La clave estaba en la frase repetida. Aquel 10 de junio de 1937, el soldado Anastasio Maqueda, de 21 años, escribió a su mujer, Amadora Morales, una carta con un mensaje dentro.
Una viuda recibe el correo que su marido le envió desde el frente en 1937
La clave estaba en la frase repetida. Aquel 10 de junio de 1937, el soldado Anastasio Maqueda, de 21 años, escribió a su mujer, Amadora Morales, una carta con un mensaje dentro.
Se trataba de nueve palabras, colocadas de la misma forma en el tercer y quinto párrafo : «…cuando le escribas a Ignacio me escribes a mí…». Él estaba seguro de que ella sabría descubrir el gato encerrado en aquella redundancia. Pero el mensaje no llegó. O, mejor dicho, no llegó a tiempo. La carta tardó 67 años en alcanzar su destino, un pueblo de Toledo llamado El Real de San Vicente.
El mes de abril de 1937, el ejército de Franco reclutó en ese pueblo a Anastasio Maqueda y a Martín Llorente, dos labradores, amigos de la infancia, que no tuvieron más remedio que incorporarse al 10º Regimiento de Artillería Ligera, de la 55ª División, con base en Villamayor (Zaragoza). Tras dos meses en las trincheras, los dos amigos decidieron pasarse al enemigo. Sabían del peligro -a los desertores los fusilaban-, pero también de la recompensa : sus hermanos mayores luchaban por la República en el cuerpo de guardias de asalto. La madrugada del 14 de junio -cuatro días después de escribir la carta- aguardaron a que pasara el cabo para darle la novedad y se zambulleron en un trigal alto, sin cosechar por culpa de la guerra, que se les ofrecía de cómplice delante de su trinchera.
Aunque la caballería intentó darles alcance, Anastasio y Martín lograron su objetivo. A la mañana siguiente, los republicanos les enviaron -junto a otros 30 jóvenes que también habían desertado- a un centro de recuperación en la retaguardia. Luego fueron destinados a una unidad de Artillería de Madrid, donde se batieron junto al Viaducto con las tropas de Franco apostadas al otro lado del Manzanares. La guerra terminó e intentaron volver al pueblo, pero a ambos los detuvieron, los condenaron a muerte por deserción y, aunque conservaron la vida por no tener delitos de sangre, hubieron de pagar largos años de represalias. Amadora recuerda los «cinco años, cinco meses y cinco días» que penó su Anastasio entre rejas, la de horas zurciendo que tenía que pasar ella «en casa de una pantalonera de derechas» para ahorrar y llevarle un poco de carne. «Yo sabía», dice, «que si no lo alimentaba se me moría en la cárcel. ¡Hay que ver qué cara de difunto tenía al principio y cómo fue cogiendo vida !».
Aquella carta nunca llegó al correo. El mando franquista la interceptó para averiguar los motivos de la fuga y la envió después al Archivo Militar de Ávila. Allí la encontró, 67 años después, el periodista Pedro Corral, autor de un libro -Si me quieres escribir (Debate)- sobre el frente de Teruel. Corral, que buscaba documentación para otro trabajo, la leyó y decidió seguirle la pista haciendo de cartero. Se plantó en El Real de San Vicente y buscó a la mujer. Amadora, anciana ya, le contó que sí, que Anastasio desertó, que sufrió cárcel, que juntos rehicieron la vida ; que tuvieron una hija, que disfrutaron de la llegada de la democracia y del triunfo de los socialistas, «los suyos de siempre…». Lo que no supo decirle Amadora es por qué Anastasio nunca le habló de aquella carta. Por qué nunca encontró un momento para contarle que en aquel verano terrible de 1937, justo antes de desertar, consiguió recado de escribir y la intentó avisar con aquella frase en clave de que a partir de entonces lucharía en el bando republicano, junto a su hermano Ignacio.
La carta no llegó tarde porque tardara 67 años en alcanzar su destino, sino porque, cuando al fin lo hizo, Anastasio acababa de morir. «Mi querida esposa», leyó por fin Amadora con la emoción en los labios, «me alegraré de que a la llegada de esta cariñosa carta te encuentres bien…».