La triste vida de Amina Lawal

La mujer que se libró de morir lapidada tras una campaña mundial vive oprimida y pobre en una aldea del norte de Nigeria

La mujer de la foto es Amina Lawal. Puede que usted sea una de las millones de personas que la salvaron de morir lapidada en septiembre de 2003 cuando, tras una larga campaña de mensajes en la Red organizada por Amnistía Internacional, un tribunal islámico del norte de Nigeria la absolvió del delito de adulterio. Dos años después de aquella salvación global (en España se recogieron dos millones de firmas), Amina ha regresado a su pueblo, Kurami, en el estado norteño de Katsina, donde vive con dos de sus cuatro hijos. Ya no es la misma. La mujer que conmovió al mundo con su imagen indefensa, permanentemente aferrada a su hija Wasila, tiene ahora 34 años. Como la mayoría de las mujeres de etnia hausa, una de las tres tribus mayoritarias en Nigeria, Amina sigue sin controlar su destino, en manos ahora de sus familiares más allegados, pero su mirada directa es la de quien sabe que se convirtió en un símbolo capaz de atraer la atención de millones de personas durante un año y medio. "Yo no quiero que muera nadie lapidado, pero es Alá el que decide por nosotros", dice Amina.

La triste vida de Amina Lawal


La mujer que se libró de morir lapidada tras una campaña mundial vive oprimida y pobre en una aldea del norte de Nigeria

La mujer de la foto es Amina Lawal. Puede que usted sea una de las millones de personas que la salvaron de morir lapidada en septiembre de 2003 cuando, tras una larga campaña de mensajes en la Red organizada por Amnistía Internacional, un tribunal islámico del norte de Nigeria la absolvió del delito de adulterio. Dos años después de aquella salvación global (en España se recogieron dos millones de firmas), Amina ha regresado a su pueblo, Kurami, en el estado norteño de Katsina, donde vive con dos de sus cuatro hijos. Ya no es la misma. La mujer que conmovió al mundo con su imagen indefensa, permanentemente aferrada a su hija Wasila, tiene ahora 34 años. Como la mayoría de las mujeres de etnia hausa, una de las tres tribus mayoritarias en Nigeria, Amina sigue sin controlar su destino, en manos ahora de sus familiares más allegados, pero su mirada directa es la de quien sabe que se convirtió en un símbolo capaz de atraer la atención de millones de personas durante un año y medio. «Yo no quiero que muera nadie lapidado, pero es Alá el que decide por nosotros», dice Amina.

Kurami es un pequeño poblado de casas de adobe y techos de paja que se extienden a ambos lados de un tramo de no más de 150 metros en la carretera que lleva a la ciudad de Funtua. Sus habitantes viven de la recolección de algodón y de maíz o de la fabricación de utensilios de latón. Es uno de los lugares más pobres del país, quizá la zona donde menos se nota que Nigeria es el sexto productor mundial de petróleo. Fuera de las casas, en las calles o junto a la carretera, sólo se ven hombres y niños. Las mujeres, según la costumbre del kulle o reclusión, no dejan sus aposentos sin el permiso de sus maridos y cuando lo hacen tienen que ir acompañadas de un hombre de confianza que vele por ellas. Para entrevistarse con Amina no se puede ir directamente a hablar con ella. Hay que pasar por una larga cola de hombres del pueblo hasta la casa de la familia Lawal. Toda la aldea deja sus actividades por un rato y se concentra junto a la choza para presenciar lo que Amina tiene que decir.

Amina es sólo una cara dentro de un hiyab (velo) verde. Ésa y los dedos de sus pies son las únicas partes de su cuerpo que deja ver. Sentada en el suelo, ante la atenta mirada de su primo Awal, comienza a relatar su historia en el punto en el que Occidente dejó de interesarse por ella, es decir, el día de su absolución. «Cuando me dejaron libre volví a Kurami. Todos me reciben siempre muy bien en esta aldea. Es mi casa. Me buscaron un marido que no me gustaba. Me casé y tuve otra niña, Mariam, a la que estoy amamantando todavía. Mi marido me abandonó a los seis meses de casarnos. Ahora estoy sola otra vez».

La historia del último matrimonio de Amina comienza con un curioso casting de maridos organizado por WRAPA (Avance y Protección Alternativa para los Derechos de la Mujer), una asociación de mujeres que financió parte de la defensa de Lawal. Las responsables de WRAPA reconocen que cometieron un error buscándole un esposo pero aseguran que lo hicieron con la mejor de las intenciones, tratando de encontrar la estabilidad económica de Amina. «Hubo varios candidatos», cuenta Mariam U. Imhanobe, una de las jefas de la organización, «primero nos fijamos en un hombre musulmán que vino de Estados Unidos a casarse con ella, pero que no llegó a convencernos. Luego otro que a ella le gustaba mucho, pero sus intenciones no eran del todo claras. Finalmente le encontramos uno que ya tenía una mujer y que vivía en Abuya

[la moderna capital de Nigeria] y que estaba dispuesto a hacerse cargo de ella».

Una vez que el matrimonio fracasó, Amina rompió sus relaciones con la asociación y acudió a la mujer que la defendió durante el juicio, la abogada musulmana Hawa Ibrahim. Tras romper con la letrada, Amina regresó a su pueblo donde cuida de sus hijas Wasila, de cuatro años, y Mariam, de tan sólo nueve meses. «Estoy triste porque estoy sola y no puedo cuidar bien de mis dos niñas. La situación no es buena ahora porque tengo dos niñas y le estoy dando de mamar a una de ellas, a la pequeña Mariam. Tampoco me siento bien. Estoy enferma, pero son los problemas con los niños los que me hacen estar así. No tengo con qué alimentarlos».

En ese momento Awal, que escucha de cerca lo que dice su prima, la interrumpe y saca su enfado. «Todos han ganado mucho con Amina Lawal. Los que la defendieron han recibido premios y se van a viajar por ahí para dar conferencias. Pero Amina no ha visto dinero alguno y es la que está sufriendo», afirma.

Pese a la protesta de su primo, Amina defiende a las mujeres de WRAPA y a su abogada Hawa Ibrahim : «Yo no les guardo rencor. Ellos me ayudaron entonces pero ahora estoy sola. Alá ha querido que yo esté aquí ahora. Yo sigo su voluntad».

Amina Lawal nació en Kurami hace 34 años. La última de los 13 hijos de un campesino de la zona no tiene recuerdos de su infancia hasta los 14 años, momento en el que se casó por primera vez. «Cuando era niña trabajaba en casa ayudando a mi madre e iba a la escuela». Ésa es la forma en que ella resume 14 años de su vida. «Luego me casé por primera vez y tuve dos hijos. Mi marido empezó a tener problemas económicos y me abandonó. Me casé por segunda vez y me volví a divorciar. Ésa vez fue porque mi marido me prohibía ver a mis padres». Meses más tarde, la policía islámica la detuvo con Wasila en sus brazos, bajo la acusación de adulterio. Ella dijo que era hija de su nuevo novio, Jahaya Mamud, quien la había convencido de mantener relaciones sexuales con la promesa de que se casaría con ella.

Mahmud juró que no era el padre de Wasila. Fue liberado sin cargos mientras Amina era condenada en febrero de 2002, a ser llevada a un lugar público, enterrada hasta el cuello, y apedreada hasta la muerte. Para el tribunal islámico que la juzgó, el hecho de no estar casada y haber tenido una hija constituía una prueba del delito de adulterio contra su marido. Sus abogados plantearon entonces una estrategia basada en las viejas teorías del pensamiento islámico malikí (corriente fundada en el siglo VIII), según las cuales, una mujer puede dar a luz a su hijo hasta cinco años después de ser concebido. Los jueces dieron por bueno el ardid y anularon la condena en septiembre de 2003.

A Amina las interpretaciones de la sharía le traen sin cuidado. Todas las preguntas encaminadas a obtener una opinión sobre la situación de la mujer en el mundo hausa son respondidas por la mujer con la misma coletilla : «Es la voluntad de Alá. Nosotras somos siervas de Alá y nuestra posición es la de cuidar a nuestros hombres que velan por nosotras», contesta.

Amina supo muy pronto de la presión internacional para salvarla de morir apedreada, aunque no entiende qué es la Red ni ha oído hablar del mensaje «Salvemos a Amina», que una larga cadena humana reenvió miles de veces durante aquellos días. «Algo de eso he oído. Sé que hay muchas personas que quisieron ayudarme. Yo creo que Alá los envió para salvarme», insiste. «Si mi caso sirvió para algo entonces hay que dar gracias a Alá», prosigue Amina. «Yo no quiero que muera nadie lapidado, pero es Alá el que decide por nosotros. Él es el supremo que te da y te quita. No se puede luchar contra el destino. Sólo podemos rezar para que él juzgue sabiamente».

En este punto de la conversación, el primo de Amina y sus hermanos se impacientan y piden que se acabe la entrevista. Sólo queda tiempo para unas fotos en las que la joven posa, a veces como si llevara toda la vida haciéndolo. Se gira, mira a la cámara y sonríe por primera vez. «Muchas gracias y buen viaje de regreso», son sus últimas palabras. Amina se da media vuelta y se pierde por un atajo que le lleva a su casa sin que nadie del pueblo la vea.

El control político de la ’sharía’

Ni una sola persona ha sido ejecutada en Nigeria desde la implantación de la sharía o ley islámica en 2000. Con la llegada de la democracia en 1999, tras largos años de diversas dictaduras militares, los gobernadores de los estados del norte institucionalizaron la sharía como una forma de mantener un pulso con el Gobierno de Abuya más que como una herramienta moral. Un acuerdo no escrito entre el ejecutivo del presidente Obasanjo, cristiano, y los estados del norte ha hecho que hasta ahora, ninguna de las 10 personas condenadas a la máxima pena haya sido ejecutada. Actualmente, dos hombres musulmanes de 40 y 18 años que han sido condenados a morir lapidados por un delito de sodomía, esperan la resolución de su caso que ya ha sido aplazada en varias ocasiones. «Los sucesivos aplazamientos ponen de manifiesto la moratoria de facto que existe en materia de pena de muerte. La población musulmana del norte de Nigeria ha comenzado a manifestar su descontento por la aplicación selectiva de la sharía que afecta a las clases más desfavorecidas. Ahora mismo la ley islámica es una forma de control político y de sometimiento de la población», aseguran fuentes diplomáticas.


Fuente: ÁLVARO DE CÓZAR - Abuya / EL PAIS