Artículo publicado en RyN nº 380 de julio-agosto.
En los últimos años diversas revistas de psicología han publicado artículos en los que tratan de atenuar y afrontar las consecuencias de las diferentes crisis que hemos padecido y padecemos. Para ello proponen a través de la Psicología del trabajo generar organizaciones laborales «más humanas y productivas» que, supuestamente, aumentarían el bienestar de la población y mejorarían la economía, al subir la productividad.
Si profundizamos en esta tesis llegamos a la conclusión de que o bien las firmantes de dichos artículos desconocen cómo funciona el Sistema o bien son parte interesada del mismo y venden credos que no ayudan a las principales afectadas, las personas trabajadoras, sino todo lo contrario, les traspasan una responsabilidad que no les compete: las asalariadas venden su fuerza de trabajo al mejor postor; esta operación mercantil se puede hacer en un clima más o menos agradable, dependiendo siempre del contexto histórico, de las leyes laborales y de la contestación sindical.
Vayamos por partes y veamos por encima la situación actual. La Organización Mundial del Trabajo (OIT) ha manifestado en uno de sus documentos públicos que el desastre de Lehman Brothers puso sobre la mesa el hecho de que los mercados son incapaces de autorregularse: la ambición de los inversores hace que las políticas neoliberales sean la mejor opción para regir la economía del mundo; siempre desde la perspectiva de la consecución de un beneficio ilimitado. Este tipo de políticas hace que los Estados no controlen sus propias finanzas porque dependen de los mismos que promueven esas políticas; por tanto, su capacidad, dentro de las reglas del juego neoliberal, es limitada, se circunscribe a adoptar medidas de control del gasto, descargando el coste de los ajustes sobre el mundo del trabajo. En España, por ejemplo, dichas políticas provocaron una situación laboral trágica, con una tasa de paro del 22,85%, y la gestación de una Reforma Laboral que el Gobierno actual no ha hecho más que maquillar. Es cierto que se ha creado mucho empleo últimamente, pero no nos podemos quedar en ese dato, hay que tener presente la inestabilidad de este y la precariedad de los salarios en comparación con el coste de la vida.
La consecuencia de esta situación es que una parte importante de la masa asalariada tiene dificultades para llegar a fin de mes. En el modelo capitalista tener un empleo significa sólo sobrevivir; esto supone un desgaste sobre la salud, personal y familiar. Dentro de esta sociedad es difícil desarrollarse, crecer como individuo, si no se forma parte de la clase dominante. Podríamos decir, de manera sintética, que trabajar genera una mínima fuente de bienestar en la medida que nos permite cubrir los gastos básicos y acceder al consumo. No trabajar, por el contrario, supone quedar excluida socialmente o vivir de la caridad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) contar con un empleo es un factor de protección para la salud mental; el problema surge cuando trabajar no representa necesariamente lograr el bienestar mínimo exigible.
Cuando los Gobiernos de turno realizan políticas sociales restrictivas ignoran las consecuencias que éstas tienen sobre la población, sobre las clases más desfavorecidas o en riesgo de exclusión. La OIT y la OMS recomiendan invertir en el sistema del bienestar como fórmula de progreso y de salud.
Los problemas de salud mental son una de las principales causas de discapacidad. Su prevalencia ha aumentado en los últimos años debido a la precariedad en el empleo, tal y como señala uno de los últimos estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Este informe pone de manifiesto que «uno de cada cinco trabajadores sufre un problema de salud mental».
Algunos de los síntomas psicopatológicos que padece una persona en paro o con empleo precario son los siguientes: insatisfacción, incertidumbre, pesimismo, depresión, desesperanza, indefensión, frustración, aislamiento, alienación profesional por obsolescencia, alcoholismo, tabaquismo, abuso de psicofármacos o de otras drogas.
La Psicología tiene que intervenir en este contexto, por un lado, para aliviar los síntomas y, por otro, para dotar de herramientas cognitivas a las afectadas de forma que sean capaces de afrontar la precariedad laboral en la que vivimos. Ahora bien, la clave de dicha intervención se encuentra en cómo hacerla y con qué objetivos. Es obvio que las personas más perjudicadas no van a ser atendidas adecuadamente en la Seguridad Social porque carece de recursos; probablemente, les recetarán, como único remedio, psicofármacos. Y a la asistencia privada no van a acudir porque no tienen medios económicos para pagarla. Así las cosas, la situación de desamparo es evidente.
Con estas expectativas, la Psicología, como ciencia de la salud, tiene la responsabilidad ética de implicarse activamente desde los colegios de psicólogos en la puesta en marcha de una atención al alcance de los segmentos sociales más desfavorecidos. Esta atención se desarrollaría en un marco comunitario, apoyada en colectivos ciudadanos y en las redes de solidaridad que ya están funcionando o que previsiblemente lo harán. No solo se atendería la sintomatología clínica, también se coordinarían los tratamientos con intervenciones que gravitaran alrededor de la mejora de las condiciones de vida.
Además, la Psicología debería incidir en la modificación del sistema de creencias que dirige nuestras vidas, basado en asumir las relaciones de dominación y la pobreza de una parte de la población como un mal necesario para que el Sistema funcione. Para ello tendría que revisar la asociación entre trabajo y calidad de vida aproximándola a las leyes naturales: Trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Trabajamos porque necesitamos cubrir unas necesidades elementales; se puede vivir sin “consumir”. Lo que precisamos para obtener bienestar psicológico no se compra, reside en el interior de nuestras mentes y se llama amor, apoyo mutuo y creatividad.
Habría que cuestionar la organización social en todas sus manifestaciones, planteando alternativas basadas en la cooperación y en la horizontalidad de la gestión, sin mediadores profesionales de la política. En síntesis, transmitir la idea de que un mundo más justo es posible y que para conseguirlo hay que afrontar la desesperanza con la lucha diaria por los derechos que nos son inalienables.
Para terminar solo me resta decir que la Psicología debe renegar del papel que el Sistema le ha adjudicado: reforzar la ideología dominante. Así, tendría que marcarse como fin último eliminar las causas de este malestar: las condiciones de vida que son una agresión contra la salud mental y física; también tendría que erradicar las creencias y prejuicios, ideológicos y religiosos, que conducen a la incapacitación del individuo para su desarrollo en libertad.
Ángel E. Lejarriaga
Fuente: Rojo y Negro