El extraño caso de cómo los menos, ociosos y explotadores, obtienen autorización de los más, trabajadores y humildes, para vivir a su costa, para que les humillen y amarguen la vida. Nadie que ignore esta cuestión podrá desvelar la intriga que encierra “la ley del número” sobre la que se basa la miseria de nuestra servidumbre voluntaria.
“Por supuesto que hay guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la guerra, y estamos ganando” (Warren Buffet, multimillonario norteamericano, cuarta fortuna mundial).
“Por supuesto que hay guerra de clases, pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la guerra, y estamos ganando” (Warren Buffet, multimillonario norteamericano, cuarta fortuna mundial).
A la vista de las últimas fechorías del gobierno de Mariano Rajoy, ¿se puede mantener sin caer en el despropósito que el enemigo es el PP pero que el problema es el PSOE? ¿O como pretendemos exponer en esta nota no es posible una alternativa real al sistema derrocando sólo a la derecha oficial y amnistiando a la izquierda virtual que ese mismo sistema ha franquiciado como comodín en tiempos de crisis? Veamos.
Tenemos la derecha más rancia, necia y retrograda de Europa. Basta con ver ese barullo de reaccionarias normativas sobre la retirada de la asistencia sanitaria a las personas indocumentadas; la gratificación con subvenciones a los colegios concertados que aplican la segregación sexual en la aulas; la recuperación del macabro espectáculo de las corridas de toros en la televisión pública o el esperpento propio de campos de concentración de obligar a trabajar como pinches de bomberos a los parados con subsidio de desempleo. La derecha más ruin y cavernícola.
Pero también la izquierda más servil y cínica. Por eso, cuando como ahora, la crisis se materializa en una revolución de los ricos contra los pobres, tenemos la responsabilidad ineludible de preguntarnos cuál es la palanca que puede dar al traste con esa situación. Sin prejuicios ni perjuicios, sin miramientos. Y para ello lo primero que debemos hacer es romper el maleficio político que ha llevado a la sociedad española a su secular postración. Lo que exige admitir que no podemos seguir focalizando la posibilidad de alternativa, sin más, en derrotar a la derecha para que acto seguido, borrón y cuenta nueva, el recambio sea una izquierda palaciega. Estamos en plena guerra de clases. El capitalismo del siglo XXI, el de la deuda soberana, la especulación y la financiarización, se ha convertido en un peligro para la humanidad. Pero nada indica que el sacrificio que hagamos para derrotarlo tenga éxito si seguimos abandonándonos en una oposición que nunca se opone más allá de los primeros escarceos publicitarios.
La lógica de la dominación como razón vital es el ADN que la derecha quiere imponer a la sociedad y lo que la izquierda nunca cuestiona. Una minoría superior y prepotente sobre una mayoría inferior y sometida gracias a la superstición de las elecciones precocinadas. ¡Dejad que votos se acerquen a mí! Un misterio envuelto en un enigma. La beligerancia caníbal de una derecha antidemocrática y el cortoplacismo baldío de una izquierda sin ética explican el porqué ocurre pero no el cómo lo toleramos. Podemos decir para justificarnos que en todos los sitios cuecen habas, que el capital es por definición mórbido, pero con ello estaremos trampeando la verdad. No es igual los usos y costumbres de países que han tenido Renacimiento, Revolución Industrial y Revolución Burguesa, hitos modernizadores de sus estructuras legales, mentales y materiales, que los de aquellos otros, como la España eterna, que siguen hundiendo sus raíces políticas, sociales, económicas, culturales y morales en atavismos como la Inquisición, el Patriarcado, la Monarquía hereditaria y el tanto tienes tanto vales.
En el subtitulo de un libro lamentablemente poco difundido, el anarquista Eduardo de Guzmán decía que la historia de España es la historia de siglos de dictadura y años de democracia. Se refería el escritor de una de las mejores trilogías existentes sobre la guerra civil a los escasos momentos en que el pueblo español ha disfrutado de derechos y libertades, de formas políticas dignas, participativas, autónomas y progresistas. Poco más que los escasos años posteriores a la Guerra de Independencia de 1808 y las breves experiencias del Sexenio Revolucionario (1868-1874) y la II República de 1931. Lo que justifica con creces que la apertura hacia una sociedad entre libres e iguales exija vencer a esa derecha fósil paradigmática del atraso y la opresión. Aquí el nacionalcatolicismo siempre tuvo el poder y cuando algo amenazó sus expectativas la espada y el hisopo se desenvainaron para restablecer el orden de los cementerios. Años de cerril y generosa incultura hicieron el resto. ¡Vivan las caenas! El porvenir así administrado siempre fue un magro futurible, un por venir. El único asidero ante esa asfixiante dominación era que aquel pueblo, aunque vencido, jamás olvidaba. El despotismo dejaba huella en la memoria creando una sutil comunidad espiritual de agraviados. No existía ese consenso amnésico inventado por nuestra izquierda claudicante para poder trepar al poder, sino las dos Españas, la de charanga y pandereta y la indomable.
Hasta que llegó la gran farsa de la “modélica” transición y se puso alfombra roja a los herederos de la canalla que hasta la víspera masacraba al pueblo. El cambio consistió en que la izquierda, reagrupada bajo las siglas del PSOE y del PCE, renunciara a sus principios para salir de la marginalidad institucional. Cediendo ante los militares del paredón, aceptando la Monarquía del 18 de julio, ignorando el linchamiento de la UMD, permitiendo la entrega del pueblo saharaui al tirano marroquí y entrando en la OTAN por la puerta falsa de un referéndum chaplinesco. De esta forma un antifranquismo de notables comenzó su larga marcha a través del statu quo. Primero en el formato de una coalición que consiguió el poder municipal para las candidaturas del tándem PSOE-PCE, y luego mediante una amplía deglución de cuadros comunistas por parte del felipismo en el gobierno que hizo del PSOE el megapartido del voto útil. Una saga cuyos efectos narcotizantes llegan hasta nuestros días con fichajes como el de la alcaldesa comunista de Córdoba Rosa Aguilar.
No obstante sería una deshonestidad intelectual negar que durante los muchos años de retórica socialista no hubo avances. Existieron en línea con lo que en la Europa democrática era moneda corriente. Se generalizó la educación primaria y la asistencia sanitaria, entre otras importantes mejoras de tipo cívico. Pero la transformación estructural esperada no llegó, a pesar de la mayoría aplastante con que el PSOE comenzó su periplo. Por contra, “los rojos” en el poder empezaron a asimilar las señas de identidad de la recién desalojada derecha, sus líneas rojas, su “no pasarán”. Se ratifico el Concordato con la Santa Sede, las bases militares de Estados Unidos continuaron donde solían y se trenzaron relaciones preferentes con una oligarquía financiera que acudió presta a financiar las costosas campañas electorales de la hasta entonces modesta izquierda antifranquista. La montaña parió un ratón. Hasta tal punto fue el trueque que el golpe de Estado del 23-F se dio contra el gobierno conservador de UCD, la coalición postfranquista que pilotó la transición, no contra una izquierda supuestamente rupturista. PSOE y PCE no sólo no estaban en la lista negra de los sublevados sino que algunos de sus más conocidos dirigentes aparecían en la nómina del “gobierno de salvación” que los militares querían imponer con su asalto al Congreso.
Cinco años de gobierno de centro con UCD y nueve de derecha con el PP contra veintiuno de socialismo desde el inicio de la transición no han servido para concienciar políticamente al español medio hacia posiciones progresistas. La prueba son esos once millones largos de votantes que logró Mariano Rajoy en las elecciones generales de 2011. Una sinrazón que sólo se explica por la capitulación desmovilizadora de esa izquierda nominal liderada por el PSOE, que durante la mayor parte de este tiempo ha oficiado en los temas de calado como una franquicia oculta de la derecha. El arma secreta de la transición es haber logrado que la derecha se centrara y que la izquierda se derechizara, con la ayuda de los medios de comunicación de masas que ofician como nuevos púlpitos. En su viaje institucional, fomentando políticas acomodaticias con el sistema, el PSOE se ha convertido en rehén del sector más mediocre de la ciudadanía, la amorfa mayoría silenciosa, que representa su principal base electoral, en una interacción-bucle que le obliga a ir cada vez más a la derecha para seguir siendo alternativa de poder. Un viaje a las antípodas.
La crisis actual, a pesar de sus múltiples desdichas, tiene la virtud de permitir poner nombres y apellidos a los malhechores, a los verdaderos enemigos del pueblo. La derecha y todos sus atributos, mediáticos, dinásticos, eclesiásticos y financieros: la corrupta “marca España”. Pero también la izquierda franquiciada del sistema que ha convertido la democracia en un parque temático. Ambas actúan como hojas de una misma tijera con distintos filos. Resulta revelador que mientras nuestra derecha extrema escuda sus brutales “medidas de austeridad” en la nefasta herencia recibida, la izquierda hace compatible el anuncio de radical oposición a las exigencias de Bruselas con el sorprendente hecho de que el vicepresidente de la Comisión Europea y portavoz del directorio que las impone sea el ex secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, actual responsable de la Competencia y nada menos que Comisario de Economía y Asuntos Monetarios cuando estalló la crisis y Zapatero aplicó el primer zarpazo. ¿Quién da más?
La revolución de los ricos se incuba en la resignación de los pobres. Por eso en España para lograr una tímida reforma casi siempre hay que hacer una revolución. Menos mal que hoy el testigo está pasando a manos de una juventud democráticamente madura a la que ya no pueden engatusar con los cuentos de la transición y el coco de involuciones que nada significan cuando lo realmente anacrónico y devastador es el propio sistema (acaban de anunciar que se va a incluir en el Código Penal la cadena perpetua revisable; lo hará el mismo gobierno que ha amnistiado el dinero de origen criminal, siguiendo la estela del saliente que indultó al consejero delegado del Banco de Santander condenado en firme por el Tribunal Supremo).
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid