Hace 4 años del genocidio yazidí a Sinjar en manos del ISIS, el 3 de agosto de 2014, y miles de personas siguen malviviendo en campos de refugiados, la mayoría en el Kurdistán de Basur (norte de Irak), esperando, - en medio de temperaturas superiores a los 40 grados y con pocas horas de electricidad al día, - la resolución a las peticiones de asilo en otros países, tramitadas a través de las Naciones Unidas, la mayoría sin respuesta.
Son 74 genocidios los que ha sufrido este pueblo y lo único que piden es seguridad, reconocimiento y recuperar los familiares que aún permanecen desaparecidos en manos del ISIS. Los yazidis son una minoría étnica-religiosa kurda de Oriente Medio, con unas creencias que provienen del zoroastrismo. Rezan tres o cuatro veces al día orientados al sol -dicen-, aunque también los hay de no practicantes y no creyentes. Sinjar – en el Kurdistán iraquí, ahora ocupado por Irak- es la ciudad histórica de este pueblo, la cual fue arrasada por el ISIS el 3 de agosto de 2014.
En el campo de refugiados de Chemishko, en el Kurdistán, hemos participado desde la Brigada 19 de julio, – donde estamos miembros de CGT- a la conmemoración del cuarto aniversario del genocidio, en diferentes actos desde el 1 al 3 de agosto, donde los parlamentos de denuncia, la poesía, la música y la exposición de fotografías e historias de las personas desaparecidas han ocupado la entrada y la calle principal del campo. Miles de personas han participado llevando las fotos de sus familiares desaparecidos y pancartas de denuncia. Nos dicen que quieren que el mundo conozca su historia.
Piden que las Naciones Unidas reconozca el genocidio al pueblo Yazidi, que se encuentren soluciones para las personas que viven en campos de refugiados, que se persiga a los asesinos del ISIS y que se rescate a las personas que están todavía secuestradas, por lo que también piden responsabilidades al gobierno del PDK del Gobierno Regional de Kurdistán (KRG).
Un genocidio que fue también un feminicidio
El Salim, un joven del campo, nos cuenta que aquel 3 de agosto de 2014, «cuando supimos que estaba entrando el ISIS empecé a correr sin poder recoger nada. La mayoría nos fuimos sin siquiera coger nuestros documentos o pasaportes. Por suerte pude salvar a mis hijos, pero he perdido 34 personas de mi familia». Y muestra las fotos de las personas asesinadas o desaparecidas a manos del ISIS, entre ellas las de chicas que se suicidaron para evitar ser vendidas como esclavas sexuales. Porque el genocidio, -en el que se quería exterminar a toda la población yazidí- fue también un feminicidio y muchas mujeres fueron secuestradas, violadas y vendidas como esclavas sexuales.
La incertidumbre sobre los familiares desaparecidos, más de 3.000 actualmente, es una carga muy grande para las personas que pudieron huir. Shame – nombre falso-, una mujer que vive en el campo de refugiados de Chemishko, explica cómo corrió a refugiarse en la montaña: «vi morir allí gente de hambre y de sed. Mi hijo y mi hija mayores fueron a buscar agua por los hermanos y nunca volvieron, el ISIS los tiene secuestrados. Todavía no sé nada ». Otro hijo tiene graves problemas de salud mental, pero la atención médica en el campo es escasa. Se queja de que nadie les escucha ni les ayuda.
4 años viviendo en tiendas en campos de refugiados
Son alrededor de 300.000 las personas yazidis que viven en campos de refugiados y las condiciones de vida en éstos hacen la espera mucho más dura. El campo de Chemishko es el más grande del Kurdistán y se encuentra en las afueras de la ciudad de Zakho. La mayoría, alrededor del 90%, son yazidíes y el 10% restante son musulmanes, todos de Sinjar. La relación con el vecindario de la ciudad dicen que es buena, y los han ayudado mucho con comida, ropa, mantas, calzado …, especialmente los primeros meses cuando se alojaron en escuelas, parques, etc. hasta que no se construyó el campo. Pero mientras la solidaridad entre personas funciona, las instituciones fallan.
Los fondos de las Naciones Unidas que recibe el campo de Chemishko, gestionado por el KRG, han disminuido mucho este año. Reciben 20.000 comidas iraquíes mensuales (el equivalente a 15 euros) en concepto de ayuda alimentaria, una cuantía insuficiente para comer adecuadamente en un país donde un kilo de tomates vale medio euro y una docena de huevos, uno.
Las refugiadas de Sinjar tienen permiso para trabajar en el KRG, pero sólo una minoría ha conseguido encontrar trabajo y, incluso, alquilar pisos en las ciudades cercanas. En una región con una fuerte crisis económica, corrupción política y una elevada tasa de paro, la mayoría sobreviven con las exiguas ayudas del campo de refugiados o con lo poco que les pueden enviar sus familias desde la diáspora. «Si encontramos trabajo es por horas o por días, nada estable» explica Zedan Xelef, profesor de inglés voluntario en el campo y artista.
«La vida en el campo es agotadora», se queja la madre del Salim. «Tenemos electricidad sólo tres horas al día y cuatro por la noche». El agua, que depende de seis pozos del campo, se corta cuando se suspende el suministro eléctrico. El campo está saturado, y a las nuevas familias que se crean con los matrimonios no se les asigna una tienda propia.
Un futuro incierto
Algunas personas Yazid han llegado a Europa a través de procesos de asilo, sobre todo en Alemania, pero miles siguen los campos de refugiados sin muchas expectativas. «Ya no siento nada, me siento desaparecer. No creo que pueda marchar de aquí antes de cuatro o cinco años, con suerte «, nos dice el Xelef, que ha pedido asilo en Australia.
Marchar es para la mayoría de las personas que viven en el campo el único futuro posible. No quieren volver, ya que afirman que difícilmente se podrá garantizar la seguridad del pueblo yazidí en Oriente Medio, un territorio con muchos intereses en disputa, como explica el Xelef: «volví una vez en Sinjar, pero todavía está en ruinas, sin suministros básicos y con diferentes grupos armados en la zona », las milicias chiíes de Hashd al Shaab, los pesmerga del KRG y las milicias autónomas del PKK, y con amenazas de ataques por parte de Turquía. Todo el mundo con quien hablamos coincide en que no es un territorio seguro.
Y sin casi tampoco vías seguras de llegar a Europa, algunas familias se plantean el camino arriesgado y caro de la emigración ilegal. Ahmad Yasouf, musulmán de cingalés dice que «iríamos al cingalés de antes, pero es imposible que vuelva a ser lo que era» explica. «No hemos podido entrar en el programa de petición de asilo de las Naciones Unidas y hemos pensado en emigrar ilegalmente a través de Grecia, pero no tenemos dinero para pagarnos el viaje».
«Nadie nos pregunta qué necesitamos, somos invisibles», afirma la Shame. Son las refugiadas que Europa y el mundo no ve, las que viven en los campos de Oriente Medio, con familiares desaparecidos y asesinados, con experiencias vividas muy duras, con secuelas físicas y mentales. Sólo buscan seguridad y reparación.
Piden ayuda para que cada uno pueda hacer lo que decida mejor para su futuro. Muchas han perdido ya la esperanza de que pueda ser en su tierra y quieren llegar a Europa u otros países del mundo. Otros trabajan para reconstruir un Sinjar, no sólo físicamente, sino a través de una nueva sociedad, basada en el modelo del confederalismo democrático de Abdullah Öcalan. Por ello, muchas de las personas yazidis que han vuelto, a pesar de la inseguridad de la zona y la falta de servicios básicos, se organizan a través de unidades de autodefensa, consejos populares y consejos de mujeres. Un futuro incierto para un pueblo que se organiza, lucha y que denuncia el genocidio y el silencio internacional.
Gemma P.
Afiliada al Sindicato de Administración Pública de Barcelona
Ensorrem Fronteres
Fuente: Gemma P.