Un statu quo que finalmente no ha tenido más remedio que reconocer su derrota, que es la de la clase partitocrática en su conjunto, y aceptar sus <<subversivas>> demandas. En forma de referéndum constituyente autogestionario, elaborado desde el pueblo, por el pueblo y para el pueblo, a través de una convención de ciudadanos y ciudadanas en paridad de género.

El pasado domingo 26 de octubre, un rotundo 78,27% de los chilenos aprobaba iniciar un proceso político para elaborar una nueva constitución, y un aplastante 78,99% se decantaba porque fueran desde la acción directa de la base social, sin intervención de profesionales de la política. De esta manera, a pesar de la zozobra provocada por la pandemia entre la población y las limitaciones que el toque de queda suponía para la movilización política del eje antisistema, el espíritu de Pericles volvía a hacer de la necesidad virtud y de la adversidad un renacer jubiloso. En esta ocasión, al margen de los cantos de sirena de la <<nueva normalidad>> que administran los Estados y el Capital, que han visto la irrupción de la pandemia como un motivo para afirmar un Leviatán digital que relegitime el monopolio de la violencia, la dominación y la explotación, bajo nuevos códigos de servidumbre voluntaria, en lo que resta del siglo XXI. No pienso, frente a lo que afirma el talentoso ensayista Byunng-Chul Han, que el modelo de postración ante la autoridad, practicado con éxito para frenar al coronavirus en la China de los dos sistemas, la ordoneoliberal Carea del Sur, la autócrata y despótica Singapur o la chovinista Taiwan, atesore un dechado de virtudes de largo aliento. Más bien estimo que ese disciplinamiento proviene de una ancestral cultura de obediencia debida inspirada en la tradición confucionista imperante en estas latitudes. Solo que en posición 5G de interconexión on line. Pero en la misma sino superior medida habría que destacar el coraje cívico y la ética democrática que entraña la gesta chilena. Porque ha sido capaz de sobreponerse a una coyuntura devastadora tendiendo abriendo mentes, despejando caminos y tendiendo puentes para las generaciones futuras.

¿Una utopía? En el centenario de la muerte de Max Weber convendría recordar lo que dejó escrito en su texto la política como vocación: <<En este mundo nunca se lograría lo posible si no se intentara una y otra vez lo imposible>>

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid