Nacho, cuatro años, llevaba un par de semanas sin jugar en el recreo. Valentina lo miraba desde la ventana, serio, cabizbajo, como humillado ante sí mismo, andando solo por la orilla del patio con el bocadillo olvidado en la mano. ¿Qué te pasa ?, le preguntó un día. Nada, contestó el niño, que tengo muy mala suerte, y se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué ? Porque no veo nunca a mi mamá… Eso no es verdad, contestó Valentina, muy familiarizada con esta clase de conflictos, lo que pasa es que tu madre trabaja, ¿no ?, y llega a casa tarde, cansada, y con el tiempo justo de bañarte, hacerte la cena y darte un beso al meterte en la cama, pero a muchos niños del cole les pasa lo mismo, no te preocupes… No, no es eso, insistió el niño, es que cuando llega yo ya estoy dormido y no la veo nunca, nunca. Valentina se quedó pensando, esperó un día, dos, levantó el teléfono, lo volvió a colgar, lo levantó otra vez ; hola, dijo, soy la profesora de Nacho, me gustaría hablar contigo, muy bien, escuchó al otro lado de la línea, podemos quedar cualquier día, por la mañana.

Nacho, cuatro años, llevaba un par de semanas sin jugar en el recreo. Valentina lo miraba desde la ventana, serio, cabizbajo, como humillado ante sí mismo, andando solo por la orilla del patio con el bocadillo olvidado en la mano. ¿Qué te pasa ?, le preguntó un día. Nada, contestó el niño, que tengo muy mala suerte, y se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué ? Porque no veo nunca a mi mamá… Eso no es verdad, contestó Valentina, muy familiarizada con esta clase de conflictos, lo que pasa es que tu madre trabaja, ¿no ?, y llega a casa tarde, cansada, y con el tiempo justo de bañarte, hacerte la cena y darte un beso al meterte en la cama, pero a muchos niños del cole les pasa lo mismo, no te preocupes… No, no es eso, insistió el niño, es que cuando llega yo ya estoy dormido y no la veo nunca, nunca. Valentina se quedó pensando, esperó un día, dos, levantó el teléfono, lo volvió a colgar, lo levantó otra vez ; hola, dijo, soy la profesora de Nacho, me gustaría hablar contigo, muy bien, escuchó al otro lado de la línea, podemos quedar cualquier día, por la mañana.

Ahora, el conserje acaba de anunciarle su llegada y la ve subir por la escalera, una mujer agradable, bien vestida, sin ningún indicio aparente de llevar una vida desordenada ni propia de ambientes marginales, una madre normal, como la inmensa mayoría de las madres del colegio.

 Mira, te he llamado… -Valentina tantea, escoge las palabras, busca la manera de explicarse sin ofender-. Es que Nacho parece preocupado, está triste, últimamente, y… Bueno, él se queja de que no te ve, y yo quería…

En ese momento, la madre de Nacho levanta la mano, mira al fondo de los ojos de la profesora de su hijo, y toma aire.

 Yo soy madre soltera, y trabajo en Telemadrid, de auxiliar administrativo. En Telemadrid hay tres empresas distintas. Yo trabajaba en una, con turno de mañana, hasta que la jefa de recursos humanos, sin darme explicaciones, me cambió de empresa y de horario. Bien. En 1999, cuando decidí quedarme embarazada, pedí un cambio de turno justificado por mi situación, y me lo negaron. En el año 2000, cuando estaba a punto de salir de cuentas, pedí una licencia de empleo y maternidad hasta que Nacho cumplió un año, pero luego tuve que reincorporarme porque yo tengo que trabajar para comer, no me queda otro remedio. Seguí pidiendo el cambio de turno, siguieron negándomelo, una vez, y otra, y otra. Al reincorporarme, en 2001, me asignaron mi antiguo horario, desde las tres de la tarde hasta las diez de la noche. Llego a casa a las once, ¿sabes ? Menos en febrero de 2002, en el que pude hacer una suplencia que duró seis meses y que se acabó, por supuesto, y cuando se acabó, escribí cartas a todo el mundo, a los consejeros de la empresa, a los partidos políticos, a las centrales sindicales, explicándoles mi situación. Me contestaron sólo cinco, para decirme que me apoyaban mucho personalmente pero que no podían hacer nada por mí. El único apoyo real que tuve fue el de la CGT. Fuimos a juicio, no prosperó, aunque parezca mentira, no prosperó, recurrimos, y al final, tras mucho pelear y para que me calle, más que otra cosa, me acaban de asignar un horario que ellos llaman temporal y no oficial, desde las once de la mañana hasta las siete de la tarde. Pero todavía no ha entrado en vigor, o sea, que estoy como antes, por poco tiempo, espero, pero como antes. Y siempre, eso sí, con el alma en vilo, porque en cualquier momento vuelvo a llegar a casa a las once. Ahora, que la cadena no hace más que organizar debates sobre la ley de conciliación, y pasar documentales explicándole a los espectadores lo importante que es, y a Esperanza Aguirre se le llena la boca de buenas palabras cada vez que le preguntan por el tema, y yo ya no sé que hacer, de verdad, estoy desesperada.

La madre de Nacho ha contado su historia de carrerilla, sin hacer más pausas que las imprescindibles para respirar. Valentina la mira sin saber qué decir, y al final, por no decir sólo que lo siente, deja escapar la primera idea que se le pasa por la cabeza.

 Oye, ¿y por qué no hablas con la madre de Elisa ? Ella es escritora, y publica artículos en el periódico.

 ¿Tú crees ?

 No sé. Seguramente no servirá para nada, pero siempre es bueno que estas cosas se sepan, ¿no ?

La madre de Nacho se levanta, mira un momento al techo, mueve la cabeza.

 Puede ser…

ALMUDENA GRANDES | EL PAIS SEMANAL