pamplona. Los 2.000 ejemplares editados de la obra titulada La gran fuga de las cárceles franquistas están destinados a agotarse en su primera edición. Sus autores, Félix Sierra e Iñaki Alforja, son conscientes de que sólo con el interés mostrado por los descendientes de aquella gesta que tuvo el 22 de mayo 1938 (Fuga del Fuerte San Cristóbal) merece la pena impulsar una nueva remesa.
’La gran fuga de las cárceles franquistas’ ofrece 33 testimonios sobre la huida de san cristóbal
La obra recoge documentación inédita y un CD con los 5.000 nombres de presos que pasaron por el temible penal
ana ibarra
pamplona. Los 2.000 ejemplares editados de la obra titulada La gran fuga de las cárceles franquistas están destinados a agotarse en su primera edición. Sus autores, Félix Sierra e Iñaki Alforja, son conscientes de que sólo con el interés mostrado por los descendientes de aquella gesta que tuvo el 22 de mayo 1938 (Fuga del Fuerte San Cristóbal) merece la pena impulsar una nueva remesa.
Los protagonistas de este libro perdieron la guerra pero se mantuvieron fieles a sus ideales y así los transmitieron a dos generaciones de «8.000 hijos y unos 20.000 nietos», depositarios directos de la memoria histórica de uno de los episodios más cruentos de la represión franquista y que empezó siendo un sueño de libertad. A no ser que algún director de cine se le ocurra lanzar el libro a la fama como guión de cine (lo cierto es que el escenario es perfecto y la historia que aconteció en una prisión considerada de alta seguridad única).
La nueva publicación, presentada ayer en la sede de la sociedad Txinparta de Ansoáin y editada por Pamiela, da continuidad al trabajo que realizó en solitario quince años antes el historiador vallisoletano Félix Sierra con su anterior publicación sobre la Fuga de San Cristóbal. En esta ocasión, y con la ayuda del investigador pamplonés y realizador de documentales Iñaki Alforja, se recogen 36 testimonios, nuevos documentos inéditos, abundante material gráfico y un valioso CD con el que se pretende «democratizar la información que hemos recabado», ofrece Alforja, ya que en el mismo se recogen los 5.000 nombres de todos los presos que conocieron los fosos que se construyeron a finales de siglo con fines defensivos, y que terminaron convirtiéndose en una de las prisiones más cruentas del Estado.
Treinta historias pertenecen a antiguos presos, hoy octogenarios y nonagenarios (algunos ya han muerto en este último año), que reproducen con absoluta nitidez aquel 22 de mayo de 1938 (el fallecido Jacinto Ochoa es el único navarro) cuando muchos de ellos arriesgaban lo mejor de su juventud sin haber cumplido los 20 años. Otros tres testimonios proceden de presos gubernativos (detenidos y encarcelados que no fueron juzgados de modo que no estuvieron registrados y su situación de «desamparo» fue total), dos de Sangüesa (Javier Rocafort y Romualdo Moriones). Finalmente, narran sus vivencias desde fuera del Fuerte tres mujeres que ayudaron con sus visitas a estos reclusos, dos de ellas pamplonesas. Así, Socorro Aranguren a través de un pequeño grupo de mujeres de Pamplona del Partido Nacionalista Vasco se encargó de apoyar y animar a los presos, y llevarles ropa limpia o comida. También Josefina Guerendiáin, militante de la CGT, visitó a los 800 presos políticos de la revolución asturiana de octubre de 1934 (indultados).
dignidad Los autores de esta obra coinciden en señalar la «nobleza y generosidad» de quienes defendieron sus ideales y sufrieron por encima de las penurias y humillaciones el silencio de la historia. «Esta gente que no ha visto nunca reconocida su lucha, no pida nada, ni indemnizaciones, ni protagonismo, ni venganza, tan sólo que no quede el olvido». Con la misma coherencia que mantienen fiel a sus «ideales y principios de justicia, libertad e igualdad, con dignidad y también con un gran sentido del humor», observa Iñaki.
Los presos fugados pertenecían a la primera brigada (había tres brigadas y las tres quintas partes de los presos vivían ahí) donde se hacinaban en condiciones infrahumanas, sin apenas luz (era un sótano), oxígeno, sufriendo humedad y durmiendo en el suelo a una distancia de metro y medio por persona. «Los que tenían suerte lograban de la familia hacerse con algún colchón de hojas de maíz. Recibían un bote con una sopa nauseabunda como única comida diaria, no se cambiaban nunca la ropa… había un lavabo para 550 personas ; el agua se helaba en invierno en las cañerías y en verano no llegaba. Los funcionarios retenían la comida que llegaba o la canjeaban por tickets a precios abusivos».
Algo mejor eran las condiciones en los pabellones que albergaban a militares, intelectuales o «gente con prestigio profesional» (habitaciones de tres por cuatro metros con seis personas). «Éstos no arriesgaron tanto. Por ejemplo, los gudaris que habían luchado con el Ejército de Euskadi no colaboraron en la fuga porque vieron que las posibilidades de éxito eran mínimas», detallan.
La población civil
Por otro lado, el escaso o nulo apoyo recibido tras la Fuga entre la población civil tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los dirigentes de los movimientos obreros ya habían sido fusilados, y el resto de militantes y simpatizantes encarcelados. «Al 90% del movimiento obrero se detuvo en las Casas del Pueblo donde se concentraba la gente de la UGT, PC, CNT…». Asimismo, el odio y «terror» «inducido» a la población sobre los «rojos» (les miraban si tenían rabos y cuernos) llevó a que muchos habitantes de la Comarca a ofrecerles alimento y agua pero luego delatarlos. «Falangistas, requetés y militares aterrorizaron a la población, y la actuación de la Iglesia también fue lamentable».
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