Hace muchos años que en referéndum se aprobó la entrada del Estado español en la estructura de la OTAN. Desde entonces, no sólo se ha entrado bajo el «paraguas» de la Alianza Atlántica sino que el ejército de la rojigualda y el toro ha participado activamente en operaciones militares y, incluso, ha acogido algunas bases de esta estructura bélica en territorio soberano español, una soberanía, todo sea dicho, que sólo es efectiva para anular los derechos de los pueblos oprimidos, pero no para impedir la actuación ejércitos extranjeros sin autorización ... pero esa es otra cuestión.
El caso es que la OTAN, plenamente instalada ya en nuestro país, no ha conseguido nunca tener una opinión pública favorable, a pesar de los esfuerzos de nuestra clase política. De hecho, desde que la guerra de Afganistán está en marcha, la OTAN, como institución, ha preferido mantener un perfil bajo, seguramente por vergüenza del fracaso bélico, que sólo se ha visto alterado por la aparición de Wikileaks y sus cables, que han venido a ratificar lo que ya se sospechaba de la evolución del conflicto: un verdadero desastre.
El caso es que la OTAN, plenamente instalada ya en nuestro país, no ha conseguido nunca tener una opinión pública favorable, a pesar de los esfuerzos de nuestra clase política. De hecho, desde que la guerra de Afganistán está en marcha, la OTAN, como institución, ha preferido mantener un perfil bajo, seguramente por vergüenza del fracaso bélico, que sólo se ha visto alterado por la aparición de Wikileaks y sus cables, que han venido a ratificar lo que ya se sospechaba de la evolución del conflicto: un verdadero desastre.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, es especialmente sorprendente que el Secretario General de la OTAN, el danés Anders Fogh Rasmussen, haya botado la escena pública con unas declaraciones sobre la revuelta popular egipcia y, por extraño que pueda suponer, no todas eran relativas cuestiones geoestratégicas. Por supuesto que no ha desaprovechado la coyuntura para reclamar un aumento en el gasto militar a los gobiernos europeos, pero lo más relevante, por inaudito, es que, además, en haya advertido de unas graves consecuencias para la Europa occidental, ya que la inestabilidad en el norte de África y Oriente Próximo se puede traducir en un repunte de la inmigración.
Rasmussen, de la escuela neoconservador europea, sabe perfectamente que es un argumento con un buen auditorio desde los televisores de occidente, pero era necesario que el secretario general de la OTAN lo dijera? Seguramente no, pero es una muestra de la preocupación que entre las esperas militares y políticas ha provocado esta revuelta popular. Sabemos de sobra que estos regímenes eran títeres de Occidente, que eran los aliados indispensables para, por ejemplo, mantener la actual situación en los territorios ocupados de Palestina. Pero las revueltas populares se han hecho en nombre de la democracia, sin grandes proclamas religiosas y, por tanto, son difícilmente condenables por Occidente-aunque el propio Rasmussen no ha dudado en descalificarlas como «disturbios».
Nuestros dirigentes, fervientes defensores de la democracia y los derechos humanos cuando se refieren Irán o Cuba, no han podido defender ahora unos dirigentes que hasta hace días eran estrechos aliados. La fuerza de los acontecimientos ha obligado a los políticos de aquí destronar a los títeres a apoyar a los sublevados. Así pues, la transición a Egipto inevitable, como ha sucedido en Túnez, y ahora todo lo que importa es saber cómo será la transición y que vendrá después.
La administración estadounidense prefiere una transición a la española, con un dictador esperando la muerte en algún confortable cama de un hospital egipcio, sin grandes rupturas, sin grandes concesiones a las masas. Y por descontando, la Unión Europea, aunque no lo manifieste explícitamente está de acuerdo. Pero en el escenario internacional es difícil mover ficha sin una cierta complicidad interior y, por eso hay, fomentar el miedo y despertar los instintos más atávicos de los votantes. De ahí que la OTAN se preocupe tanto por una cuestión aparentemente tan «social» como la inmigración. Qué lejos queda la guerra fría, cuando cada disidente que cruzaba el telón de acero era recibido como héroe!
O quizás en equivocamos y hay una nueva orientación metodológica. Quién sabe si a partir de ahora las intervenciones humanitarias a que nos tiene acostumbrada la OTAN deberán realizarse en Europa occidental, desplegando su gran altruismo para ayudar a los miles de inmigrantes que llegarán a nuestras playas huyendo de los «disturbios» y buscando un futuro mejor en la tierra de la «democracia». O aún más, quizás, en su afán por protegernos, la OTAN acabará por hacer lo que la población europea somos incapaces de hacer: derribar los dirigentes políticos corruptos y autoritarios que hasta hace poco protegían los dirigentes corruptos y autoritarios de Egipto y de Túnez. Al fin y al cabo, la OTAN está para protegernos.
Fuente: Insumissia