Artículo de opinión de Rafael Cid

Por encima y por debajo del rifirrafe electoral no está la playa; fluye la carcunda nacional. Y estos días su hedor planea sobre tres escenarios distintos. Uno estuvo en el Camp Nou durante el encuentro entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao en presencia del Rey. Otro en las puertas de una cárcel de mujeres sevillana. Y el tercero rula en un jugado madrileño. Sus protagonistas: el humilde pito que popularizaron tiempo atrás los serenos; una folklórica de reconocido tronío amiga de lo ajeno y una joven promesa de la izquierda emergente, estas dos últimas consagradas celebrities.

Por encima y por debajo del rifirrafe electoral no está la playa; fluye la carcunda nacional. Y estos días su hedor planea sobre tres escenarios distintos. Uno estuvo en el Camp Nou durante el encuentro entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao en presencia del Rey. Otro en las puertas de una cárcel de mujeres sevillana. Y el tercero rula en un jugado madrileño. Sus protagonistas: el humilde pito que popularizaron tiempo atrás los serenos; una folklórica de reconocido tronío amiga de lo ajeno y una joven promesa de la izquierda emergente, estas dos últimas consagradas celebrities. Tres patas para un mismo esperpento.

La fenomenal pitada con que buena parte del público recibió al himno nacional (paradigma de la libertad de expresión, que no sería tal si no se pudiera exteriorizar el cabreo), pretende ser sancionada por las autoridades con argumentos propios de Gila, Torrente y Chiquito de la Calzada (y no digo Eugenio porque su humor era bastante serio y no resistiría la comparación). Y es que la Comisión Antiviolencia ha decidido abrir un expediente a todo lo que allí se movió por considerar que la colosal rechifla constituyó “una ofensa a los sentimientos de los españoles”. No se dan cuenta nuestras “atrocidades” (sic) que la única ofensa es la de ellos, a la inteligencia y al sentido común. Salvo que consideren que la “Marcha Real” es portadora de derechos, como el jumento Inciatus al que Calígula coronó cónsul. Pretenden, ilusos, someter el derecho a decidir a la “ley mordaza” mientras pasan del alevoso asesinato de un hincha del Depor en Madrid.

“Isabel, te queremos”, han gritado los fans de la tonadillera a su salida de la cárcel de Alcalá de Guadaira donde estaba por blanqueo de dinero en el caso Malaya. Personas del pueblo, los de abajo, en la comunidad con más paro de la OCDE, donde conviven el clientelismo político con el socialismo de cortijo, la Virgen del Rocío y la Feria de Abril en una misma devoción inquebrantable. Como en aquel no tan lejano 1814 en que los castizos de Madrid recibieron a Fernando VII al grito de “! vivan la cadenas ¡” ¿Quién ha dicho que las últimas elecciones han castigado la corrupción? Será si no afecta a “uno de los nuestros”. Porque cuando tocan a los de casa, sea la cantante preferida o la política mediática, “nos tocan a todos nosotros”, como dijo Pablo Iglesias amparando a sus íntimos Monedero y Tanía en sus horas bajas.

Porque, como diría un marxista obcecado, no hay estructura sin superestructura y viceversa. Y lo de la mandar a los antidisturbios para encarcelar a la multitud de la pitada, o vitorear a los que roban con coplas y faralaes, puede tener una base ideológica que se ejemplifica en la imputación de Tanía Sánchez por los presuntos delitos de prevaricación, tráfico de influencias y malversación de fondos públicos. Tanía Sánchez, política de izquierda con pedigrí, se paseó por todas las tertulias de televisión dando lecciones de ética cuando sobre ella se cernía una abultada sospecha por su gestión en el ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid. Era una ciudadana fuera de toda sospecha que además cobraba por defender su inocencia. Aunque lo de dar millones del presupuesto municipal en contratos a dedo para sus familiares no pareciera de muy buen gusto.

Cuando el digital progresista Público titula “El PP logra que una juez impute a Tanía Sánchez por las adjudicaciones a sus hermano en Rivas”, no se diferencia mucho de la buena gente que jalea a Pantoja la ladrona, ni de los píos salvapatrias que pretenden criminalizar una pitada.

Rafael Cid

 


Fuente: Rafael Cid